SOBRE LA
OBSOLESCENCIA PLANIFICADA EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE
Un
artículo publicado en la edición electrónica de la revista estadounidense Wired
en español, el 10 de abril de 2025, hace hincapié en la importancia del “derecho
a reparar”. Se refiere fundamentalmente a los productos tecnológicos, como
celulares o computadoras, que los consumidores suelen cambiar, no solo al
compás de las modificaciones tecnológicas, sino generalmente frente a roturas
de los mismos, que en la actualidad resulta muy costoso cuando no imposible de
reparar.
A
partir esencialmente de la década de 1950, la obsolescencia planificada de los
productos, se transformó en una técnica utilizada por las empresas para
garantizar el reemplazo de los mismos por parte de los consumidores, generando
así una rueda imparable de nuevas ventas y utilidades para los fabricantes. Un
concepto, el de la obsolescencia planificada, que nos permitimos obviar aquí,
ya que fue descripto con mucha claridad por el estadounidense Vance Packard, ya
en esa década, así como profundizado y ampliado por muchos autores durante el
siglo XX y los inicios del XXI.
La
vieja época, donde productos como los electrodomésticos se fabricaban para una
duración indeterminada, la máxima posible, fue quedando atrás ante la
necesidad, marcada por la competencia y por el impulso a generar cada vez más
utilidades, de bajar costos y aumentar las ventas.
Productos
como las heladeras, lavarropas, equipos de audio u otros, hicieron la
transición de los 10 o hasta 20 años de duración, a los cinco o menos años, en
algunos casos.
Para
acelerar este proceso, las reparaciones se fueron complejizando, dado que las
empresas fueron dejando de proveer al mercado los repuestos, que posibilitaban
reparar los productos ante el desgaste natural de algunas piezas.
Un
proceso que se aceleró con la digitalización, donde computadoras y celulares,
comenzaron a dominar nuestras vidas. Al problema de los repuestos y la
complejidad de la reparación, producto de los conocimientos necesarios para las
mismas, se agregó el que las empresas del este sector, comenzaron a utilizar
los cambios en el software, para forzar los cambios en el hardware.
Consideramos
que no es relevante en este artículo profundizar en el desarrollo de estos
cambios, que se pueden investigar con abundante información disponible, sino
marcar que los mismos se produjeron y, aún lo hacen, sin pausa.
Esta
situación, no solo impactó en los consumidores, en cuanto al aumento del gasto
por renovación –aclaramos que en este artículo solo nos estamos refiriendo a
electrodomésticos y artículos electrónicos, aunque se pueden extrapolar estas ideas
hacia otros productos-, sino que tuvo y tiene un impacto ambiental ya imposible
de soslayar. Un impacto ambiental que se da a escala global, ya que los grandes
países consumidores, no alcanzan a reciclar la mayoría del desecho, lo que hace
que en muchos casos, estos productos ya descartados, se exporten hacia países
de América Latina, Asia y África, aumentando el riesgo de un colapso medio
ambiental a escala planetaria.
Como
sostiene una veja frase, cada amenaza, en este caso la amenaza proteccionista
del gobierno de los EE.UU. pero que se puede replicar a nivel mundial, genera
oportunidades.
Por
una parte hacia aquellas empresas que se interesen en explotar un negocio que
aparecía en declive, como es el caso de las reparaciones; éstas últimas en un doble
sentido, ya que no solo se trata de reparar los productos en uso, sino también
de restaurar productos que puedan ser utilizados para su venta de segunda mano.
A nivel de celulares y computadoras, ya existen compañías que han demostrado
que puede ser un buen negocio dedicarse a poner nuevamente en funcionamiento
equipos descartados, utilizando partes de varios de ellos para componer un
nuevo artefacto.
Pero
la otra columna vertebral de este proceso, tiene que estar dada por el hecho de
que las empresas provean los repuestos, para que los servicios técnicos puedan
reparar los equipos y se continúen utilizando. Para que esto funcione, aparece
un actor central que son los Estados nacionales y los organismos
multilaterales.
Si
las empresas solo privilegian el valor del capital accionario y el incremento
sostenido de las ganancias, solo el Estado puede imponer regulaciones que
sostengan el bienestar general[1].
En
este sentido, se hace necesario obligar, a partir de la legislación, a que las
empresas fabricantes provean durante un tiempo prudencial los repuestos y
partes necesarias, para que los consumidores se encuentren con la oportunidad
de reparar sus equipos sin necesidad de recurrir a su reemplazo.
De
esta manera, se producirían varios efectos. Se beneficia la economía personal,
al no tener que destinar dinero al cambio de equipamiento que se encuentra en
condiciones de ser reparado. Por otra parte, se produce un beneficio ambiental,
ya que disminuye la cantidad de desechos en forma sustancial. Asimismo se crea
un importante mercado, el de la reparación y venta de equipos de segunda mano,
que no es relevante en la actualidad, debido a las políticas de obsolescencia;
sin contar también la ampliación del mercado de la venta de repuestos.
Las
objeciones a esta política vienen desde dos flancos. Las empresas productoras,
que sostendrían que este tipo de normas disminuiría sus ganancias y, por lo
tanto, el valor de mercado de las mismas, lo cual es cierto solo parcialmente.
Quizás disminuirían sus utilidades por la menor venta en el tiempo de nuevos
equipos, pero seguirían ganando dinero; de hecho esto fue así durante mucho
tiempo en el desarrollo del capitalismo. Además de que generarían utilidades
por la venta de repuestos a un mercado ávido de los mismos, así como la
oportunidad de participar en el mercado de reparaciones y venta de equipos de
segunda mano.
La
otra gran objeción de las empresas, es que disminuiría la mano de obra ocupada,
ya que se fabricarían menos equipos por la no sustitución de los mismos. Si
bien la solución a esta cuestión es parte de políticas macroeconómicas
estatales, hay que señalar que tampoco esto sería como el planteo original. Las
empresas utilizarían parte de su producción para la fabricación de partes y
repuestos; pero también podrían orientar una parte de su producción al
reciclado de los productos descartados y puesta a nuevo, lo que sumaría a los
productores al mercado del reciclado.
Lo
que estamos planteando, es una propuesta estratégica para enfrentar un nuevo
escenario en el mundo global, que requiere de políticas de Estado en
coordinación con las empresas, pero siempre poniendo en primer plano los
intereses de la sociedad en su conjunto.
Reparar,
reciclar y reacondicionar, constituirían los pilares no solo del cuidado
ambiental, sino también de la creación de oportunidades de nuevos negocios, con
beneficios para el Estado, los consumidores y las organizaciones lucrativas.
[1] Para ampliar sobre esta
cuestión, ver: Molinari Carlos A. J. La
Responsabilidad Social Empresaria en el capitalismo tardío. Editorial
Biblos, Buenos Aires, 2022.