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lunes, 21 de abril de 2025

 

SOBRE LA OBSOLESCENCIA PLANIFICADA EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE

 Dr. Carlos A. J. Molinari

 A partir de la asunción de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU., se ha desatado un verdadero terremoto en el comercio internacional, como resultado de su política proteccionista, utilizando los aranceles a la importación en su país. Más allá de cómo se desarrollen los acontecimientos en el corto plazo y sus consecuencias, tanto en el mediano como en el largo plazo, un futuro por ahora imposible de prever, lo cierto es que se producirá una transformación en las relaciones internacionales que impactará, a no dudarlo, en todos los procesos productivos y comerciales; además de los cambios en las estrategias de los países y las empresas.

Un artículo publicado en la edición electrónica de la revista estadounidense Wired en español, el 10 de abril de 2025, hace hincapié en la importancia del “derecho a reparar”. Se refiere fundamentalmente a los productos tecnológicos, como celulares o computadoras, que los consumidores suelen cambiar, no solo al compás de las modificaciones tecnológicas, sino generalmente frente a roturas de los mismos, que en la actualidad resulta muy costoso cuando no imposible de reparar.

A partir esencialmente de la década de 1950, la obsolescencia planificada de los productos, se transformó en una técnica utilizada por las empresas para garantizar el reemplazo de los mismos por parte de los consumidores, generando así una rueda imparable de nuevas ventas y utilidades para los fabricantes. Un concepto, el de la obsolescencia planificada, que nos permitimos obviar aquí, ya que fue descripto con mucha claridad por el estadounidense Vance Packard, ya en esa década, así como profundizado y ampliado por muchos autores durante el siglo XX y los inicios del XXI.

La vieja época, donde productos como los electrodomésticos se fabricaban para una duración indeterminada, la máxima posible, fue quedando atrás ante la necesidad, marcada por la competencia y por el impulso a generar cada vez más utilidades, de bajar costos y aumentar las ventas.

Productos como las heladeras, lavarropas, equipos de audio u otros, hicieron la transición de los 10 o hasta 20 años de duración, a los cinco o menos años, en algunos casos.

Para acelerar este proceso, las reparaciones se fueron complejizando, dado que las empresas fueron dejando de proveer al mercado los repuestos, que posibilitaban reparar los productos ante el desgaste natural de algunas piezas.

Un proceso que se aceleró con la digitalización, donde computadoras y celulares, comenzaron a dominar nuestras vidas. Al problema de los repuestos y la complejidad de la reparación, producto de los conocimientos necesarios para las mismas, se agregó el que las empresas del este sector, comenzaron a utilizar los cambios en el software, para forzar los cambios en el hardware.

Consideramos que no es relevante en este artículo profundizar en el desarrollo de estos cambios, que se pueden investigar con abundante información disponible, sino marcar que los mismos se produjeron y, aún lo hacen, sin pausa.

Esta situación, no solo impactó en los consumidores, en cuanto al aumento del gasto por renovación –aclaramos que en este artículo solo nos estamos refiriendo a electrodomésticos y artículos electrónicos, aunque se pueden extrapolar estas ideas hacia otros productos-, sino que tuvo y tiene un impacto ambiental ya imposible de soslayar. Un impacto ambiental que se da a escala global, ya que los grandes países consumidores, no alcanzan a reciclar la mayoría del desecho, lo que hace que en muchos casos, estos productos ya descartados, se exporten hacia países de América Latina, Asia y África, aumentando el riesgo de un colapso medio ambiental a escala planetaria.

Como sostiene una veja frase, cada amenaza, en este caso la amenaza proteccionista del gobierno de los EE.UU. pero que se puede replicar a nivel mundial, genera oportunidades.

Por una parte hacia aquellas empresas que se interesen en explotar un negocio que aparecía en declive, como es el caso de las reparaciones; éstas últimas en un doble sentido, ya que no solo se trata de reparar los productos en uso, sino también de restaurar productos que puedan ser utilizados para su venta de segunda mano. A nivel de celulares y computadoras, ya existen compañías que han demostrado que puede ser un buen negocio dedicarse a poner nuevamente en funcionamiento equipos descartados, utilizando partes de varios de ellos para componer un nuevo artefacto.

Pero la otra columna vertebral de este proceso, tiene que estar dada por el hecho de que las empresas provean los repuestos, para que los servicios técnicos puedan reparar los equipos y se continúen utilizando. Para que esto funcione, aparece un actor central que son los Estados nacionales y los organismos multilaterales.

Si las empresas solo privilegian el valor del capital accionario y el incremento sostenido de las ganancias, solo el Estado puede imponer regulaciones que sostengan el bienestar general[1].

En este sentido, se hace necesario obligar, a partir de la legislación, a que las empresas fabricantes provean durante un tiempo prudencial los repuestos y partes necesarias, para que los consumidores se encuentren con la oportunidad de reparar sus equipos sin necesidad de recurrir a su reemplazo.

De esta manera, se producirían varios efectos. Se beneficia la economía personal, al no tener que destinar dinero al cambio de equipamiento que se encuentra en condiciones de ser reparado. Por otra parte, se produce un beneficio ambiental, ya que disminuye la cantidad de desechos en forma sustancial. Asimismo se crea un importante mercado, el de la reparación y venta de equipos de segunda mano, que no es relevante en la actualidad, debido a las políticas de obsolescencia; sin contar también la ampliación del mercado de la venta de repuestos.

Las objeciones a esta política vienen desde dos flancos. Las empresas productoras, que sostendrían que este tipo de normas disminuiría sus ganancias y, por lo tanto, el valor de mercado de las mismas, lo cual es cierto solo parcialmente. Quizás disminuirían sus utilidades por la menor venta en el tiempo de nuevos equipos, pero seguirían ganando dinero; de hecho esto fue así durante mucho tiempo en el desarrollo del capitalismo. Además de que generarían utilidades por la venta de repuestos a un mercado ávido de los mismos, así como la oportunidad de participar en el mercado de reparaciones y venta de equipos de segunda mano.

La otra gran objeción de las empresas, es que disminuiría la mano de obra ocupada, ya que se fabricarían menos equipos por la no sustitución de los mismos. Si bien la solución a esta cuestión es parte de políticas macroeconómicas estatales, hay que señalar que tampoco esto sería como el planteo original. Las empresas utilizarían parte de su producción para la fabricación de partes y repuestos; pero también podrían orientar una parte de su producción al reciclado de los productos descartados y puesta a nuevo, lo que sumaría a los productores al mercado del reciclado.

Lo que estamos planteando, es una propuesta estratégica para enfrentar un nuevo escenario en el mundo global, que requiere de políticas de Estado en coordinación con las empresas, pero siempre poniendo en primer plano los intereses de la sociedad en su conjunto.

Reparar, reciclar y reacondicionar, constituirían los pilares no solo del cuidado ambiental, sino también de la creación de oportunidades de nuevos negocios, con beneficios para el Estado, los consumidores y las organizaciones lucrativas.



[1] Para ampliar sobre esta cuestión, ver: Molinari Carlos A. J. La Responsabilidad Social Empresaria en el capitalismo tardío. Editorial Biblos, Buenos Aires, 2022.

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