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viernes, 26 de febrero de 2021

 

LOS ARCHIVOS FAMILIARES Y LA CONSTRUCCIÓN

DE UNA HISTORIA SOCIAL

 

Mg. Carlos A. J Molinari

 

El interés de la investigación histórica, ha estado centrado tradicionalmente en los archivos familiares como fuente de estudio de personajes relevantes o de sus familias, cuando éstas han sido o son parte de importantes acontecimientos en los distintos momentos de la evolución de la humanidad.

Resulta claro que tanto en lo que denominamos la Antigüedad como en la Edad Media del espacio que consideramos parte de nuestro horizonte civilizatorio –el Medio Oriente y lo que hoy constituye Europa-, así como de otras regiones del mundo, las fuentes a las que tenemos acceso, refieren siempre a sus gobernantes, estructuras religiosas o líderes militares. El resto de los humanos entran en la historia como seres anónimos, que solo en contadas ocasiones nos permiten acceder a sus nombres o a sus preocupaciones o afectos.

Descubrimientos como por ejemplo los poblados de los constructores de pirámides en el Antiguo Egipto, donde aparecen ostracas con los nombres o mensajes de trabajadores, o grafitis, escritos en piedra u otros soportes, que nos posibilitan conocer nombres y preocupaciones de soldados o gente del pueblo en distintos lugares del planeta, así como distintos signos de la presencia de hombres comunes, representan un momento especial para historiadores y/o arqueólogos, pues les posibilitan abrir una puerta a la vida cotidiana de seres humanos ignotos, pero que constituyen nuestros ancestros.

La documentación jurídica en la Edad Media europea permite apenas atisbar algunos aspectos de estas personas, pero a partir de los litigios o de la visión siempre sesgada de los jueces, sean estos seculares o de la Inquisición.

Emile Mireaux, en su obra La vida cotidiana en tiempos de Homero, intenta reconstruir la vida cotidiana en la Grecia de los siglos VIII y VII a.e.c., a partir fundamentalmente de las inferencias que se pueden realizar desde las obras de Homero y otras fuentes, a falta de cualquier documentación específica, sobre todo que hubiera sido producida por los propios actores. Lo expuesto revela la dificultad de acceder a lo que pensamos como los problemas, las preocupaciones, los afectos de los que constituían el pueblo, en todos sus estratos y dimensiones.

Esta situación obedece a un sinnúmero de causas que escapan a los objetivos de este artículo y que sería imposible estandarizar sin considerar espacios geográficos, momentos históricos, tipo de sociedad, etc.

Pero entre las que podemos citar se encuentra en primer lugar el escaso o nulo acceso a la escritura por parte de esas distintas clases subalternas –situación que aplica en muchas circunstancias a miembros de las clases gobernantes-, sin que esto implique por supuesto que la situación descripta pueda ser aplicada en forma lineal en todos los pueblos de la antigüedad o inclusive en la Edad Media europea o de otras zonas del globo. Se pueden distinguir distintos casos y cambios en los diferentes períodos históricos, pero no hay dudas que hasta el surgimiento del capitalismo y las distintas transformaciones posteriores, la adquisición de esta habilidad no había sido en la historia una posibilidad o el sentimiento de una carencia para la mayoría de los seres humanos.

Además de que para los propios historiadores y cronistas, lo que estaba en el centro de sus preocupaciones era la transmisión de los grandes acontecimientos de su tiempo o sus pensamientos acerca de la sociedad, la naturaleza o la religión; no la problemática de la gente común, su espiritualidad, su relación con las cosas y con otras personas.

Por otra parte, a quienes formaban parte de las clases subalternas, no importa el período histórico que podamos considerar, no se les podía ocurrir transmitir sus vivencias, sus historias; se trataba de algo que no podía formar parte de su esquema mental. Por supuesto que siempre podemos encontrar excepciones en la historia, pero podemos sostener que en general los hombres comunes, aquellos que formaban parte de los que producían para las clases dominantes y para el propio aparato del Estado –no importa la forma que este asumiera-, veían su trascendencia en el transcurrir de la vida y en la muerte y las promesas de las distintas religiones, aunque no en la descripción de su hacer cotidiano o de sus relaciones con otros seres. Estos hombres se veían a sí mismos como una parte integrante de una comunidad, cuyos destinos eran regidos, por dioses, reyes y nobles.

Excepción, como hemos citado, de contados documentos que nos ha legado la historia, sobre la vida de esos hombres ignotos.

A lo expuesto, se agrega otro relevante elemento que interactúa con los anteriores, como es la inexistencia de soportes que posibilitaran que esas personas pudieran registrar sus ideas en su paso por la vida.

Un papiro o un pergamino eran lo suficientemente costosos como para que pudieran ser utilizados por sectores que no pertenecieran a las clases dominantes o en función de los intereses estatales o religiosos, los que normalmente se solapaban. Igual sucedía con las imágenes, representadas en piedra u otros materiales duros, o aún en las pinturas; formas destinadas a plasmar a los gobernantes, a los dioses o a una vida social anónima.

Los hombres formaban parte de una sociedad y todavía no había surgido el concepto de individuo en la historia; un concepto que portaría la burguesía europea en su ascenso como clase dominante, en el camino de la instauración del capitalismo.

Aunque ese concepto de individuo, que podemos apreciar ya a partir del siglo XV en pinturas como las de Jan van Eyck o posteriormente Rembrandt, corresponde todavía a un sector minoritario como era la nueva clase burguesa; inclusive cuando aparecen los hombres comunes como en las pinturas de Pieter Brueghel el Viejo, lo hacen de manera totalmente innominada.

Pero esa clase social en ascenso, también había dado lugar a un nuevo invento como la imprenta, que va a tener una importante implicancia en nuestro planteo, ya que los hombres –aunque hasta ese momento los letrados seguían siendo un sector minoritario-, comenzaban a tener posibilidad de difundir lo que podían escribir[1].

En este proceso, con las limitaciones que hemos expuesto en cuanto al lento camino de adquisición de habilidades de lectura y escritura y, a partir de la mejora de las técnicas de fabricación de papel y su consiguiente difusión, comienza el crecimiento de la correspondencia personal, que permite que sectores crecientes de la población registren sus pensamientos, sus intereses, sus sentimientos[2].

Es en el siglo XIX cuando en Europa se produce un desarrollo tecnológico acelerado del capitalismo y, por lo tanto, el alumbramiento de nuevas invenciones, como la fotografía y el cine, que se iban a masificar de una manera en los siglos posteriores, que su utilización iba a encontrarse al alcance de cada vez mayores sectores de la población, en forma disímil, pero en todos los países del globo.

Otro gran hito representó el crecimiento de la prensa escrita, que de la difusión de noticias de carácter político y económico, se transformó paulatinamente en un eco de la vida social. De esta manera cada vez más personas, en su carácter de periodistas y narradores, pasaron a engrosar quienes escribían en ella. Además de que personas hasta entonces ignotas, comenzaron a ser actores de las noticias; ya no se trataba solo de figurar en un expediente judicial, sino que por motivos de otra índole, podían ser parte de un artículo y abandonar el anonimato, aunque fuera solo por un instante en términos de tiempos históricos.

No se agotan en los casos citados, las distintas formas en que los individuos fueron ingresando en el gran libro de la historia. Los testamentos también representaron uno de esos caminos, aunque se tratara de personas que poseían un patrimonio que legar y, por lo tanto, solo representaran a un sector minoritario.

Si el siglo XIX representó una etapa de apertura de grandes invenciones, no lo iba a ser menos el siglo XX que además de las tecnológicas iba a incorporar una invención social, los mercados masivos.

Las posibilidades de escribir, de fotografiar, de filmar se fueron transformando progresivamente en una actividad masiva, hasta llegar al siglo XXI, donde a partir de los teléfonos celulares, las redes sociales y el soporte que significa la red internet, se va posibilitando a los seres humanos registrar las distintas etapas de su paso por la vida.

Entonces en los dos últimos siglos, hemos y estamos asistiendo a la proliferación, en forma creciente, de documentación acerca de la vida privada de los distintos individuos, como nunca había sucedido en la historia.

Pero también nos encontramos con el problema de que mucha de esa documentación, por distintas causas, tiene existencia efímera. Con el paso de las generaciones las fotos, filmaciones y demás documentos en formato físico se van perdiendo solo sobreviviendo muy pocas en proporción, en museos o archivos o, en menor medida en ferias de antigüedades, donde en el caso de las fotos solo conservan el valor de época, sin datos generalmente que permitan reconstruir una historia detrás del documento.

El mismo destino encuentra también la correspondencia, diarios personales, documentación de identidad, retratos y otras, que van perdiendo su sentido para muchos particulares como decíamos, con el paso de las generaciones.

Entonces nos encontramos frente a dos cuestiones importantes; por una parte, disponemos de información como nunca había sucedido antes en la historia, tanto cuantitativa como cualitativa, sobre la vida de individuos que ya han dejado de ser anónimos, lo que posibilita profundizar en los estudios de una historia social, del hacer y sentir cotidiano de las personas y, por lo tanto, de las ideas y aspiraciones del conjunto social del que forman parte.

Pero por otra parte, muchos de esos datos se pierden o se transforman en documentos anónimos, donde una parte de su valor queda escindida. Y si bien se podría argumentar que muchos de esos datos son intrascendentes para la reconstrucción de una historia social, quizás también debamos decir que son los futuros historiadores quienes en muchos casos podrán establecer la importancia de cada documento.

El problema que se nos presenta, en función de lo expuesto, es como generar una conciencia de preservación de documentos familiares, como transformarlos en archivos y como garantizar la transmisión de los mismos, sea en el ámbito particular como en el ámbito público, en los distintos estamentos en que este puede descomponerse: municipal, provincial, nacional, así como museos, bibliotecas y archivos.

 

¿Qué es un Archivo Familiar?

 

Se puede sostener, por lo tanto, que un archivo familiar va a estar compuesto de todos aquellos documentos que por distintas causas, nos permiten recomponer la trayectoria en la historia de una familia.

Aquí nos encontramos por supuesto con una primera traba en este proceso, la cual es determinar los límites de lo que denominamos familia. A lo que debemos agregar en Argentina, que es desde donde se escribe este artículo, transcurrieron pocas generaciones asentadas en nuestro país de muchas de las personas que hoy constituyen su población, dada la gran inmigración producida desde fines del siglo XIX, que fueron constituyendo lo que hoy genéricamente podríamos denominar el pueblo argentino.

Estas dos temáticas entrelazadas, pensamos que han conspirado con la preservación de muchos documentos, ya que por ejemplo los que en una generación constituyen parientes cercanos, dos o tres generaciones posteriores, pueden no constituir ni siquiera un recuerdo para algunos miembros de las familias. Ello unido en nuestro país a que mucha documentación que portaban los inmigrantes, correspondía a personas y vivencias en sus tierras de origen, desconocidas para sus descendientes, sobre todo pasada la primera generación asentada en Argentina.

En esta etapa, es interesante pensar como la documentación fotográfica por ejemplo, o la filmográfica, debería ser identificada por quienes pueden hacerlo, para que ese documento pueda ser valorizado como corresponde en el archivo familiar. Por supuesto que no todas las fotografías, como caso, necesitan imperiosamente para conservar su valor histórico, poseer el nombre o nombres de quienes participan en las mismas. En algunos casos el valor está puesto en quien tomó la fotografía; en otros casos en el motivo, o la vestimenta, o un tipo especial de festejo, etc., pero ello no invalida que la fecha o los participantes sean un elemento más del valor de la foto.

En nuestro siglo XXI, se agrega otro problema como es el de la supervivencia de los soportes digitales. Todo aquello que escribimos, fotografiamos, dibujamos, filmamos en soportes digitales está sujeto en primera instancia a la supervivencia de los software  y/o los hardware que le han dado origen; pero también a otras causales como la supervivencia de las páginas en las cuales por ejemplo se colocaron en la red internet esos documentos. Además de otras causas cotidianas como la pérdida o rotura de los artefactos desde los cuales se han generado los documentos.  De hecho, es más fácil muchas veces encontrar en una familia una foto en papel de un antepasado con más de 100 años de antigüedad que una foto de unas cercanas vacaciones, la cual se desconoce en que celular o tablet fue almacenada. Intentaremos con posterioridad en este artículo, volver sobre esta cuestión.

Pero también debemos preguntarnos acerca de los documentos escritos en una familia, como los diarios personales y la correspondencia, que en muchas oportunidades fueron escritos para que los lean solo los destinatarios o, en algunos casos como los diarios, solo el autor.

¿Es que deben legarse esos documentos, sobre todo considerando que con el correr de los años pueden terminar subastados a un tercero desconocido o formando parte de un archivo museográfico?

Por supuesto que no hay una respuesta única a este planteo, pero en principio nos inclinamos por la conservación de todos aquellos documentos que puedan utilizarse para reconstruir una historia social a partir de las vivencias de los individuos.

También nos encontramos frente a la situación de que no todo se puede conservar, aunque tenga utilidad para rastrear las formas de pensar o de sentir de una determinada persona. Como caso las bibliotecas, que independientemente del valor monetario de sus libros, de alguna manera representan el recorrido intelectual de su poseedor; además de que las anotaciones en cada obra del lector permiten analizar su universo de ideas.

De la misma forma podríamos referirnos a todos aquellos objetos que pueden ser, o son, representativos de historias personales y familiares, que por imperio de las herencias, se van desligando del núcleo de posesión original. Podemos citar aquí las pinturas, esculturas y otras formas de arte y artesanía; no estamos pensando en su valor pecuniario sino en su valor representativo para reconstruir una historia social familiar.

 

La problemática del almacenamiento digital

 

A partir del desarrollo de las tecnologías digitales y de la red internet, como soporte de las mismas –sin pretender desarrollar una génesis y estado de situación-, hemos asistido a un crecimiento como nunca sucedió en la historia, en la cantidad de información personal que las personas en el mundo han puesto a disposición, con más o menos recaudos, de otras personas, de empresas y gobiernos.

De esta manera correos electrónicos, fotos, opiniones y comentarios, artículos, filmaciones, han generado un cúmulo de datos que posibilitan pensar en un gran archivo personal y familiar a nivel mundial.

Frente a esta situación se presentan dos problemas. Por un lado cuáles de todos esos datos son relevantes y cuáles no, lo cual solo puede, en principio, ser determinado por el autor si es que el mismo estuviera interesado en construir un archivo personal. Pero por otra parte, nos encontramos frente a la cuestión de cómo preservar en el tiempo esos documentos que consideramos relevantes y que a su vez, podrían serlo para preservar una memoria individual y familiar.

Los cambios y actualizaciones en el software y en el hardware, la desaparición de sitios de intercambio y/o almacenamiento, el abandono por parte de los usuarios de los espacios de interacción o almacenamiento, la eliminación lisa y llana por cuestiones económicas de datos almacenados, sea este proceso por determinación del usuario o de los propietarios de los sitios, son algunas de las causas que provocan la pérdida de documentos producidos por las personas.

Resulta claro que, hasta un cierto límite, son los propios usuarios quienes pueden garantizar el resguardo de la documentación que se juzgue deba ser preservada. Pero decíamos hasta cierto límite, pues muchos datos son almacenados en dispositivos que dejan de funcionar o que pierden la capacidad de ser interpretados por un nuevo software, con lo cual muchos de esos datos también se pierden.

Además que no sabemos el destino de los datos que confiamos al almacenamiento en la nube, pues desconocemos que sucederá en el futuro con esos grandes servidores, ni sabemos sobre el interés de grandes corporaciones en preservarlos.

En definitiva, nos encontramos frente al hecho concreto de que la digitalización podría salvaguardar nuestros documentos y datos contra el desgaste de la materia, pero mientras que objetos materiales han sobrevivido miles de años alguna información digital se ha perdido en unos pocos años.

 

Conclusiones

 

Si bien siempre en la historia los avances en las técnicas de producción de escritura fueron posibilitando el registro de las actividades de los seres humanos, nunca como en los últimos doscientos años habíamos asistido a una revolución tecnológica que nos proporcionara tantos instrumentos para registrar la vida, puestos al alcance de cada individuo.

Esta situación ha generado la factibilidad de que cada persona pueda documentar muchos aspectos de su vida, con lo cual se pueden generar como nunca antes archivos familiares, que abren a los historiadores una puerta para reconstruir una historia social con base en los individuos, con sus afectos, opiniones, esperanzas, producción intelectual y artística; un proceso que enriquecería sin dudas nuestro conocimiento del pasado.

Tenemos por ejemplo la posibilidad de que las generaciones posteriores reciban productos intelectuales o artísticos, que no están destinados quizás a formar parte de un canon, pero sin los cuales se torna dificultoso comprender la vida espiritual de una época o de un colectivo.

Quizás sea el momento de pensar que esta tarea no podrá llevarse a cabo sin la existencia de un sistema de archivos donde participen museos, universidades, archivos estatales y privados, bibliotecas, etc., con el fin de resguardar, en acuerdo con los usuarios, los archivos familiares como fuente de una auténtica historia social de la humanidad. Pero esto solo será posible a partir de generar el interés en los individuos en la construcción y preservación primaria de estos archivos.

 

 

 

 

 

 

 



[1] Tampoco es objetivo de este trabajo desarrollar una historia de los soportes y la comunicación social. Para ampliar sobre este tema ver: Vázquez Montalbán Javier. Historia y Comunicación Social. Editorial Bruguera, Barcelona, España, 1980.

[2] Si bien la correspondencia existe desde que los hombres desarrollaron la escritura, sea la correspondencia comercial o por cuestiones de gobierno, nos referimos aquí a la correspondencia de contacto entre seres humanos por cuestiones meramente personales. Esta se va transformando de manera cada vez más masiva y abierta a amplios sectores de las poblaciones.