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martes, 3 de diciembre de 2024

 

“LO QUE NOS DEJARON LAS REVISTAS”

Dr. Carlos A. J. Molinari

Durante el siglo XX, las revistas de difusión masiva, se convirtieron progresivamente en una poderosa fuente de información y transmisión de conocimiento, así como moldeadoras de la opinión pública.

No importa su formato, sea puro texto o su combinación con la gráfica; desde una fotonovela a noticias a través de la fotografía, desde las literarias a las políticas, pasando por todas las combinaciones posibles de revistas especializadas, cumplieron con una función que, en muchos casos, las transformó sino en sustitutos, como mínimo en complementarias de los libros y también de los diarios y periódicos, por su capacidad para profundizar en diversos temas.

Pero todo este universo gráfico, entró en un período de extinción a partir de la difusión de las tecnologías digitales, en especial desde la pandemia mundial del año 2020, donde la dinámica de ese momento condujo a un reemplazo progresivo de los materiales en papel.

Un reemplazo, que no solo está significando el fin de un formato en sí mismo. ¿A qué me refiero?

No pretendemos hacer una historia de las revistas, siempre modificándose a la par de los cambios sociales. Si bien pensamos que hay una historia en común, tomaremos como base del análisis, como el espectro de este medio se mostraba en los últimos cincuenta años.

En este sentido, tenemos que analizar dos cuestiones en relación con las revistas: su forma y su contenido.

Cuando hablamos de forma, no estamos pensando solamente en la revista, sino también en su exhibición. El lugar casi podríamos decir natural de presentación de las revistas, fue durante el siglo XX, por lo menos en Argentina, y en los inicios del XXI, el kiosco de diarios y revistas. Este espacio de exposición de las publicaciones gráficas, posibilitaba al potencial lector, captar con una mirada casi diríamos superficial, el conjunto de la oferta. Nombres de los medios, artículos, arte de tapa, fotografías. El comprador, se veía tentado por las distintas posibilidades que le brindaban las revistas, generando un efecto de incentivar el impulso hacia la compra; meditado a partir de lo que se observaba o simplemente como acto compulsivo basado en expectativas. Pero lo más importante, era que se podía observar el conjunto, las ideas subyacentes en cada publicación, los intereses de cada lector/observador. Con las tecnologías digitales, esta posibilidad desaparece; el lector debe buscar en una base de datos cuasi infinita, sin conocer cuál es la oferta, sin encontrar quizás lo que podría ser de su interés. Solo encuentra lo que le ofrecen, que en muchas oportunidades depende de lo que un algoritmo interpreta sobre sus necesidades o de quienes pagan por ser encontrados. Pero que pasa con aquello que nos podría interesar, pero no lo sabemos aún, o lo que podría despertar nuestra curiosidad, pero nunca sabremos que existe.

La otra cuestión de la forma, se refiere al medio en sí, donde la tapa juega un papel central en el mismo. Una gráfica, generalmente fotografía, que nos atrae a una primera mirada, que nos llama la atención; primer hecho fundamental. Pero también texto, que nos cuenta el contenido del material, aquello que podría despertar el interés por la lectura; o el nombre de quien escribe, un acicate también para el observador indeciso. Asimismo, el nombre de la revista jugaba un papel esencial, en cuanto nos sumergía en los hechos, planteos, ideas, que podríamos hallar. Aunque ese nombre, que delataba una conexión con nuestro imaginario y con nuestras necesidades de información, podía resultar engañoso; por eso siempre estaba el resto de la tapa, para confirmar o rechazar nuestra expectativa.

En ciertos casos, la gráfica de tapa lo era casi todo para conquistar al lector; en una revista de historietas, en una de política, en una deportiva. Aunque casi siempre, los textos complementaban para inducir a la compra.

En el caso de las denominadas revistas-libro, por tratarse de materiales más vinculados a la literatura o las ciencias sociales y humanas, la tapa jugaba otro papel, debido al lugar de exhibición, las librerías. Pero no perdía su importancia, ya que al dirigirse a un lector más especializado, el texto con los autores y los nombres de los artículos, reemplazaban a la gráfica, aunque no totalmente, ya que algunas la mantenían.

Pero quizás lo más importante que nos generaban las revistas, más allá del atractivo estético de las mismas, era la estructura de organización de la lectura, en relación directa con la potencialidad del contenido.

Frente a la estructura de las revistas digitales, donde una de las características es lo ajustado del texto –los lectores cada vez soportan menos la extensión desmesurada-, la revista física, aún con la lógica limitación del espacio, daba lugar al artículo de profundidad; no importa lo que esto significara en cada tipo de revista.

A su vez, el texto podía combinarse con fotografías, grabados, o cualquier tipo de gráfica, que no solo complementaban al artículo, sino que incluso podía aportar estéticamente al material en general o tener valor por sí mismo.

Hasta las revistas-libro, como fue por ejemplo la primera de este tipo a la que tuve acceso como lector, la revista Planeta, complementaba con fotografías y grabados, lo que realzaba y complementaba el propio artículo.

También posibilitaba la revista, leer un artículo, dejarlo y retomar en distintos momentos, ya que siempre estaba al alcance de la mano. En nuestra cultura digital, se deja un artículo o la propia revista y se torna difícil retomar, ya que una nueva apertura del dispositivo es acceder a nuevos contenidos que reemplazan lo anterior.

La revista, dependiendo de las características de su contenido, acompañaba la semana o el mes al lector, permitiendo un acceso casi total al contenido de la misma.

Otro tema relevante, es la forma en que se lee, lo que antes denominamos la estructura de la lectura. En la combinación de texto, fotografía y grabado o dibujo, es factible ir y volver entre los distintos materiales, u organizar la lectura de acuerdo a los intereses o los sentimientos del lector en cada momento; un proceso casi imposible en la lectura digital.

Más de un pensador, ha sostenido que no importa el formato, si el texto está inscripto en piedra o en papel en un libro, sino que lo importante es el contenido. Me encuentro entre quienes pensaban así y que, por lo tanto, lo digital era solo un problema de soporte.

En realidad, no lo es. El soporte no es solo de las palabras escritas, también lo es de una manera de leer, de organizar este proceso, igual que también lo es de una forma de exponer el contenido por parte del autor y de asimilación del mismo por el lector.

El potencial desplegado por la combinación entre imprenta y libro de papel, generó calidad de exposición combinada con posibilidad de profundizar sin límite esa exposición. Además de que el libro de papel, impulsaba la lectura reflexiva, en ese ir y venir entre renglones y entre páginas.

De la misma forma operaba la revista en papel, esa que se encuentra en extinción.

El problema, es que no se extingue simplemente un formato, lo que se extingue es una posibilidad de acceso al conocimiento más profundo, sea cual fuere el mismo.