PODER Y CONFLICTO EN LAS
ORGANIZACIONES
Mg. Carlos A. J. Molinari
El objetivo de este trabajo, no es agotar el debate
acerca del poder y el conflicto en las organizaciones, sino plantear algunas
cuestiones que puedan ser utilizadas para reflexionar acerca de estos dos
conceptos y sus múltiples conexiones e interacciones, actuando como
disparadores de nuevos análisis que posibiliten no solo comprender estos
procesos sino también la dinámica de la empresa en el sistema capitalista.
En primer lugar hay que decir que la cuestión del poder
y del conflicto en las organizaciones no puede ser analizada al margen del
telón de fondo en el que se desenvuelven las empresas, que es la contradicción
entre el capital y el trabajo, lo que ha sido soslayado históricamente en la
literatura clásica de administración.
Recién con el advenimiento de los denominados Critical
Management Studies este conflicto ha sido incorporado a los estudios de la
administración, aunque no por todos los autores que se podrían encuadrar en
esta corriente; igualmente hay que aclarar que no se trata de una corriente en
un sentido tradicional del término sino más bien de un conjunto de pensadores
que desde distintos encuadres teóricos reflexionan sobre la gestión de las
organizaciones.
En este cuadro de análisis, debemos decir que el
conflicto es parte constitutiva de la organización, donde las luchas por el
poder no son solo aquellas que se desarrollan entre grupos o entre diferentes
formas de gobierno de la misma, sino que la contradicción expuesta hace que el
conflicto no pueda ser eliminado en la organización empresa lucrativa en el
sistema capitalista.
Partiendo de la base de que las organizaciones son
instituciones sociales históricas, cuyas relaciones internas y externas
responden a un determinado momento en el tiempo y cuyas formas de gobierno, de
ejercer el poder y manejar los conflictos son también producto de una
determinada sociedad y la dinámica de las clases sociales que la componen, un
punto de partida en el análisis es comprender entonces la existencia de
distintos tipos de organizaciones y de modelos organizacionales en los que se
inscriben el poder y los conflictos.
Entonces, se debe partir de un concepto de organización
que nos permita posteriormente comprender los distintos modelos de las mismas
que han surgido a lo largo de la historia contemporánea, sus consecuentes
formas de gobierno y, en ese marco, como se manifiestan el poder y los
conflictos, con sus distintas visiones.
Desde nuestra óptica entonces, una organización es una
comunidad de personas, estructurada a partir de técnicas y tecnologías
existentes que organizan el trabajo de sus miembros, que actúa en un
determinado contexto de relaciones sociales, con un objetivo común, donde los
individuos se subordinan al mismo, pero donde también existen tensiones entre
los intereses personales, grupales y de clase social así como conflictos de
poder.
Debido a que el concepto planteado de organización nos
habla de objetivos y de organización del trabajo a partir de la división del
mismo, la manera en que ha de estructurarse depende de los objetivos que se
hayan fijado. Por ejemplo, una organización cooperativa, por sus propios
objetivos, vinculados no solo a la resolución de problemas socioeconómicos sino
a la gestión democrática y a la solidaridad en sus relaciones internas y con el
resto de la sociedad, no podrá desarrollar un modelo organizacional similar al
de una empresa lucrativa, donde la ganancia es el principal motor que guía a la
misma y donde la existencia de intereses del dueño de la empresa podrían
entrar en contradicción con los de sus
empleados o con la sociedad; si no se respeta la legislación laboral en un
primer caso o si se contamina en el segundo caso. En esta situación de la
empresa lucrativa, un modelo organizacional con primacía de la democracia sería
impracticable ya que la estructura vertical en la toma de decisiones
estratégicas forma parte de la esencia de la propiedad privada de la empresa.
Por otra parte, la empresa lucrativa tampoco constituye
una realidad única, ya que entre grandes corporaciones globales, empresas
medianas nacionales o internacionalizadas, pequeñas empresas y
microemprendimientos existen diferencias en algunos casos profundas sobre los
modelos de gestión y, por lo tanto, de ejercer el poder.
También debemos señalar la existencia de las que
denominamos empresas de propiedad social, que son las empresas de los estados
nacionales -o podría ser de más de un estado nacional- donde el gobierno y el
poder se deben relacionar con los intereses de toda la sociedad, aunque puedan
entrar en contradicción con la dirección de la organización y la sociedad en
función de los conflictos que se dirimen en el ámbito de lo político y de las
contradicciones sociales.
Regresando entonces a nuestro problema de estudio,
comprender el poder y el conflicto, implica comprender el gobierno de la
organización, el que a su vez debe ser analizado en el marco de los distintos modelos
de gestión para estructurar la organización y en cómo estos modelos se expresan
en los sub-sistemas que componen la propia organización.
El primer modelo que podemos identificar como tal en el
desarrollo de la empresa capitalista, a partir de la formalización que propone
es el que se ha denominado “taylorismo”. Desde el propio contexto de su aparición,
puede verse como el poder, como expresión del contexto en que nace este sistema
productivo y a su vez también como expresión de las relaciones de clase dentro
de la fábrica, se expresa en la manera en que Taylor plantea la organización de
la producción y el control de la misma.
Según expresa Benjamín Coriat (1982) en su libro El
taller y el cronómetro, el taylorismo es una estrategia de dominación sobre
el trabajo, así como una estrategia de conjunto para el capital norteamericano.
Lo que pretendía Taylor a partir de la simplificación
del trabajo, minimizando cada tarea y reduciendo al trabajador a un simple
apéndice la máquina, era crear un sistema que denominó científico -aunque la
utilización de este término debe comprenderse como producto del imaginario
positivista de la época-, donde el poder estuviera claramente en los que
mandan, eliminando cualquier resistencia en los que ejecutan.
Frente al modelo taylorista, surge un nuevo modelo que
centra su atención en el factor humano en la producción, ya que el anterior
modelo, si bien pretendía aumentar la productividad a partir de optimizar los
procedimientos, esto no había impedido el surgimiento de conflictos en las
fábricas.
Este modelo denominado “humanista”, surge de los
estudios del sociólogo Elton Mayo, que trabajó para demostrar que las conductas
humanas no son producto solamente de recompensas o castigos, sino que el clima
grupal o el reconocimiento de pares y superiores influían en la conducta de los
trabajadores; hacen su aparición en la teoría, los factores psicológicos y
sociales en la productividad.
No obstante hay que decir que esto no habría sido tan
así en el trabajo de Mayo, ya que según refiere Pablo Capanna (2012), el
estudio fue realizado en plena recesión donde los trabajadores trataban de no
perder sus fuentes de trabajo; además que hubo conflictos que hasta llevaron al
despido de dos trabajadoras, datos que no fueron expuestos en las conclusiones.
Esto igualmente no invalida la idea de que el factor humano comienza a ser
tenido en cuenta en las organizaciones y en sus relaciones con el gobierno, el
ejercicio del poder y los conflictos.
Oros contextos iban a generar otros tipos de modelos
organizacionales con los cambios que ello traería aparejado en el gobierno y,
por lo tanto, en las relaciones de poder y conflictos.
Es así que en la década que siguió a la finalización de
la Segunda Guerra Mundial, se comienzan a visualizar a las organizaciones como
organismos vivos, producto de las analogías con la Teoría General de los
Sistemas, la que provenía del ámbito de la biología, con lo cual se quiere
instaurar la importancia de las relaciones con el contexto.
Posteriormente surge el paradigma de la complejidad,
que elimina los reduccionismos en el análisis de las organizaciones para estudiarlas
en todas sus interacciones, donde los conflictos en las mismas, como
competencia y cooperación o eficiencia y democracia, comienzan a ser analizados
como parte del entramado organizacional.
Las organizaciones son analizadas como complejas redes
de relaciones entre sus miembros y con el contexto. Al decir de Edgar Morin, el
todo y las partes componen, a partir de una doble identidad, la organización.
Benjamín Coriat (2000) en otro de sus libros, El
taller y el Robot, define una nueva época histórica en relación con la
organización industrial y, por supuesto, su impacto en las estructuras
organizacionales y el poder y los conflictos en las mismas, que es la que se
produce a partir de mediados de la década de 1970.
Allí identifica las que llama tres historias para
caracterizar la nueva situación de las empresas; y la primera de ellas se
relaciona con los cambios en las formas de empleo y la disciplina industrial,
identificada originariamente con el taylorismo. Se reconfigura en esta época el
proceso productivo, buscando un aumento en la productividad humana en el
trabajo frente a los conflictos que se producían, intentando a su vez eliminar,
decimos nosotros, la resistencia de los trabajadores.
Como se puede observar en esta etapa de la cuestión y,
como sostiene Angel Petriella (2006) “la organización opera como un
sistema autoreferencial que se acopla más o menos eficazmente con los múltiples
contextos en los que le compete actuar”.
Pero como también plantea Petriella, esta situación
tiene relación directa con la cuestión del poder, pues tanto el capital como el
capitalismo, generan una vía de dominación cotidiana a partir de las culturas de
la gestión organizacional.
Si bien establece claramente las diferencias entre los
modelos que hemos descripto como tayloristas y el humanista, queda claro, en
las palabras de este autor, que el centro sigue siendo como hacer crecer la
productividad y neutralizar los conflictos.
Todo lo expuesto, nos conduce al tema del gobierno
organizacional, como forma de comprender el ejercicio del poder y la acción
frente a los conflictos que surgen en los distintos tipos de organizaciones.
El gobierno es una forma de ejercicio del poder, que a
través de un conjunto de relaciones, prácticas, saberes y conocimientos,
delimita un campo de acción a las personas dentro de la organización. Por lo
tanto, este ejercicio del poder es la manera de manejar los conflictos en el
ámbito organizacional.
Cuando pensamos en gobierno, debemos pensar en los tres
tipos básicos de organizaciones, clasificadas de acuerdo a la forma de
gobernarse.
Por un lado las estatales, estructuradas de
acuerdo a rígidos marcos normativos y de procedimientos, que establecen rígidas
relaciones de poder; las lucrativas, donde el objetivo central es la
ganancia, por lo tanto, la toma de decisiones son de tipo jerárquico y las cooperativas,
caracterizadas por la participación y el diálogo en la toma de decisiones, de
acuerdo a los principios que rigen este tipo de organizaciones.
Ahora, hemos visto que el gobierno es una forma de
ejercicio del poder, por lo que es esencial para nosotros establecer claramente
de que hablamos cuando hablamos de poder.
Y lo primero que vamos a decir es que el poder no es un
atributo de las personas ni es exclusivo de determinados rasgos jerárquicos en
la organización, sino que el poder se da en el marco de las relaciones
sociales. Por lo tanto, analizar el poder, es analizar las relaciones de poder.
Michel Foucault (2012), plantea que las relaciones de
poder no solo están representadas por las normas, el derecho o la ley, sino que
también hay que considerar las coacciones extrajurídicas sobre los individuos y
que atraviesan todo el cuerpo social; a lo que nosotros agregaríamos incluidas
en el cuerpo social, las organizaciones. Para este autor lo extrajurídico seria
por ejemplo cuando un médico psiquiatra decide sobre la internación de un
individuo, con lo cual lo pone en un estatus que no es el del ciudadano con
todas las de la ley.
Esto lo lleva a decir que los aparatos de dominación
son numerosos, por lo que se produce un entrelazamiento de relaciones de poder
que hacen posible la dominación.
En el caso de las empresas, no solo hay un poder
jerárquico que emana del conductor ejecutivo de la empresa -sea este individual
o colectivo, un dueño o los cuadros jerárquicos-, sino que también habría que
considerar que la posibilidad de pérdida de su fuente de ingresos por parte del
trabajador, es parte de las relaciones de poder que se ponen en juego en la
organización.
Por nuestra parte, lo expuesto por Foucault, nos
muestra que si bien las relaciones de poder son asimétricas, también pueden ser
inestables, pues generan la resistencia; de hecho estas relaciones pueden
modificarse con el tiempo, puesto que no son fijas.
Para Zygmunt Bauman (1994), las diferencias en los
grados de libertad son diferencias de
poder, pues caracteriza a éste como la capacidad de actuar, de elegir
libremente los fines como dominar los medios para llevar a cabo esos fines. El poder así es actuar más libremente que
otros, o ver limitada la libertad de elección.
Resume su posición cuando sostiene que el poder da la capacidad de
valerse de los actos de otras personas para alcanzar los propios fines.
¿Cómo se ejerce entonces el poder? El primer modelo es
a través de la coerción, donde se manipula una situación para que los
recursos de otra persona se tornen ineficaces, o de manera de reconfigurar los
valores de la otra persona.
El otro método, lo define como más costoso para el
poderoso y consiste en “hacer que los deseos del otro trabajen para mí”.
O sea que las otras personas alcanzarán sus valores si siguen las normas
establecidas por el poderoso. Bauman da aquí el ejemplo del soldado, que es
recompensado con medallas por matar al enemigo. De esta manera, el valor del
subordinado es un recurso de sus superiores y sus sueños son puestos al
servicio de fines establecidos por los poderosos.
Ahora, la capacidad de influir sobre los valores de
otras personas, es un atributo de lo que denominamos autoridad; o sea que la
autoridad de una persona o una organización se reduce a la probabilidad de que
otras personas sigan su consejo o ejemplo.
Pero para que exista la autoridad, se debe producir una
legitimación, un argumento que demuestre que el consejo debe seguirse y la
escala de valores aceptada.
¿Y cuáles son las formas de legitimación de la
autoridad?
Una sería la de la tradición, donde los valores son
presentados como dignos de estima debido al respaldo de ésta. Se trata de ser
fiel al pasado, a la herencia común con un grupo; donde las viejas virtudes son
venerables por el hecho de ser viejas. Pero también nos dice Bauman que en
épocas de cambios rápidos, a veces las innovaciones radicales son presentadas
como una restauración de viejas y conocidas costumbres, para reducir la incertidumbre
provocada por los cambios.
Otra forma de legitimación es la carismática, donde la
aceptación de los valores está motivada en que el predicador de esos valores
posee una sabiduría inusual, intuición o acceso a fuentes de conocimiento que
garantizan su visión y su decisión; la iglesia es presentada por Bauman como la
clásica organización carismática.
Y la otra legitimación es la legal-racional, donde las
organizaciones y las personas autorizadas a hablar en su nombre, tiene el
derecho legalmente garantizado de establecer que acciones realizar y que existe
la obligación asimismo de obedecer sin discutir.
El poder no solo requiere de legitimación, sino también
de la posesión de ciertos saberes; saberes que pueden ser formales o
informales. En una organización, por ejemplo, el conocimiento de los mecanismos
informales de toma de decisiones constituye un mecanismo de poder sobre quienes
no poseen ese conocimiento, aunque no existan relaciones jerárquicas entre
quienes poseen y quienes no, pues el poder son relaciones.
También el poder requiere de una verdad compartida
entre los que participan de una red de poder, pues si no existieran estas
formas de verdad, estos argumentos, el ejercicio del poder se debilita o puede
hacerse imposible ejercerlo.
Como hemos visto, no se puede comprender el poder al
margen del gobierno de la organización; y el gobierno implica participación y
toma de decisiones, pero también tratamiento del conflicto.
Si la dinámica de una organización está dada
fundamentalmente a partir de las relaciones sociales que se producen en ella,
la dinámica de las relaciones sociales está dada por el conflicto.
En la literatura tradicional de la gestión de
organizaciones o management por su
término en inglés, el conflicto tiende a ser visualizado como una anomalía,
como una patología, un problema o una anomia.
En realidad pensamos que esto se relaciona con una
visión estática de la vida social, en tanto que la sociedad humana es
permanente cambio y contradicción, como nos enseña la lógica dialéctica. Sin
movimiento no hay cambio, pero siempre en todo movimiento hay contradicciones
y, por supuesto, estas contradicciones generan conflicto. Pero visto desde esta
perspectiva, el conflicto puede entonces ser analizado como motor del cambio.
Los niveles en que puede analizarse el conflicto son el
intrapsíquico, el interpersonal y el de los grupos sociales.
El primero tiene que ver con la psiquis, con el
individuo y, en ese sentido, es importante la visión de Sigmund Freud para su
comprensión. Para el psicoanálisis, según el Diccionario de Psicoanálisis
(1981), el conflicto se da cuando en el sujeto se oponen exigencias internas
contrarias y el conflicto es visto como constitutivo del ser humano.
Los interpersonales, se producen en parejas y en los grupos
por contraposición de intereses, siendo comunes en los equipos de trabajo en
las organizaciones.
Y los de los grupos sociales, surgen claramente cuando
se analizan las clases sociales y los conflictos de clase, que también son
constitutivos de las organizaciones lucrativas.
Pero si el conflicto puede ser visto como motor del
cambio, es parte de una relación dinámica dentro de la organización y no pueden
ser evitados, pero sí enfrentados y tratados de manera de orientarlos hacia el
consenso en la organización, aún en el marco de objetivos contrapuestos.
Los procesos democráticos, se nutren de conflictos, que
son los que colaboran para que la organización crezca a partir del debate
fructífero entre sus integrantes y, considerando los motivos del conflicto,
elaborar nuevos caminos, perspectivas o modelos que no solo colaboren con
superar el conflicto sino también con encontrar nuevos caminos para las
organizaciones.
Bibliografía
Bauman Zygmunt. Pensando sociológicamente.
Capítulo 6: Poder y elección. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1994.
Capanna Pablo. El
efecto Hawthorne. Diario Página 12, Suplemento Futuro, Buenos Aires, 6 de
octubre de 2012.
Coriat Benjamín. El taller y el cronómetro. Ensayo
sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa. Siglo Veintiuno
editores, México, 1982.
Coriat Benjamín. El taller y el robot. Ensayos
sobre el fordismo y la producción en masa en la era electrónica.
Prólogo. Siglo Veintiuno editores, México, 2000.
Foucault Michel. El poder, una bestia magnífica. Sobre
el poder, la prisión y la vida. Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires,
2012.
Laplanche J. Y Pontinalis J-B-. Diccionario de
Psicoanálisis. Editorial Labor, Barcelona, 1981.
Petriela Ángel. Contraviento. Organizaciones y Poder.
Capítulo 2: Organizaciones y pensamiento organizacional. Ediciones IMFC, Buenos
Aires, 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario