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viernes, 26 de febrero de 2021

 

LOS ARCHIVOS FAMILIARES Y LA CONSTRUCCIÓN

DE UNA HISTORIA SOCIAL

 

Mg. Carlos A. J Molinari

 

El interés de la investigación histórica, ha estado centrado tradicionalmente en los archivos familiares como fuente de estudio de personajes relevantes o de sus familias, cuando éstas han sido o son parte de importantes acontecimientos en los distintos momentos de la evolución de la humanidad.

Resulta claro que tanto en lo que denominamos la Antigüedad como en la Edad Media del espacio que consideramos parte de nuestro horizonte civilizatorio –el Medio Oriente y lo que hoy constituye Europa-, así como de otras regiones del mundo, las fuentes a las que tenemos acceso, refieren siempre a sus gobernantes, estructuras religiosas o líderes militares. El resto de los humanos entran en la historia como seres anónimos, que solo en contadas ocasiones nos permiten acceder a sus nombres o a sus preocupaciones o afectos.

Descubrimientos como por ejemplo los poblados de los constructores de pirámides en el Antiguo Egipto, donde aparecen ostracas con los nombres o mensajes de trabajadores, o grafitis, escritos en piedra u otros soportes, que nos posibilitan conocer nombres y preocupaciones de soldados o gente del pueblo en distintos lugares del planeta, así como distintos signos de la presencia de hombres comunes, representan un momento especial para historiadores y/o arqueólogos, pues les posibilitan abrir una puerta a la vida cotidiana de seres humanos ignotos, pero que constituyen nuestros ancestros.

La documentación jurídica en la Edad Media europea permite apenas atisbar algunos aspectos de estas personas, pero a partir de los litigios o de la visión siempre sesgada de los jueces, sean estos seculares o de la Inquisición.

Emile Mireaux, en su obra La vida cotidiana en tiempos de Homero, intenta reconstruir la vida cotidiana en la Grecia de los siglos VIII y VII a.e.c., a partir fundamentalmente de las inferencias que se pueden realizar desde las obras de Homero y otras fuentes, a falta de cualquier documentación específica, sobre todo que hubiera sido producida por los propios actores. Lo expuesto revela la dificultad de acceder a lo que pensamos como los problemas, las preocupaciones, los afectos de los que constituían el pueblo, en todos sus estratos y dimensiones.

Esta situación obedece a un sinnúmero de causas que escapan a los objetivos de este artículo y que sería imposible estandarizar sin considerar espacios geográficos, momentos históricos, tipo de sociedad, etc.

Pero entre las que podemos citar se encuentra en primer lugar el escaso o nulo acceso a la escritura por parte de esas distintas clases subalternas –situación que aplica en muchas circunstancias a miembros de las clases gobernantes-, sin que esto implique por supuesto que la situación descripta pueda ser aplicada en forma lineal en todos los pueblos de la antigüedad o inclusive en la Edad Media europea o de otras zonas del globo. Se pueden distinguir distintos casos y cambios en los diferentes períodos históricos, pero no hay dudas que hasta el surgimiento del capitalismo y las distintas transformaciones posteriores, la adquisición de esta habilidad no había sido en la historia una posibilidad o el sentimiento de una carencia para la mayoría de los seres humanos.

Además de que para los propios historiadores y cronistas, lo que estaba en el centro de sus preocupaciones era la transmisión de los grandes acontecimientos de su tiempo o sus pensamientos acerca de la sociedad, la naturaleza o la religión; no la problemática de la gente común, su espiritualidad, su relación con las cosas y con otras personas.

Por otra parte, a quienes formaban parte de las clases subalternas, no importa el período histórico que podamos considerar, no se les podía ocurrir transmitir sus vivencias, sus historias; se trataba de algo que no podía formar parte de su esquema mental. Por supuesto que siempre podemos encontrar excepciones en la historia, pero podemos sostener que en general los hombres comunes, aquellos que formaban parte de los que producían para las clases dominantes y para el propio aparato del Estado –no importa la forma que este asumiera-, veían su trascendencia en el transcurrir de la vida y en la muerte y las promesas de las distintas religiones, aunque no en la descripción de su hacer cotidiano o de sus relaciones con otros seres. Estos hombres se veían a sí mismos como una parte integrante de una comunidad, cuyos destinos eran regidos, por dioses, reyes y nobles.

Excepción, como hemos citado, de contados documentos que nos ha legado la historia, sobre la vida de esos hombres ignotos.

A lo expuesto, se agrega otro relevante elemento que interactúa con los anteriores, como es la inexistencia de soportes que posibilitaran que esas personas pudieran registrar sus ideas en su paso por la vida.

Un papiro o un pergamino eran lo suficientemente costosos como para que pudieran ser utilizados por sectores que no pertenecieran a las clases dominantes o en función de los intereses estatales o religiosos, los que normalmente se solapaban. Igual sucedía con las imágenes, representadas en piedra u otros materiales duros, o aún en las pinturas; formas destinadas a plasmar a los gobernantes, a los dioses o a una vida social anónima.

Los hombres formaban parte de una sociedad y todavía no había surgido el concepto de individuo en la historia; un concepto que portaría la burguesía europea en su ascenso como clase dominante, en el camino de la instauración del capitalismo.

Aunque ese concepto de individuo, que podemos apreciar ya a partir del siglo XV en pinturas como las de Jan van Eyck o posteriormente Rembrandt, corresponde todavía a un sector minoritario como era la nueva clase burguesa; inclusive cuando aparecen los hombres comunes como en las pinturas de Pieter Brueghel el Viejo, lo hacen de manera totalmente innominada.

Pero esa clase social en ascenso, también había dado lugar a un nuevo invento como la imprenta, que va a tener una importante implicancia en nuestro planteo, ya que los hombres –aunque hasta ese momento los letrados seguían siendo un sector minoritario-, comenzaban a tener posibilidad de difundir lo que podían escribir[1].

En este proceso, con las limitaciones que hemos expuesto en cuanto al lento camino de adquisición de habilidades de lectura y escritura y, a partir de la mejora de las técnicas de fabricación de papel y su consiguiente difusión, comienza el crecimiento de la correspondencia personal, que permite que sectores crecientes de la población registren sus pensamientos, sus intereses, sus sentimientos[2].

Es en el siglo XIX cuando en Europa se produce un desarrollo tecnológico acelerado del capitalismo y, por lo tanto, el alumbramiento de nuevas invenciones, como la fotografía y el cine, que se iban a masificar de una manera en los siglos posteriores, que su utilización iba a encontrarse al alcance de cada vez mayores sectores de la población, en forma disímil, pero en todos los países del globo.

Otro gran hito representó el crecimiento de la prensa escrita, que de la difusión de noticias de carácter político y económico, se transformó paulatinamente en un eco de la vida social. De esta manera cada vez más personas, en su carácter de periodistas y narradores, pasaron a engrosar quienes escribían en ella. Además de que personas hasta entonces ignotas, comenzaron a ser actores de las noticias; ya no se trataba solo de figurar en un expediente judicial, sino que por motivos de otra índole, podían ser parte de un artículo y abandonar el anonimato, aunque fuera solo por un instante en términos de tiempos históricos.

No se agotan en los casos citados, las distintas formas en que los individuos fueron ingresando en el gran libro de la historia. Los testamentos también representaron uno de esos caminos, aunque se tratara de personas que poseían un patrimonio que legar y, por lo tanto, solo representaran a un sector minoritario.

Si el siglo XIX representó una etapa de apertura de grandes invenciones, no lo iba a ser menos el siglo XX que además de las tecnológicas iba a incorporar una invención social, los mercados masivos.

Las posibilidades de escribir, de fotografiar, de filmar se fueron transformando progresivamente en una actividad masiva, hasta llegar al siglo XXI, donde a partir de los teléfonos celulares, las redes sociales y el soporte que significa la red internet, se va posibilitando a los seres humanos registrar las distintas etapas de su paso por la vida.

Entonces en los dos últimos siglos, hemos y estamos asistiendo a la proliferación, en forma creciente, de documentación acerca de la vida privada de los distintos individuos, como nunca había sucedido en la historia.

Pero también nos encontramos con el problema de que mucha de esa documentación, por distintas causas, tiene existencia efímera. Con el paso de las generaciones las fotos, filmaciones y demás documentos en formato físico se van perdiendo solo sobreviviendo muy pocas en proporción, en museos o archivos o, en menor medida en ferias de antigüedades, donde en el caso de las fotos solo conservan el valor de época, sin datos generalmente que permitan reconstruir una historia detrás del documento.

El mismo destino encuentra también la correspondencia, diarios personales, documentación de identidad, retratos y otras, que van perdiendo su sentido para muchos particulares como decíamos, con el paso de las generaciones.

Entonces nos encontramos frente a dos cuestiones importantes; por una parte, disponemos de información como nunca había sucedido antes en la historia, tanto cuantitativa como cualitativa, sobre la vida de individuos que ya han dejado de ser anónimos, lo que posibilita profundizar en los estudios de una historia social, del hacer y sentir cotidiano de las personas y, por lo tanto, de las ideas y aspiraciones del conjunto social del que forman parte.

Pero por otra parte, muchos de esos datos se pierden o se transforman en documentos anónimos, donde una parte de su valor queda escindida. Y si bien se podría argumentar que muchos de esos datos son intrascendentes para la reconstrucción de una historia social, quizás también debamos decir que son los futuros historiadores quienes en muchos casos podrán establecer la importancia de cada documento.

El problema que se nos presenta, en función de lo expuesto, es como generar una conciencia de preservación de documentos familiares, como transformarlos en archivos y como garantizar la transmisión de los mismos, sea en el ámbito particular como en el ámbito público, en los distintos estamentos en que este puede descomponerse: municipal, provincial, nacional, así como museos, bibliotecas y archivos.

 

¿Qué es un Archivo Familiar?

 

Se puede sostener, por lo tanto, que un archivo familiar va a estar compuesto de todos aquellos documentos que por distintas causas, nos permiten recomponer la trayectoria en la historia de una familia.

Aquí nos encontramos por supuesto con una primera traba en este proceso, la cual es determinar los límites de lo que denominamos familia. A lo que debemos agregar en Argentina, que es desde donde se escribe este artículo, transcurrieron pocas generaciones asentadas en nuestro país de muchas de las personas que hoy constituyen su población, dada la gran inmigración producida desde fines del siglo XIX, que fueron constituyendo lo que hoy genéricamente podríamos denominar el pueblo argentino.

Estas dos temáticas entrelazadas, pensamos que han conspirado con la preservación de muchos documentos, ya que por ejemplo los que en una generación constituyen parientes cercanos, dos o tres generaciones posteriores, pueden no constituir ni siquiera un recuerdo para algunos miembros de las familias. Ello unido en nuestro país a que mucha documentación que portaban los inmigrantes, correspondía a personas y vivencias en sus tierras de origen, desconocidas para sus descendientes, sobre todo pasada la primera generación asentada en Argentina.

En esta etapa, es interesante pensar como la documentación fotográfica por ejemplo, o la filmográfica, debería ser identificada por quienes pueden hacerlo, para que ese documento pueda ser valorizado como corresponde en el archivo familiar. Por supuesto que no todas las fotografías, como caso, necesitan imperiosamente para conservar su valor histórico, poseer el nombre o nombres de quienes participan en las mismas. En algunos casos el valor está puesto en quien tomó la fotografía; en otros casos en el motivo, o la vestimenta, o un tipo especial de festejo, etc., pero ello no invalida que la fecha o los participantes sean un elemento más del valor de la foto.

En nuestro siglo XXI, se agrega otro problema como es el de la supervivencia de los soportes digitales. Todo aquello que escribimos, fotografiamos, dibujamos, filmamos en soportes digitales está sujeto en primera instancia a la supervivencia de los software  y/o los hardware que le han dado origen; pero también a otras causales como la supervivencia de las páginas en las cuales por ejemplo se colocaron en la red internet esos documentos. Además de otras causas cotidianas como la pérdida o rotura de los artefactos desde los cuales se han generado los documentos.  De hecho, es más fácil muchas veces encontrar en una familia una foto en papel de un antepasado con más de 100 años de antigüedad que una foto de unas cercanas vacaciones, la cual se desconoce en que celular o tablet fue almacenada. Intentaremos con posterioridad en este artículo, volver sobre esta cuestión.

Pero también debemos preguntarnos acerca de los documentos escritos en una familia, como los diarios personales y la correspondencia, que en muchas oportunidades fueron escritos para que los lean solo los destinatarios o, en algunos casos como los diarios, solo el autor.

¿Es que deben legarse esos documentos, sobre todo considerando que con el correr de los años pueden terminar subastados a un tercero desconocido o formando parte de un archivo museográfico?

Por supuesto que no hay una respuesta única a este planteo, pero en principio nos inclinamos por la conservación de todos aquellos documentos que puedan utilizarse para reconstruir una historia social a partir de las vivencias de los individuos.

También nos encontramos frente a la situación de que no todo se puede conservar, aunque tenga utilidad para rastrear las formas de pensar o de sentir de una determinada persona. Como caso las bibliotecas, que independientemente del valor monetario de sus libros, de alguna manera representan el recorrido intelectual de su poseedor; además de que las anotaciones en cada obra del lector permiten analizar su universo de ideas.

De la misma forma podríamos referirnos a todos aquellos objetos que pueden ser, o son, representativos de historias personales y familiares, que por imperio de las herencias, se van desligando del núcleo de posesión original. Podemos citar aquí las pinturas, esculturas y otras formas de arte y artesanía; no estamos pensando en su valor pecuniario sino en su valor representativo para reconstruir una historia social familiar.

 

La problemática del almacenamiento digital

 

A partir del desarrollo de las tecnologías digitales y de la red internet, como soporte de las mismas –sin pretender desarrollar una génesis y estado de situación-, hemos asistido a un crecimiento como nunca sucedió en la historia, en la cantidad de información personal que las personas en el mundo han puesto a disposición, con más o menos recaudos, de otras personas, de empresas y gobiernos.

De esta manera correos electrónicos, fotos, opiniones y comentarios, artículos, filmaciones, han generado un cúmulo de datos que posibilitan pensar en un gran archivo personal y familiar a nivel mundial.

Frente a esta situación se presentan dos problemas. Por un lado cuáles de todos esos datos son relevantes y cuáles no, lo cual solo puede, en principio, ser determinado por el autor si es que el mismo estuviera interesado en construir un archivo personal. Pero por otra parte, nos encontramos frente a la cuestión de cómo preservar en el tiempo esos documentos que consideramos relevantes y que a su vez, podrían serlo para preservar una memoria individual y familiar.

Los cambios y actualizaciones en el software y en el hardware, la desaparición de sitios de intercambio y/o almacenamiento, el abandono por parte de los usuarios de los espacios de interacción o almacenamiento, la eliminación lisa y llana por cuestiones económicas de datos almacenados, sea este proceso por determinación del usuario o de los propietarios de los sitios, son algunas de las causas que provocan la pérdida de documentos producidos por las personas.

Resulta claro que, hasta un cierto límite, son los propios usuarios quienes pueden garantizar el resguardo de la documentación que se juzgue deba ser preservada. Pero decíamos hasta cierto límite, pues muchos datos son almacenados en dispositivos que dejan de funcionar o que pierden la capacidad de ser interpretados por un nuevo software, con lo cual muchos de esos datos también se pierden.

Además que no sabemos el destino de los datos que confiamos al almacenamiento en la nube, pues desconocemos que sucederá en el futuro con esos grandes servidores, ni sabemos sobre el interés de grandes corporaciones en preservarlos.

En definitiva, nos encontramos frente al hecho concreto de que la digitalización podría salvaguardar nuestros documentos y datos contra el desgaste de la materia, pero mientras que objetos materiales han sobrevivido miles de años alguna información digital se ha perdido en unos pocos años.

 

Conclusiones

 

Si bien siempre en la historia los avances en las técnicas de producción de escritura fueron posibilitando el registro de las actividades de los seres humanos, nunca como en los últimos doscientos años habíamos asistido a una revolución tecnológica que nos proporcionara tantos instrumentos para registrar la vida, puestos al alcance de cada individuo.

Esta situación ha generado la factibilidad de que cada persona pueda documentar muchos aspectos de su vida, con lo cual se pueden generar como nunca antes archivos familiares, que abren a los historiadores una puerta para reconstruir una historia social con base en los individuos, con sus afectos, opiniones, esperanzas, producción intelectual y artística; un proceso que enriquecería sin dudas nuestro conocimiento del pasado.

Tenemos por ejemplo la posibilidad de que las generaciones posteriores reciban productos intelectuales o artísticos, que no están destinados quizás a formar parte de un canon, pero sin los cuales se torna dificultoso comprender la vida espiritual de una época o de un colectivo.

Quizás sea el momento de pensar que esta tarea no podrá llevarse a cabo sin la existencia de un sistema de archivos donde participen museos, universidades, archivos estatales y privados, bibliotecas, etc., con el fin de resguardar, en acuerdo con los usuarios, los archivos familiares como fuente de una auténtica historia social de la humanidad. Pero esto solo será posible a partir de generar el interés en los individuos en la construcción y preservación primaria de estos archivos.

 

 

 

 

 

 

 



[1] Tampoco es objetivo de este trabajo desarrollar una historia de los soportes y la comunicación social. Para ampliar sobre este tema ver: Vázquez Montalbán Javier. Historia y Comunicación Social. Editorial Bruguera, Barcelona, España, 1980.

[2] Si bien la correspondencia existe desde que los hombres desarrollaron la escritura, sea la correspondencia comercial o por cuestiones de gobierno, nos referimos aquí a la correspondencia de contacto entre seres humanos por cuestiones meramente personales. Esta se va transformando de manera cada vez más masiva y abierta a amplios sectores de las poblaciones.

domingo, 17 de enero de 2021

 

 

EL CARGADOR DEL CELULAR, LA RENTABILIDAD

DE LA EMPRESA Y LA COMUNICACIÓN CON EL CLIENTE

 

Mg. Carlos A. J. Molinari

 

En el mes de octubre de 2020, la empresa Apple anunció que no incluiría los cargadores de batería y los audífonos en las cajas de los nuevos celulares I-Phone, justificando esta medida en la protección del medio ambiente.

De hecho, propone a sus consumidores la utilización de los auriculares o el cargador que ya se poseen de un modelo anterior, informando a su vez que incluirán en todos los modelos un cable de Lightning a USB-C.

También han declarado que al eliminar cargador y auriculares reducen los envases –se utiliza menos materia prima en los mismos- y, a su vez, este hecho posibilita transportar más unidades en cada contenedor, con la consiguiente reducción de la cantidad de envíos; y se puede decir menos combustible para el transporte. Estiman así que estas medidas ayudan a eliminar más de dos millones de toneladas métricas de emisiones de carbono.

La empresa se propone entonces, convertirse en 100% neutral en emisiones de carbono para el año 2030[1].

Con estos datos fríos, hay que sostener que deberíamos coincidir con lo expuesto por la compañía, tratándose este de un caso que se puede encuadrar en la Responsabilidad Social Empresaria, con énfasis en el cuidado del medio ambiente desde la  concepción del producto; lo cual se debe remarcar, ya que es en el propio producto, su diseño y construcción donde primero se debe manifestar la RSE, antes que en políticas filantrópicas o de patrocinio.

Asimismo debemos decir, sin dudas, que la política comunicacional ha sido muy buena, ya que ha explicitado claramente sus objetivos, no solo a sus clientes actuales, sino inclusive a los potenciales, que son quienes podrían verse más perjudicados por las nuevas medidas, ya que no poseen cargador y auriculares de su viejo teléfono. No obstante, visto como un proyecto para proteger “nuestra casa común”, el planeta, no hay dudas de que una parte importante de estos nuevos clientes lo verán con una imagen positiva.

Como era de esperar, ya otras compañías han anunciado que seguirán esta política; se estima que con la misma argumentación, al utilizar menos materia prima para los accesorios del producto y para el envase.

Hasta aquí los fríos datos expuestos por la empresa, que no deben ser tomados y reproducidos sin un análisis crítico de los mismos en el contexto actual del desarrollo de nuestra sociedad; se trata en definitiva de “ir más allá” del dato para adentrarnos en la política empresaria.

Y el primer punto de análisis, es que esta disminución de accesorios y de envases, más los ahorros de costos resultantes en los fletes, deberían reflejarse en una rebaja de los precios al consumidor, ya que se trata de un producto de precio selectivo. Sin embargo, no surge de la comunicación ninguna alusión a una medida de este tipo, con lo cual es sencillo deducir que los ahorros de costos solo incrementarán las utilidades de la empresa.

Se podría plantear, que el consumidor recibirá beneficios a partir de los ahorros en materia prima y las emisiones de carbono reducidas producto de los ahorros en transporte. Pero esto no resulta sostenible, ya que trabajar para preservar el planeta es una obligación de todos los seres humanos, incluidas las empresas, ya que la destrucción acelerada del planeta solo conduce a la inexistencia de futuro para los humanos. En definitiva, solo están haciendo lo que deben hacer; la responsabilidad social en este momento histórico es una necesidad y una obligación, no una concesión.

Entonces, en la búsqueda de una explicación, debemos volver al tema de los costos y los precios.

Si no existe una preocupación por parte de la compañía en informar a los consumidores sobre la causa por la cual no reflejará en sus precios esta baja de costos, es porque no existe interés por parte de la misma en una baja del precio al público. Situación que es producto de la inexistencia de una relación directa de los costos con los precios.

Éste último corresponde a un producto de alta gama entre los celulares y su precio de venta refleja el posicionamiento que se desea obtener para el mismo; en estos casos se puede decir que una baja de precios puede interpretarse en forma negativa por parte de los clientes actuales o potenciales.

Lo que nos conduce a establecer que los precios en este tipo de productos no tiene una relación directa con los costos, sino con una estrategia de imagen de marca y de empresa.

Entonces nos encontramos frente a una comunicación que, en términos vulgares, le plantea al comprador: “Usted va a pagar más caro nuestro producto, nosotros ganaremos más dinero gracias a ello, pero usted adquiere el beneficio social que implica poseer nuestra marca”.

Frente a situaciones como la descripta, el discurso de algunos economistas que insisten con sus modelos teóricos sobre la racionalidad del consumidor, naufragan frente al inconsciente y los deseos de los seres humanos.

sábado, 26 de septiembre de 2020

 

OBRA DE ARTE Y MARKETING

O LA ESTÉTICA DEL SUPERMERCADO

 

Mg. Carlos A. J. Molinari

 

Explorar algunas de las múltiples relaciones que se pueden establecer entre el marketing y la obra de arte, implica en una primera instancia desarrollar cual es el concepto de obra de arte sobre el que se trabaja en este artículo; en el caso del correspondiente a marketing, se considera que ha sido tratado en más de una oportunidad en este blog por lo que se remite a los artículos correspondientes.

No es objetivo de este trabajo, un desarrollo conceptual acerca de lo que se debe entender por arte y obra de arte, ya que el mismo ha sido y es un concepto controvertido; se trata de un espacio de debate abierto y en construcción permanente.

No obstante, para clarificar sobre la utilización que le damos en nuestro caso, vamos a partir de una idea previa desarrollada por el autor, donde se plantea que una obra de arte es aquella que posee una forma artística, que proporciona por lo tanto un placer estético y que cumple ciertas exigencias, como la de la maestría para realizarla y la de formar parte de la tradición y de un canon[1].

Aunque también decíamos en ese trabajo, que se debía considerar la identidad hermenéutica, o sea la propia intencionalidad del autor, que es lo que le otorga estatuto de obra de arte; de la misma manera que la verificación social, pues la obra se encuentra siempre inscripta en una determinada cultura.

A pesar de que algunas de las ideas expresadas pueden ponerse en cuestión, ya que por ejemplo se podría pensar que es una forma artística en el arte contemporáneo o, más específicamente como se piensa la forma artística en tiempos de tecnologías digitales, vamos a dejar a un lado estas cuestiones que responden más al espacio de la historia del arte, para concentrarnos en un tema relevante para nuestro planteo, como es el de la reproducción y comercialización de la obra de arte.

Para explorar esta cuestión, vamos a partir de una idea también expuesta en la obra del autor antes mencionada, que es la de considerar a la obra de arte como una construcción temporal y como una expresión de las relaciones sociales, económicas e ideológicas de la época en que es producida; o sea que debe ser analizada dentro de un sistema de cultura dentro del cual, como hemos expresado, se produce la verificación social.

Dicho esto y en relación con nuestro objeto de estudio expuesto en el título, vamos a sostener que siempre en la historia una obra de arte ha sido o ha podido ser objeto de reproducción a partir del original. Si bien la condición de obra de arte supone el carácter de única e irrepetible, esto se refiere al original.

Desde la más remota antigüedad, las obras de arte[2] han sido objeto de copia por sus contemporáneos y por sus continuadores. De hecho muchas obras clásicas griegas por ejemplo, no las conocemos por su original sino por copias posteriores de artistas de ese origen o de artistas romanos. En este caso la copia en muchas oportunidades no es plagio sino homenaje a una obra de calidad.

Esto se iría repitiendo a lo largo de la historia con la copia y, posteriormente, con sistemas de reproducción mecánica, como fueron el aguafuerte, la xilografía y la litografía y más cerca en la historia con la fotografía.

Pero debemos decir que el objetivo de la copia era en su origen el aprendizaje, el homenaje o el simple plagio; aunque hay que señalar que el concepto de plagio como se lo conoce en la actualidad no era aplicable en otros momentos históricos, donde era inexistente un sistema de derechos de autor que se desarrolla recién en la historia con el capitalismo.

En resumen, lo que estamos expresando hasta aquí, es que en ningún momento se ponía en duda la existencia de un original, único e irrepetible, que era resultado del acto creativo; en especial en pintura y escultura.

Por supuesto que independientemente de que sin acto creativo el arte no sería posible, siempre los artistas trabajaron de alguna manera para un mercado comprador de las obras de arte; en palabras vulgares tenían que vivir de lo que sabían hacer mejor.

Esto sucedió en toda la historia de la humanidad, aunque en determinados momentos solo se los pensara como artesanos. Pero el mercado del arte como tal, podemos sostener que nace con el ascenso en la historia europea de la burguesía como clase social.

Lo que se está exponiendo es que más allá de que lo que define a una obra de arte es su expresión estética y el shock[3] que provoca esa expresión en el espectador, no hay dudas que en alguna instancia el artista busca también la legitimación económica, sin la cual no podría subsistir.

La historia del arte está llena de casos de artistas que vivieron en la miseria o en condiciones paupérrimas, aunque quizás en la actualidad sus obras tengan cotizaciones millonarias en los mercados de arte; uno de los más grandes pintores de la modernidad, Vincent van Gogh es quizás un ejemplo paradigmático en este sentido.

Inclusive es factible encontrar en la historia del arte, artistas que se copiaban a sí mismos con el objetivo de garantizar la venta de sus obras y su consecuente ingreso monetario; lo cual no sería objetable en sí mismo[4].

Pero el caso que queremos presentar en este artículo, se relaciona con el hecho de pensar la obra de arte como un producto de consumo, equivalente a cualquier producto que podríamos encontrar en un supermercado o en un shopping; lo que remite a lo que hemos planteado de ubicar la obra de arte en un sistema de cultura y de relaciones sociales y económicas.

Se trata de una cadena de comercios cuyo nombre es Carré D’Artistes[5], que no solo se encuentra distribuida en Francia a partir de galerías denominadas de pequeño formato y de gran formato de acuerdo a su espacio físico –quince en total según su folleto del año 2019-, sino que también cuenta con locales en muchas de las principales ciudades europeas y del mundo, como Roma, Berlín, Barcelona, Amsterdam o Moscú.

Las características de este modelo, tal como han sido relevadas en su local de Lille, Francia, pero visualizadas en otros locales, son bastante desacostumbradas para lo que se entiende por una galería de arte.

En primera instancia los cuadros –al menos en sus versiones de menor tamaño-, son exhibidos en bateas, con el mismo sistema que se utiliza por ejemplo para los discos de vinilo, libros, posters u otros productos de consumo.

Por otra parte, de una misma obra puede existir más de un tamaño, con lo cual el comprador puede optar de acuerdo al espacio disponible o al gusto en relación con la ocupación del mismo.

Con lo que entendemos se rompe de alguna manera con el concepto de la obra como una expresión estética, única e irrepetible, para considerar la idea de marketing como fundadora de la obra; o lo que es decir un producto para cada necesidad.

¿A qué nos referimos? A que desde el punto de vista del marketing, se trata de detectar la necesidad del consumidor –aunque sabemos que no siempre funciona así la oferta-, y desde ahí desarrollar un producto.

Caro que esto podría no ser objetable en el arte, en el sentido de que en la historia, muchas veces los artistas recibían el encargo –los conventos e iglesias medievales en Europa están colmadas de este tipo de obras-; o sea se partía de la necesidad de un comitente que establecía pautas sobre el resultado final.

Pero lo que se puede pensar es si en una producción en masa, se parte de la representación artística o se parte del hecho comercial.

Inclusive existe una estandarización de precios también vinculada a los tamaños –por supuesto que sin una relación directa y absoluta-, que se puede decir que busca colaborar en el objetivo de un arte contemporáneo accesible, tomando estas tres últimas palabras del folleto de presentación de la empresa.

Tampoco están organizadas estas galerías como un espacio de contemplación de la obra de arte, donde la venta podría ser el resultado de un “placer estético”,  sino que se trata de espacios orientados a generar impulso de compra, igual que en un supermercado.

Se puede agregar que la empresa ofrece franquicias, con lo cual se puede pensar que se trata de una opción inteligente, ya que amplía la red de locales sin invertir y generando ingresos extraordinarios, además de posicionarse como un comprador a escala a los ojos de los artistas que ofrecen allí sus obras.

¿Es posible realizar una crítica negativa al desarrollo de este modelo de negocio?

Si partimos de la base de lo ya expresado, de ubicar a una obra de arte en relaciones económicas y en un sistema de cultura, evidentemente nos encontramos en la etapa del capitalismo que podemos denominar neoliberal, donde ya todo es mercancía y, en el caso de una obra de arte, el valor estético pasa entonces a estar subordinado a su valor de intercambio.

Desde la óptica de la oferta, el modelo desarrollado cumple con el objetivo de ofrecer pinturas a precios accesibles, segmentadas en cuanto al público consumidor y con puntos de venta dispersos geográficamente lo que permite la expansión del negocio y su rentabilidad.

Para los artistas, es la posibilidad de encontrar un canal que puede generar ventas en sectores que usualmente no consumen arte, sea por un tema económico o por no frecuentar los espacios donde el arte se comercializa tradicionalmente.

La cuestión, es que más que como obra de arte, cada pintura es presentada y ofertada como un objeto de decoración. Más que ingresar a una galería y contemplar arte para posteriormente interesarse en una compra, es como un abanico de posibilidades para el hogar.

Como dato a resaltar, en el folleto consultado en el momento de la visita, una de las fotos  relevantes es la de un living hogareño, con uno de los cuadros colgado en la pared, lo que resalta el objetivo que habíamos presentido sobre la decoración más que la contemplación del arte. Es como si el solo hecho de ser una pintura original y firmada con certificado de autor, legitimara su valor artístico.

No obstante y desde el punto de vista de la exhibición y venta, se trataría de un negocio con mutuos beneficios y con gran potencial de desarrollo, aunque más parecido a las posibilidades del modelo del supermercado para los productos de consumo masivo.

En la historia del arte, los marchands han desempeñado en cada momento este papel; inclusive muchos de ellos convirtieron a los artistas prácticamente en operarios produciendo a destajo para compensar anticipos que recibían para vivir.

Por lo tanto, desarrollar un modelo de negocio de estas características no podría ser objetado desde el punto de vista de los ingresos de las partes involucradas o desde el público consumidor, que puede adquirir lo que quizás antes no podía.

Pero desde nuestra visión, la gran pregunta es si lo que se vende en este tipo de locales es arte o un producto cuya base es la pintura.

Porque hay una diferencia entre una obra de arte que hemos conceptualizado y el hecho de utilizar conocimientos técnicos sobre pintura para generar un producto comercializable en serie para un mercado masivo; sin que esta expresión implique que el arte debe ser elitista y no destinado a las grandes masas.

Lo expuesto no invalida al artista, sino que cuestiona un modelo donde el eje está en lo comercial y no en la obra de arte. El arte no puede ser una técnica sin alma, sino que siempre el hecho técnico debería estar subordinado al hecho artístico.



[1] Molinari Carlos A. J. El Arte en la era de la máquina. Conexiones entre tecnología y obras de arte pictórico 1900-1950. Editorial Teseo, Buenos Aires, 2011. p. 49.

[2] Hay que señalar que este término como conciencia colectiva de tal, tiene su origen en la denominada etapa del Renacimiento, en un proceso que escapa a los objetivos de este artículo.

[3] Se utiliza el término de Hans-Georg Gadamer, La actualidad de lo bello, Ediciones Paidós, Buenos Aires, 2003.

[4] Como dato anecdótico en el terreno literario sobre este tema, en la extensa obra del escritor sueco Henning Mankell, sobre un ficticio inspector de la policía sueca, Kurt Wallander, el padre del personaje es un artista que siempre pinta para vender el mismo cuadro de un paisaje, siendo su única diferencia la presencia o no de un ave, un urogallo.

viernes, 22 de mayo de 2020


PREGUNTAS AL PRESENTE PARA DISEÑAR
LA ADMINISTRACIÓN DEL FUTURO

Mg. Carlos A. J. Molinari

(Ponencia en las VII Jornadas de Actualización en Administración “Una mirada a la administración actual”. Universidad Nacional de Luján, Centro Regional San Miguel, septiembre 2019)

Nos hemos planteado estas Jornadas, tal como se indica en su folleto de presentación, como un ámbito para pensar la administración en contextos denominados VICA: volátiles, inciertos, complejos y ambiguos.
Voy a tomar tres de las palabras enunciadas y plantear que se entiende por las mismas. Por volátil, se entiende inconstante, inestable, oscilante; por incierto que no se conoce, ignorado y por ambiguo, que puede interpretarse de diferentes maneras.
En relación a lo expuesto podemos hacernos dos preguntas: ¿Cómo sería posible gestionar en contextos que no se conocen, que son inestables, que pueden interpretarse de diferentes maneras? Para administrar, hay que tener por lo menos ciertas certidumbres, pues caso contrario sería imposible el administrar. En una situación de estas características solo serviría la intuición, pues las herramientas técnicas y sociales que puede proveer una disciplina se transformarían en inútiles.
Por supuesto que en el contexto hay incertidumbres o volatilidad, pero el trabajo del experto en administración es justamente tomar los datos del contexto y construir escenarios futuros que le posibiliten conducir la organización, aunque esos escenarios deban ser revisados y ajustados en forma permanente.
Y la segunda pregunta, se refiere a como los hombres entendemos nuestros contextos. Tenemos la tendencia a ver el pasado con ojos de nuestro presente, lo cual hace que siempre nuestra época es de grandes cambios, casi diríamos traumática en relación a los mismos. Los cambios siempre son violentos, inesperados, traumáticos, ambiguos. Pensemos sino en lo que significó para nuestros antepasados el surgimiento del fuego, o de las grandes ciudades, o el derrumbe político del imperio romano, la invención de las máquinas aplicadas a la producción o el traslado de los campesinos al las grandes ciudades para formar el proletariado industrial. Quizás más cerca de nosotros pensemos en un europeo que vivió la Segunda Guerra Mundial; ¿quién podría convencerlo que no vivió tiempos de incertidumbre, volátiles, ambiguos, complejos?
Claro que nuestro momento histórico, para nosotros es de grandes cambios, que tienen sus particularidades, y son éstas las que voy a tratar de enunciar para ver hacia donde debería ir la teoría de la administración.
Entonces el término que voy a tomar, que pienso el más adecuado es el de complejidad, que lo utilizo en el sentido que lo hace Edgar Morín (2005), el cual le permite analizar “constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados: presenta la paradoja de lo uno y lo múltiple. Al mirar con más atención, la complejidad es, efectivamente, el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico”.

En este marco, ¿qué es lo que hace complejo al actual contexto, entendiendo por el mismo contexto político, social, tecnológico, cultural?
Primero, lo que denominamos la globalización o mundialización. ¿Cuáles son sus características? (Molinari, 2017)
a) Que abarca todo el planeta.

b) Que se estructura alrededor de una red como es Internet, que posibilita la circulación de datos, información y conocimientos en volúmenes desconocidos en la historia.

c) La veloz circulación del capital financiero, como resultado de los cambios producidos en las TIC's, que conducen al papel rector en la globalización de lo que Duménil y Lévy (2015) denominan la Finanza.

d) El impacto de las nuevas tecnologías sobre la comunicación y la logística, que genera una aceleración de la producción, la distribución y el desarrollo de nuevos productos.

e) La deslocalización física de las plantas industriales, independizándolas de los centros de consumo, privilegiando costos de mano de obra o, alternativamente, calificación de la misma, lo que se relaciona con la propia deslocalización de las empresas, en relación a lo que venía ocurriendo durante el siglo XX. Se está produciendo, en ese sentido, un proceso de multilocalización, como el caso de Apple, que al momento de escribir este trabajo ensambla el I-Phone o el I-Pad en la fábrica Foxconn en China4, pero las piezas para la fabricación son provistas por más de una docena de empresas de al menos cinco países. Como ejemplos, el chip inalámbrico es provisto por Infineon Technologies de Alemania, la pantalla portátil por Toshiba de Japón o el chip bluetooth por Broadcom de EE.UU. Pero en este último país, es donde se diseña, se patenta, se le pone marca y se comercializa el producto; o sea que es de allí de donde proviene principalmente el valor, a partir de la propiedad industrial y la comercialización, aunque ésta última representa más precio y la primera mayor valor.

f) Vinculado a lo expuesto en el punto anterior, el surgimiento de empresas con un poder superior al de los propios estados nacionales, o por lo menos en lo que hace a su capacidad de presionar sobre los mismos para orientar las decisiones de política económica de acuerdo a sus intereses. Son las llamadas metanacionales, empresas que tienen su domicilio legal en un país, en otro la gerencia corporativa, en un tercero los activos financieros, en uno o más países los empleados administrativos y las fábricas, cuando forman parte, o tercerizadas o distribuidas en países con beneficios en los costos. Estas empresas desnacionalizadas podrían ir más allá de este concepto para transformarse en organizaciones totalmente virtuales; las fábricas y depósitos están en espacios físicos mientras que la toma de decisiones y las finanzas habitan en el espacio digital.

g) La existencia de enormes fuerzas productivas, que aceleran la velocidad en la capacidad de producción de bienes tangibles y de desarrollo de servicios.

Este cuadro nos permite preguntarnos si temas como el concepto de poder en organizaciones e instituciones o la centralización y descentralización en la toma de decisiones no deberían ser repensados y reformulados. Y la otra pregunta se refiere al propio concepto de organización e institución, si son operativos para la etapa actual.

Lo segundo que hace a la complejidad del mundo actual y que incide profundamente en nuestra disciplina es la cuestión del cambio tecnológico y su aceleración.
Analizar el impacto de este proceso en la gestión de las organizaciones así como en la propia teoría de la administración tanto en el presente, como en sus tendencias futuras, implica en una primera instancia trazar algunas líneas, aunque provisorias, sobre como las tecnologías digitales y la inteligencia artificial están configurando este nuevo contexto y, como consecuencia, reconfigurando los instrumentos de gestión.
En este sentido, hay que establecer que si bien la tecnología debe considerarse una fuerza impulsora de primer orden de los cambios operados en el entorno socio-económico, la misma no puede ser considerada como la única determinante, ya que siempre está condicionada y enlazada a una serie de variables de análisis como la cultura, la estructura social o las relaciones de clase y de poder entre otras.
No obstante podemos decir que el cambio tecnológico está impulsando profundas modificaciones en el sistema capitalista a nivel mundial desde la década de 1970. Computadoras personales, dispositivos móviles, robótica, crecimiento exponencial de la capacidad computacional de procesamiento de datos, cloudcomputing, realidad virtual y realidad aumentada, inteligencia artificial, internet de las cosas, están estructurando una realidad de nuevo tipo, globalizada e interconectada (lo que los alemanes comenzaron a denominar la etapa de la Industria 4.0) -con las limitaciones que se imponen en el uso de estos conceptos-, que pone en cuestión no solo los modelos aceptados de empresa y de gestión, sino la propia caracterización del capitalismo,  el cual se ha transformado en un capitalismo de información o, como lo denomina Stiegler (2016) un capitalismo totalmente computacional, construido por una economía de datos obtenidos a partir de las huellas que los individuos van dejando en su recorrido por la dimensión digital; o podríamos decir un capitalismo organizado por el hardware y el software conectado a la red.
Este capitalismo que autores como Carlo Vercellone (2013) denominan cognitivo, es realizado por el trabajador en forma fragmentada y mecanizada, lo que le impide una comprensión cabal de todo el proceso, generando así una mayor centralización en la toma de decisiones en las organizaciones, exactamente al revés de cómo podrían operar las tecnologías digitales o, por lo menos, como se esperaba que funcionaran.
Este proceso de automatización y fragmentación de las tareas, donde el saber profesional de los trabajadores se pone al servicio de la máquina, ha sido denominado taylorismo digital (Brown, Lauder y Ashton, 2011). De alguna manera, se estandarizan los trabajos denominados cognitivos, igual que hacía Taylor con el trabajador manual; un proceso que se inicia en realidad en la década de 1970 donde de a poco la tecnología va impactando en los trabajos administrativos y de las empresas de servicios.
Ruiz Herrero (2016) expone como a partir de una investigación realizada en el sector de las TIC y de la animación en España, se observa que por una parte cada vez se requieren más conocimientos profesionales en grado universitario para la realización de tareas, pero la descomposición de las mismas y su integración por las tecnologías digitales, alimenta la inteligencia del sistema en detrimento de los saberes individuales. Sus estudios de casos muestran como las tareas se descomponen cada vez más y se automatizan, aunque no se trata de una cadena de montaje tradicional sino de una sui generis, lo que significa que no es ciega y sus operarios tampoco son meros vigilantes. Pero se dividen las tareas en dos etapas, una primera más automatizada y simplificada, una segunda de desarrollo final de los proyectos y hasta periféricas de apoyo, siendo éstas dos últimas las que requieren de un saber complejo. O sea que se trata de una línea de montaje pero que contempla momentos de revisión y reelaboración de los resultados; son cadenas vivas como dice este investigador, que rectifican flujos y planes de acuerdo a los resultados que se pretende alcanzar. Por lo tanto los equipos son flexibles, se van conformando o modificando a medida que avanza el proyecto, con profesionales expertos que no forman parte de las plantas y se subcontratan para el objetivo, con lo cual el taylorismo digital se ve complementado con formas de toyotismo y otros mecanismos como la tercerización.
En un trabajo, publicado en el blog de Telefónica de España (Espejo González, 2016), analizando cómo debería ser la transformación digital del puesto de trabajo, se sostiene que frente a la oficina tradicional hay que comprometerse con un nuevo concepto de empleado digital, dispuesto a hacer uso de su propio tiempo y sus propios dispositivos para facilitar la convivencia con su entorno personal, contando para ello con mecanismos que le posibiliten permanecer “always on”. La empresa no solo coloniza el tiempo personal a su servicio sino que se puede observar otra característica que rompe con lo que había instaurado la revolución industrial en relación con el nuevo trabajador. El operario que ingresaba en la empresa capitalista desde la revolución industrial, renunciaba a la posesión de sus herramientas, como era el caso del artesano, pues el instrumento de trabajo era propiedad de la empresa. En una vuelta al siglo XVIII, ahora el nuevo empleado debe ser independiente, consagrar todo su tiempo en otra vuelta atrás en relación a la conquista de la jornada laboral y, como complemento, ser propietario de las herramientas para poder trabajar.
Estamos entonces frente a la existencia de un renovado fordismo-taylorismo en la empresa donde el mismo no aplica a partir de la máquina de producción física -que evoluciona hacia la robotización-, sino desde el dispositivo de conexión a la red y en espacios físicos distribuidos; el hombre es nuevamente un apéndice de la máquina que opera una cantidad de datos no conectados como un conjunto (Molinari; 2017).
Lo tercero que me interesa tratar en relación a la complejidad del contexto, como un derivado de los dos puntos anteriores es la cuestión del trabajo.
Kurz y Rieger (2014) partiendo de la idea de que las máquinas determinan nuestra vida cotidiana desde hace tiempo, sostienen que la automatización de la actividad intelectual y la sustitución de la actividad cerebral humana por software y algoritmos puede modificar el mundo laboral y la vida más de lo que lo han hecho la robotización y automatización de la producción.
Describen así como en el sistema financiero muchas decisiones crediticias son tomadas por consejos proporcionados por algoritmos, desplazando al empleado tradicional; inclusive como parte del trabajo bancario ha sido reemplazado por robots como los cajeros automáticos o por el hecho de que cada vez más los usuarios realizan sus operaciones bancarias por internet. Pero agregan otro dato preocupante: como la experiencia, los conocimientos y la intuición son integrados en módulos de software. Por lo que esta combinación de procesos de negocios basados en algoritmos y la digitalización de todos los trámites más el software y computarización pueden llevar a prescindir de los asesores en optimización y eficiencia, justamente los profesionales de la administración. Esto los lleva a sostener que cuanto menor sea la participación del trabajo humano -intelectual o físico- en la producción y creación de valor, más se desplazará el poder económico hacia los propietarios del capital.
Como un dato complementario y se podría decir casi anecdótico, en una noticia del sitio web puromarketing.com, se da cuenta del caso de empresas como Unilever o Goldman Sachs, que piden a los candidatos a un proceso de selección de personal, que graben sus respuestas a varias preguntas y ese video es tratado con un software que analiza las palabras que se utilizan, la confianza que transmiten o como organizan sus argumentos para así establecer que candidatos pueden interesar y quienes pueden encajar para cada puesto; recién en esta etapa el área de recursos humanos por intermedio de personas, continúa el trabajo.
Podemos decir que están surgiendo, como hemos citado, casos que estarían mostrando un camino irreversible de reemplazo de decisiones humanas por las computadoras, pero también es importante lo que rescata Deutsch (2017) sobre que los gerentes utilizan su conocimiento de la historia y la cultura organizacional así como la empatía y la reflexión ética en las decisiones de negocio, capacidades que puedo afirmar que no posee la máquina.
Y esto nos lleva al cuarto planteo en relación al contexto que es la necesidad imperiosa de un comportamiento ético, de generar en la gestión de la organización o la institución una responsabilidad hacia la sociedad que propicie  la sanción para quien la viole.
No hay administración sin comportamiento ético y éste no es solo hacer filantropía sino fabricar sin contaminar, pagar y no evadir impuestos que quitan a la sociedad salud, educación y seguridad; cumplir la legislación laboral y los convenios internacionales de la OIT, etc.

Conclusiones

El marco que hemos someramente expuesto, nos indica el surgimiento de nuevos tipos de organizaciones e instituciones:

a) Descentralizadas desde lo físico y lo temporal, pues a partir de la existencia de redes de conexión y trabajo, es posible para todos los miembros de la pirámide realizar sus tareas en la medida en que se encuentren vinculados a la red; hasta el tiempo en que están conectados puede variar, destruyendo así la tradicional separación entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio.

b) Vinculado con lo anterior y con el desarrollo de la IA, avanza la automatización de tareas que ya no impacta solo sobre las rutinarias, como entrega de dinero físico en un banco o el check-in en un aeropuerto, sino también en los procesos de toma de decisiones. Situación que puede generar distintas y alternativas lecturas, pues la automatización genera por ejemplo mejoras en la atención al cliente, pero también márgenes de error que la máquina no puede solucionar en el momento. Además de la incapacidad del algoritmo para considerar todos los imponderables que se pueden presentar en relación a esa decisión. Como sostiene David Rotman, los sistemas de IA son capaces de divisar patrones dentro de grandes conjuntos de datos, pero aún carecen del sentido común o de las capacidades innatas de lenguaje de un niño de dos años.

c) Aún con sus limitaciones, los procesos de automatización conducidos por la IA tienden a reemplazar no solo trabajadores de tareas rutinarias y de baja calificación sino también a cuadros profesionales. Las organizaciones demandan personal calificado, pero el mismo pasa a ser reemplazable en cualquier momento en que la tecnología brinde una solución a más bajo costo. Además de que el taylorismo digital hace que la calificación del profesional exceda la tarea que realiza, impidiendo la comprensión global del proceso y el desarrollo de su potencialidad.

d) Y también me interesa destacar el mito de la descentralización en la toma de decisiones. Las tecnologías en red apuntan a conectar todos los procesos a un centro, que es de donde parten las políticas y las estrategias, quedando en las distintas dimensiones de la estructura organizacional -aún con sus niveles de autonomía, la ejecución de esas políticas.

Entonces, ¿los conocimientos que adquieren los profesionales de la gestión en las universidades les posibilitarán enfrentar los grandes desafíos que se impondrán a las sociedades en los próximos años? O dicho de otra manera ¿cuál es el sentido de transmitir procedimientos técnicos cuando los mismos van a ser realizados por un software?
Entiendo que no tiene ningún sentido y, lo que en realidad debieran adquirir esos profesionales es la lógica de los procedimientos junto a una capacidad de comprender el mundo que nos rodea.
¿Qué diferencia a un ser humano de una máquina? Lo que ha adquirido en su lento y sostenido proceso evolutivo: creatividad, capacidad de innovar y especialmente pensamiento crítico.
Lo que nos conduce a decir que llegó el momento de repensar la formación que se adquiere en nuestras universidades, centrada en la especialización, para buscar un camino alternativo que suponga un salto cualitativo en la disciplina de la administración. La especialización, como sostiene Eric Kahler (1959) es intrínsecamente lo mismo que funcionalización y ésta última se convierte en estandarización. Y esto es justamente lo que puede resolver la máquina.

Por lo tanto necesitamos profesionales con un pensamiento crítico e integrador que además de conocimientos técnicos puedan incorporar el potencial para comprender la sociedad que proveen las artes y las humanidades. Que sean capaces como los grandes hombres de la antigüedad clásica o el renacimiento de integrar las distintas ciencias para interpretar el contexto.
Las tareas que puedan ser automatizadas lo serán indefectiblemente; por ello es imperioso generar una nueva teoría y un nuevo profesional, pues en caso contrario los expertos de la gestión se convertirán en un apéndice descartable de la máquina.

Bibliografía

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