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martes, 3 de diciembre de 2024

 

“LO QUE NOS DEJARON LAS REVISTAS”

Dr. Carlos A. J. Molinari

Durante el siglo XX, las revistas de difusión masiva, se convirtieron progresivamente en una poderosa fuente de información y transmisión de conocimiento, así como moldeadoras de la opinión pública.

No importa su formato, sea puro texto o su combinación con la gráfica; desde una fotonovela a noticias a través de la fotografía, desde las literarias a las políticas, pasando por todas las combinaciones posibles de revistas especializadas, cumplieron con una función que, en muchos casos, las transformó sino en sustitutos, como mínimo en complementarias de los libros y también de los diarios y periódicos, por su capacidad para profundizar en diversos temas.

Pero todo este universo gráfico, entró en un período de extinción a partir de la difusión de las tecnologías digitales, en especial desde la pandemia mundial del año 2020, donde la dinámica de ese momento condujo a un reemplazo progresivo de los materiales en papel.

Un reemplazo, que no solo está significando el fin de un formato en sí mismo. ¿A qué me refiero?

No pretendemos hacer una historia de las revistas, siempre modificándose a la par de los cambios sociales. Si bien pensamos que hay una historia en común, tomaremos como base del análisis, como el espectro de este medio se mostraba en los últimos cincuenta años.

En este sentido, tenemos que analizar dos cuestiones en relación con las revistas: su forma y su contenido.

Cuando hablamos de forma, no estamos pensando solamente en la revista, sino también en su exhibición. El lugar casi podríamos decir natural de presentación de las revistas, fue durante el siglo XX, por lo menos en Argentina, y en los inicios del XXI, el kiosco de diarios y revistas. Este espacio de exposición de las publicaciones gráficas, posibilitaba al potencial lector, captar con una mirada casi diríamos superficial, el conjunto de la oferta. Nombres de los medios, artículos, arte de tapa, fotografías. El comprador, se veía tentado por las distintas posibilidades que le brindaban las revistas, generando un efecto de incentivar el impulso hacia la compra; meditado a partir de lo que se observaba o simplemente como acto compulsivo basado en expectativas. Pero lo más importante, era que se podía observar el conjunto, las ideas subyacentes en cada publicación, los intereses de cada lector/observador. Con las tecnologías digitales, esta posibilidad desaparece; el lector debe buscar en una base de datos cuasi infinita, sin conocer cuál es la oferta, sin encontrar quizás lo que podría ser de su interés. Solo encuentra lo que le ofrecen, que en muchas oportunidades depende de lo que un algoritmo interpreta sobre sus necesidades o de quienes pagan por ser encontrados. Pero que pasa con aquello que nos podría interesar, pero no lo sabemos aún, o lo que podría despertar nuestra curiosidad, pero nunca sabremos que existe.

La otra cuestión de la forma, se refiere al medio en sí, donde la tapa juega un papel central en el mismo. Una gráfica, generalmente fotografía, que nos atrae a una primera mirada, que nos llama la atención; primer hecho fundamental. Pero también texto, que nos cuenta el contenido del material, aquello que podría despertar el interés por la lectura; o el nombre de quien escribe, un acicate también para el observador indeciso. Asimismo, el nombre de la revista jugaba un papel esencial, en cuanto nos sumergía en los hechos, planteos, ideas, que podríamos hallar. Aunque ese nombre, que delataba una conexión con nuestro imaginario y con nuestras necesidades de información, podía resultar engañoso; por eso siempre estaba el resto de la tapa, para confirmar o rechazar nuestra expectativa.

En ciertos casos, la gráfica de tapa lo era casi todo para conquistar al lector; en una revista de historietas, en una de política, en una deportiva. Aunque casi siempre, los textos complementaban para inducir a la compra.

En el caso de las denominadas revistas-libro, por tratarse de materiales más vinculados a la literatura o las ciencias sociales y humanas, la tapa jugaba otro papel, debido al lugar de exhibición, las librerías. Pero no perdía su importancia, ya que al dirigirse a un lector más especializado, el texto con los autores y los nombres de los artículos, reemplazaban a la gráfica, aunque no totalmente, ya que algunas la mantenían.

Pero quizás lo más importante que nos generaban las revistas, más allá del atractivo estético de las mismas, era la estructura de organización de la lectura, en relación directa con la potencialidad del contenido.

Frente a la estructura de las revistas digitales, donde una de las características es lo ajustado del texto –los lectores cada vez soportan menos la extensión desmesurada-, la revista física, aún con la lógica limitación del espacio, daba lugar al artículo de profundidad; no importa lo que esto significara en cada tipo de revista.

A su vez, el texto podía combinarse con fotografías, grabados, o cualquier tipo de gráfica, que no solo complementaban al artículo, sino que incluso podía aportar estéticamente al material en general o tener valor por sí mismo.

Hasta las revistas-libro, como fue por ejemplo la primera de este tipo a la que tuve acceso como lector, la revista Planeta, complementaba con fotografías y grabados, lo que realzaba y complementaba el propio artículo.

También posibilitaba la revista, leer un artículo, dejarlo y retomar en distintos momentos, ya que siempre estaba al alcance de la mano. En nuestra cultura digital, se deja un artículo o la propia revista y se torna difícil retomar, ya que una nueva apertura del dispositivo es acceder a nuevos contenidos que reemplazan lo anterior.

La revista, dependiendo de las características de su contenido, acompañaba la semana o el mes al lector, permitiendo un acceso casi total al contenido de la misma.

Otro tema relevante, es la forma en que se lee, lo que antes denominamos la estructura de la lectura. En la combinación de texto, fotografía y grabado o dibujo, es factible ir y volver entre los distintos materiales, u organizar la lectura de acuerdo a los intereses o los sentimientos del lector en cada momento; un proceso casi imposible en la lectura digital.

Más de un pensador, ha sostenido que no importa el formato, si el texto está inscripto en piedra o en papel en un libro, sino que lo importante es el contenido. Me encuentro entre quienes pensaban así y que, por lo tanto, lo digital era solo un problema de soporte.

En realidad, no lo es. El soporte no es solo de las palabras escritas, también lo es de una manera de leer, de organizar este proceso, igual que también lo es de una forma de exponer el contenido por parte del autor y de asimilación del mismo por el lector.

El potencial desplegado por la combinación entre imprenta y libro de papel, generó calidad de exposición combinada con posibilidad de profundizar sin límite esa exposición. Además de que el libro de papel, impulsaba la lectura reflexiva, en ese ir y venir entre renglones y entre páginas.

De la misma forma operaba la revista en papel, esa que se encuentra en extinción.

El problema, es que no se extingue simplemente un formato, lo que se extingue es una posibilidad de acceso al conocimiento más profundo, sea cual fuere el mismo.

miércoles, 30 de octubre de 2024

Ciencia, Epistemología y Administración

De la administrotecnia a la ciencia de la organización

                                                     Parte V

Dr. Carlos A. J. Molinari

V.- La Administración, ¿arte, técnica, tecnología o ciencia?

Al efecto de evitar el ingreso en un debate que nos desviaría de nuestro objetivo, vamos a establecer algunos conceptos, que entendemos son necesarios para el análisis del estatus de la administración y que ya han sido abordados por el autor en una obra anterior[1].

Consideramos a la técnica como un acto creador que consiste en un hacer eficaz, una habilidad para realizar algo, que persigue un resultado, un objetivo y que no es independiente de la ética, de la política. Igualmente, hay que destacar que la técnica incluye las reglas para el uso del instrumento con el cual se pone en práctica, pues de eso se trata la habilidad[2].

Este concepto, parte de la utilización de la palabra techné en el mundo griego, donde la misma agrupaba a todos los que realizaban tareas manuales e intelectuales, para evolucionar posteriormente a las actividades prácticas, que es como el término atraviesa el medioevo europeo hasta el capitalismo. O sea que lo que hoy entendemos por arte, estaba agrupado en una técnica, igual que un albañil o un tintorero.

Esto nos exime de tratar el concepto de arte, ya que su utilización para determinar de qué trata la administración se torna fuera de foco, pues arte en nuestro mundo actual apunta a la obra de arte, a la estética, al mundo de las representaciones, que se encuentra muy lejos de la gestión de organizaciones. En todo caso, cuando muchos autores refieren a que la administración es un arte, lo hacen en el sentido de una técnica, si se quiere del trabajo del artesano, pero no sobre el arte como se entiende en la sociedad contemporánea.

El otro término que desarrollamos en el trabajo citado y que es relevante para el actual es el de tecnología, que demostrábamos como un producto del capitalismo, que viene sino a reemplazar, por lo menos a englobar el concepto anterior de técnica.

Entonces pensamos a la tecnología como un sistema en el cual se integran los instrumentos –máquinas y herramientas- y los procesos –las técnicas productivas que incorporan uniformidad mecánica y orden repetitivo- y que posibilita la transformación de los insumos en un resultado final, operando en cuatro dimensiones: artefactual, organizativa, simbólica y biotecnológica[3]. Deberíamos agregar que está basada, aunque no determinísticamente, en el conocimiento científico, pues puede suceder a la inversa. Debemos aclarar aquí, que cuando hablamos de procesos, estamos incorporando la idea del software.

Evolución de las ideas en Administración

La administración, entendida como práctica, se puede decir que tiene su nacimiento cuando el ser humano produjo el tránsito hacia la civilización urbana.

De hecho, el nacimiento de la escritura en Sumer, alrededor del año 3200 a.C., estuvo ligado a la administración de los templos; a su necesidad de controlar los ingresos y egresos, pues las tablillas de escritura cuneiforme más antiguas halladas, contienen listados de mercaderías, animales y personas. El historiador Gordon Childe[4], expone como uno de los grandes logros de los reyes sumerios, fue la organización de una administración profesional para el imperio.

Algo parecido sucedió en Egipto, donde si bien el nacimiento de la escritura estuvo vinculado a fines teológicos, no es menos cierta la necesidad de administrar un importante imperio, con la construcción de grandes obras públicas vinculadas especialmente a la religión, así como garantizar el cobro de impuestos, el mantenimiento de la población en épocas de escasez y de un ejército profesional.

Igual podríamos decir del imperio romano y de otros casos similares, donde las construcciones de grandes obras y la organización del Estado –no importa cual fuera su forma-, hubiera sido imposible sin una estructura de funcionarios encargados de administrar y controlar. Pero hay que observar que siempre refiere a la administración del Estado y no de organizaciones lucrativas privadas[5].

Entonces el centro de nuestro interés, está puesto en un nuevo tipo de empresa, que es el resultado del desarrollo del sistema capitalista, que requería cada vez más, un nuevo tipo de administración, no solo en lo que hace a lo productivo.

En este caso podemos encontrar pioneros, preocupados sobre cómo administrar en un contexto totalmente nuevo en la historia, como el caso de Robert Owen ya a fines del siglo XVIII, y otros durante el siglo XIX.

Pero debido a los objetivos de nuestro trabajo, no procederemos a analizar en detalle todos los aportes a la denominada teoría de la administración a partir de inicios del siglo XX, que es nuestra unidad temporal de análisis, sino que se esbozarán los planteos más importantes de los considerados por la tradición de la teoría de la gestión; algunos autores centrales en la constitución de esta disciplina.

El que se suele considerar el iniciador de la teorización sobre la administración y su aplicación a la acción de la empresa, fue un ingeniero estadounidense, Frederick Winslow Taylor (1856-1915), quien en 1911 publicó su libro Management Científico; aunque debemos decir que como todo avance en el terreno de las ideas en la historia de la humanidad, no surge de la nada, sino que es parte, como de alguna manera hemos señalado, de una tradición. 

El planteo central de Taylor, era que la prosperidad de la empresa y de la sociedad en general, solo podía provenir de la más alta productividad posible de hombres y máquinas.

Por lo tanto, el objetivo de la administración era conseguir la mayor prosperidad para el empresario y para los empleados; coloca así todo el poder no en los trabajadores que determinan como hacer su tarea, sino en el management que organiza el trabajo; en su criterio, se necesita un tipo de hombre que estudia y planifica el trabajo y otro tipo distinto para ejecutarlo. Está dando nacimiento a la que denominamos tecnoburocracia en la organización.

Pone el acento en la descripción minuciosa de cada tarea y, fundamentalmente, en los tiempos en que ha de realizarse la misma; de esta manera transforma al trabajador en una máquina más dentro de la empresa. Si no se ajustan los tiempos, según Taylor, el trabajador rebaja su rendimiento.

Cada trabajador, debía ser entrenado y recibir ayuda, que califica de cordial, por parte de sus jefes y no dejar librado el trabajo a su iniciativa.

Este proceso, sería para el autor la sustitución del empirismo por la ciencia; por eso sostiene que “El sistema de management científico consiste fundamentalmente en ciertos principios generales, en una cierta teoría que puede aplicarse de muchas formas diferentes”[6].

Obsérvese que en la práctica, independientemente de que Taylor hable de teoría y de ciencia, lo que surge de su trabajo es que se trata de un método –por ejemplo llevar estadísticas del trabajo-, si se quiere una tecnología, en los términos en que la hemos definido –para él la pieza clave pasa desde el hombre al sistema-, para aumentar la productividad del trabajo y favorecer el desarrollo de la acumulación del capital.

Pero la idea de management científico quedaría, a partir de allí, instaurada en el discurso de la administración.

Taylor tuvo contemporáneos y continuadores, como el caso de Henry Gantt, creador del diagrama que lleva su nombre; Frank Gilbreth, que se concentró en el estudio de los movimientos más que en los tiempos, ya que decía que el cronómetro no era esencial en su sistema; y Lilian Gilbreth, que expuso las virtudes de la administración científica pero desde la psicología, ya que planteaba en su libro La psicología de la administración, que ésta se debía orientar más a los seres humanos que al trabajo, educando y capacitando a los trabajadores.

En un estudio publicado en la revista Gestión, a modo de resumen sobre la historia de la administración[7], se observa que su autora postula que uno de los principales aportes de Taylor, fue ubicar a la administración en el campo de las ciencias.

Entonces, la primera pregunta que surge, es si el trabajo de este autor puede considerarse como científico.  Tomemos por ejemplo el caso del señor Schmidt, que Taylor utiliza para analizar el acarreo de lingotes –donde en un “alarde de humanismo” compara este trabajo con el que podría realizar un gorila entrenado- y extrae conclusiones a partir del control sobre este señor, en cuanto a los tiempos de trabajo y descanso, demostrando que se podía aumentar su productividad en el acarreo. Conceptualmente, para Taylor el ser humano es un autómata, que se puede programar en sus tiempos de trabajo y descanso, para obtener de él la mayor productividad. Si bien testea sus conclusiones, no parecería que surgen de sus controles de tiempo una teoría en el sentido científico, sino más bien un método de trabajo basado en su experiencia y en la del capitalismo estadounidense.

Henri Fayol (1841-1925), incorporando en su acervo las ideas de Taylor, se dedicó más específicamente al análisis y síntesis de la actividad de la Gerencia en su obra Administración industrial y general, de 1916.

Para este autor, la gestión es un proceso que incluye planificar, organizar, dirigir, coordinar y controlar. A lo desarrollado por Taylor, le suma unos principios básicos como la unidad de mando, ya que un trabajador solo deber recibir órdenes de una sola persona; la separación entre el staff, que asesora y la línea, donde ubica el proceso de autoridad; el espíritu de equipo en el trabajo; la centralización de la autoridad y la subordinación de los intereses particulares a los generales, la equidad y la disciplina, entre otros. O sea que se trata de un conjunto de directrices sobre cómo organizar el trabajo y estructurar la organización.

Contemporáneo a estos autores es Max Weber (1864-1920), quien desde el campo de la sociología, teorizó sobre un tipo de administración pública y gobierno, basados en la racionalización; en ese marco desarrolló su teoría de la burocracia como máximo exponente de esa racionalización de la actividad colectiva, construyendo además un modelo sobre los distintos tipos de autoridad; ideas que expuso en Economía y Sociedad, publicado después de su muerte.

Si bien hay que destacar que Weber no teorizó sobre la administración en el sentido que venimos exponiendo, como una práctica de organización y dirección de la empresa capitalista, ha sido tomado por los teóricos de esta disciplina como parte de su acervo teórico. Como sostiene Petriella[8], con la incorporación del taylorismo, “la burocracia weberiana ya no es una forma natural de dominación sino un “natural” modelo de eficacia técnica”.

Entre 1924 y 1927, el sociólogo Elton Mayo (1880-1949), llevó adelante una investigación en la fábrica de General Electric en Chicago, que a pesar de pagar los mejores salarios, brindar asistencia médica a su personal y vacaciones pagas, pasaba por una situación laboral conflictiva.

Mayo y su equipo, trabajaron sobre los efectos de la iluminación en el trabajo y, cuando esta fue mejorada, la producción creció; pero cuando regresaron a las condiciones de inicio, la producción volvió a crecer. Consultados los trabajadores, surgió que los mismos habían sentido que la empresa se ocupaba de ellos.

Entre 1927 y 1932 hicieron una nueva experiencia con dos grupos de seis operarias, sin supervisores y probando distintas mejoras. Pero ocurrió que cuando se cancelaron las mejoras, la producción alcanzó su nivel más alto. El estudio reveló que las operarias, habían creado su propio método de trabajo autogestionado evitando la monotonía.

En la experiencia en el taller de cableado, descubrieron la existencia de líderes naturales en el equipo. A partir de estas observaciones, Mayo desarrolló su teoría, donde propone superar el incentivo salarial y el mecanicismo de Taylor, por el reconocimiento al trabajador.

No obstante, el experimento de Mayo tuvo una serie de críticas, como que solo servía para demostrar lo que ya se sabía; además de que del análisis de los propios documentos del equipo, se detectaron irregularidades que los investigadores trataron de ocultar, como suspender una investigación que no había dado los resultados previstos, que en la primera experiencia los trabajadores fueron presionados y que dos empleadas habían sido despedidas por insubordinación. Pero tampoco el experimento había considerado el contexto económico social, como la depresión que siguió al crack bursátil del año 1929. Además de que en un mundo en lucha entre capitalismo y socialismo, el mismo Mayo sostuvo que había que buscar una tercera vía para evitar el triunfo del segundo.

Todo este cuadro, es el que le hace sugerir a Pablo Capanna que “quizás en las ciencias sociales los factores políticos e ideológicos pesen màs”[9]. Y también señala con este caso, las limitaciones de los métodos experimentales en ciencias sociales, pues se trabaja con seres humanos, con lo que las conclusiones suelen ser orientativas.

Independientemente de que la posición de Mayo significó un avance frente al taylorismo, evidentemente los análisis empíricos fueron insuficientes en cuanto que se concentraron en una sola empresa, que tuvieron problemas que no fueron tomados en cuenta y además, que también hay que considerar que se trató nuevamente de soluciones sobre la práctica de la administración de la fuerza de trabajo, más que de construir una teoría comprensiva de la administración y de la organización como un sistema.

En esta primera etapa histórica del desarrollo de las ideas en administración, más allá de su caracterización de científica por parte de sus principales actores –exceptuando a Weber que proviene de otra disciplina-, los considerados teóricos, en realidad son personas más que nada preocupadas por la implementación práctica de sus ideas, para la mejora de la eficiencia de la organización lucrativa y el aumento de la rentabilidad del capital. Un ejemplo de esto, lo constituye el hecho de que algunos de los citados en todos los libros clásicos de administración, fueron en realidad ejecutivos de empresas como Chester Barnard, ejecutivo de Bell Telephone o Alfred Sloan hijo, de General Motors, sin contar con ese precursor que fue Henry Ford, que con sus cambios en la línea de producción dio origen al denominado fordismo.

Esta característica se mantendrá hasta la actualidad, donde la mayoría de los especialistas en management, son consultores de grandes empresas, más preocupados por la solución de los problemas a los que se enfrentan esas organizaciones que a teorizar sobre las mismas; y cuando existe teorización, se basa en casos que generalmente corresponde a grandes compañías. En este proceso, comienza a superponerse el estudio de la administración como práctica de la organización del trabajo en la empresa, con el oficio del administrador, entendido como ‘arte’, técnica o ciencia según el autor, que es quien conduce a la organización. De ahí esta imbricación entre teóricos como Taylor o Mayo y empresarios como Ford o directivos como Barnard, que atravesará todo el pensamiento administrativo durante el siglo XX e inicios del XXI.

En definitiva, lo que configuró esta etapa del pensamiento administrativo, es que la administración como práctica, se ocupa de la organización del trabajo en las empresas y la coordinación del mismo, que es ejercida por una tecnoburocracia.

Veremos que los cambios que se fueron produciendo en la teoría de la administración, se relacionan con la evolución de las empresas en la historia, ya que a una determinada necesidad histórica, corresponde un tipo particular de organización y, por lo tanto de organización del trabajo. Y éste último estará determinado por el sistema económico imperante y las relaciones sociales resultantes de dicho sistema.


Por lo tanto, comprender a la administración es comprender el trabajo en la historia, así como las tecnologías disponibles para organizar el mismo, el sistema económico imperante y sus consecuentes relaciones culturales y sociales, que es decir el componente ideológico.


Fue Herbert Simon (1916-2001), Premio Nobel de Economía en 1978, quien intentó, en las nuevas condiciones económicas, políticas y sociales creadas fundamentalmente a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial -que produjeron una profunda transformación en la producción y en el consumo como se los conocían hasta entonces y en el modelo de empresa-, crear una nueva teoría sobre el administrar y sobre la propia organización.


Era un investigador académico, influenciado por las matemáticas y la física, que trabajó para transformar a las ciencias sociales en ciencias duras, equipándolas con herramientas matemáticas, ampliando su campo de estudio a la inteligencia artificial, la computación y la psicología cognitiva.


Sus ideas básicas, están contenidas en la que fue su obra más conocida, El comportamiento administrativo, donde busca desarrollar una teoría de la organización y su comportamiento.


Para Simon, los principios de la administración eran 'proverbios', que pueden utilizarse pero no como una única guía de trabajo en el diseño de las estructuras organizativas.


Los conceptos sobre los cuales trabajó son el de la racionalidad limitada en la organización, los procesos de toma de decisiones y el criterio de eficiencia. En este marco, distingue entre los aspectos éticos, vinculados a la política y los aspectos administrativos, vinculados a los hechos.


Por otra parte, se puede observar en este autor –que publicó con James March en 1958 Teoría de la Organización-, la concepción de que las ciencias sociales se transforman en ciencia en la medida en que utilizan la metodología de las ciencias naturales, algo que profundizará en todas sus obras posteriores; con lo cual la dimensión de los seres humanos se disocia del trabajo.


Asimismo, al desvincular la ética de la administración, su concepto de racionalidad cae en lo que Horkheimer[10] denomina la razón instrumental. Para este autor hay una razón que puede designarse subjetiva, que se maneja con medios y fines, pero los modos de procedimiento se adecuan a fines que se sobreentienden y son aceptados, sin poner en cuestión si los objetivos como tales son razonables o no. Pero también existe una razón objetiva, entendida como sistema vasto o jerarquía de todo lo que es, incluidos el hombre y sus fines; en este caso, la razón es el instrumento dedicado a comprender los fines, a determinarlos. Si reducimos la razón a solo una parte, la razón se convierte en instrumento; el pensar queda reducido al nivel de un proceso industrial, a un componente fijo de la producción.


En línea con lo que hemos desarrollado en el apartado sobre epistemología, Horkheimer critica tanto al empirismo –la observación no es un principio sino un modelo de comportamiento-, como a los positivistas, entre los cuales podemos incluir a Simon, que ven una ciencia de hechos y cosas y descuidan de ligar la transformación del mundo de hechos y cosas con el proceso social.

No obstante debemos señalar, que aun situando la teoría de Simon a la luz de lo expuesto por Horkheimer, e independientemente de que no coincidimos con su esquema conceptual, igualmente el primero es un exponente de aquellos que intentaron transformar a la administración en una ciencia, a partir del desarrollo de una teoría de la organización.


La obra de Ludwig von Bertalanffy (1901-1972), realizó también un gran aporte a la teoría de la administración. Su concepto de sistema abierto, que a partir de interacciones se relaciona con otros sistemas, fue aplicado en forma exitosa en el ámbito de la gestión de organizaciones, en cuanto a visualizar a la organización como un sistema compuesto por subsistemas. Pero al igual que en el caso de Weber, hay que destacar que se trata de una teoría proveniente de otro campo científico, que fue utilizada como analogía en el campo de la administración.

De igual manera, otro avance importante dentro de la disciplina, se da en este período histórico, ante la necesidad de adaptar a las organizaciones a su nuevo contexto y se relaciona con el desarrollo del concepto de estrategia.


Henry Mintzberg[11], sitúa el nacimiento de la estrategia en los negocios en la teoría de los juegos y sus autores, von Neumann y Morgenstern, continuados por Peter Drucker (1954), Alfred Chandler (1962), Igor Ansoff (1965), Kenneth Andrews (1969), y posteriormente Mintzberg, Michael Porter, Gary Hamel y C. K. Prahald, entre otros. Pero un análisis en profundidad de los temas de la estrategia, nos permiten visualizar como se trata específicamente de guías para la acción de los estrategos, que son los gerentes. Básicamente, este gran tema de la administración de negocios –más allá de los autores que enfatizan los temas del planeamiento o los condicionantes como la denominada cultura organizacional-, trata sobre pautas de conducta para conducir y guiar a la organización en el largo plazo en un contexto cambiante. Se trata de teorías sobre la acción, más que conocimiento científico, independientemente de utilizar instrumentos provenientes de otras disciplinas científicas.


La denominada ciencia de la administración, aparece así condicionada por la preocupación de los propios teóricos, en buscar soluciones a problemas de funcionamiento operativo de las organizaciones, más que en construir una epistemología que le sea propia.


Este modelo de comportamiento de los teóricos que hemos sintéticamente analizado, no se encontraría alineado con los conceptos que hemos desarrollado de ciencia, conocimiento científico o epistemología, a excepción de Herbert Simon con la teoría de la organización, pues como expresa Eduardo Ibarra Colado[12], su empeño intelectual fue edificar una ciencia de consecuencias prácticas. Entonces la pregunta que surge de nuestro trabajo, es si la administración puede considerarse una ciencia.


Para el filósofo Mario Bunge[13], hay que diferenciar el adjetivo científico del sustantivo ciencia y, en ese marco, averiguar si los estudios de administración, aún los más rigurosamente científicos, son una ciencia o una técnica.


En este camino, diferencia las ciencias básicas de las ciencias aplicadas, donde la primera se propone entender la realidad y la segunda una parte de ésta, para que alguien pueda transformarla. Si bien esto es importante para su planteo, pues da como ejemplo que el sociólogo o el economista estudian sistemas sociales para comprender como funcionan, mientras que un científico social aplicado quiere averiguar que obstaculiza o favorece su funcionamiento, entendemos que las ideas expuestas de Klimovsky o Cereijido, invalidan de alguna manera este planteo. Pero también diferencia este trabajo de los científicos de la técnica, que aspira a poner el conocimiento en acción; mientras la ciencia se propone explicar el mundo, la técnica se propone forjar las herramientas para transformarlo.

Partiendo del concepto de sociosistema, caracterizado por su composición –las personas que forman parte-, el ambiente –natural y social- y la estructura –relaciones entre sus miembros y con él ambiente-, sostiene que podemos estudiar su administración con el objetivo de optimizar su funcionamiento. Y de esto es de lo que se ocupa la que denomina administrotecnia, que controla cosas concretas y, por lo tanto, no es una ciencia de acuerdo a lo ya expuesto, sino una técnica. Una técnica que a su vez se basa en resultados científicos, siendo una técnica científica, que sería más científica que por ejemplo el derecho, pues este estaría fuertemente influido por la ideología. Con lo que las preguntas serían, ¿acaso la administración no está influida por la ideología? ¿La concepción de una empresa regulada por el mercado para poder desarrollar sus potencialidades, no es ideológica? ¿La organización de la fuerza de trabajo, no está tamizada por la ideología?


En definitiva, para Bunge la administrotecnia es científica pero no una ciencia, pues persigue conocer los aspectos administrativos de los sociosistemas.


Otra de las posiciones clásicas en este sentido es la de Bernardo Kliksberg[14], quien descarta en su análisis que la administración sea un arte, por lo mismo que nosotros hemos definido obra de arte y, a fin de determinar si se trata de una técnica o una ciencia sostiene que, en primera instancia, si fuera una ciencia partiría de la premisa de que las organizaciones, como todo fenómeno natural o social, tiene regularidades de comportamiento y que esta ciencia, explicitaría las regularidades, crearía teorías explicativas del comportamiento y utilizaría el método científico más acorde con el fenómeno organizativo.


Pero también está la posibilidad de que sea una técnica, o más bien una tecnología administrativa, cuyo objetivo sería orientar el comportamiento global de las organizaciones, sus áreas y sus componentes, hacia los objetivos deseados. Estas técnicas se integrarían con normas, al nivel de los distintos problemas de la organización.


Con lo cual Kliksberg, llega a la conclusión de que la administración es una disciplina científica y una tecnología. Como el objeto estudiado por esta disciplina, la organización, es de carácter real y perteneciente al mundo de la cultura, la ciencia que investiga las organizaciones, la administración, está comprendida en el campo del saber científico dirigido a los objetos culturales.

Pero no puede por sí sola estudiar la organización y, por lo tanto, requiere de la interdisciplina.


Aquí hay que remarcar, que en ambos casos entendemos que se utilizan en forma confusa los conceptos de técnica y tecnología. De acuerdo a lo que hemos establecido al inicio de este capítulo, lo que plantea Bunge debería considerarse más que como técnica, como una tecnología, por su carácter sistémico; pensamos que quizás el término sociotecnología o tecnología social, serían más apropiados para el planteo que el utilizado por el autor. Igualmente en el caso de Kliksberg, donde utiliza ambos términos en forma indistinta en su obra, aunque finaliza definiendo a la administración como una tecnología, que consideramos más adecuado, además de cómo ciencia.

 

En tiempos de digitalización


Como ya ha sido expuesto, la organización del trabajo y la medición de sus resultados -sea en una organización o en una institución-, es la plataforma sobre la que se basa el administrar. A su teorización, se han ido sumando distintas problemáticas a lo largo del siglo XX y XXI a medida que crecía en importancia como actor social y en complejidad la empresa en el sentido en que hoy se la conoce.

La amalgama entre la teoría de la administración y la organización del trabajo, ha sido históricamente la tecnología, tanto en la gestión administrativa como en la producción.  

Pero a partir fundamentalmente de la década de 1970, hemos asistido a un progresivo crecimiento del trabajo que se denominará cognitivo en este proceso, aunque debemos señalar aquí dos cuestiones.

Trabajo cognitivo, no significa que el trabajador crea conocimiento sino que opera con él, aunque en algunas circunstancias la empresa utiliza las innovaciones de sus empleados. Y la segunda cuestión, es que si bien tradicionalmente se ha identificado el trabajo que hoy llamamos cognitivo con el profesional, el empleado administrativo o el directivo, en la actualidad todos los trabajos se están transformando progresivamente en cognitivos, lo que conduce a la denominación de capitalismo cognitivo, como algunos autores denominan a la etapa actual, tal el caso de Carlo Vercellone o Andrea Fumagalli. Se trata de una fase donde la fuente central de productividad y poder de las empresas es la creación y transmisión de información. O como sostiene Vercellone[15], es el resultado de un proceso de reestructuración del capital a través del cual intenta absorber, muchas veces en forma parasitaria, la producción colectiva de conocimientos. Entonces, este autor lo piensa como un nuevo sistema histórico de dominación -a mi criterio una etapa histórica-, en el cual el valor productivo del trabajo intelectual e inmaterial deviene dominante.

Ahora, el esquema de trabajo producto de esa amalgama entre teoría de la administración y tecnología, que el taylorismo formaliza a inicios del siglo XX, donde el ser humano pierde su condición de tal frente a la máquina consolidando su función de apéndice de la misma, continúa profundizándose en cada salto cualitativo en la aplicación de nuevas tecnologías a la empresa, situación que el capitalismo debe encarar frente a la caída tendencial de la tasa de ganancia.

Pero lo descripto, no es solo aplicable como en el taylorismo, a los obreros que trabajan vinculados directamente a la producción, sino a todos los trabajadores que se han denominado como cognitivos, a partir del momento histórico en que nos encontramos, que ha sido definido de diversas formas por diversos autores, como el de la Industria 4.0, capitalismo cognitivo como hemos señalado, capitalismo computacional, capitalismo de plataformas, capitalismo de vigilancia y otros términos más antiguos como capitalismo tardío,  que trata en definitiva, de la aplicación masiva de las tecnologías digitales y la automatización a los procesos organizacionales.

El filósofo italiano Franco Berardi[16], vincula este proceso a la cancelación de la distinción entre tiempo de ocio y tiempo de trabajo, tomando así el teléfono celular el lugar de la cadena de montaje en el trabajo cognitivo; podríamos ampliar esta idea agregando que cualquier dispositivo móvil toma ese lugar, en la medida en que las redes digitales móviles constituyen la nueva línea de montaje.

Asimismo, denomina a estos nuevos trabajadores el cognitariado, un trabajador máquina que posee un cerebro que puede ser utilizado por fragmentos de tiempo y que se le paga por una prestación puntual y ocasional; el trabajo, utilizando las expresiones de este autor, se fractaliza y celulariza.

Nos enfrentamos entonces a un problema con distintas variables de análisis, complementarias o contrapuestas según los casos, pero con un telón de fondo común, que es el papel de las tecnologías digitales en la reconfiguración del espacio de trabajo y de las características del mismo, con un solo objetivo, que es el aumento de la productividad.    

Este proceso de automatización y fragmentación de las tareas, donde el saber profesional de los trabajadores se pone al servicio de la máquina, ha sido denominado taylorismo digital[17]. De alguna manera, se estandarizan los trabajos denominados cognitivos, igual que hacía Taylor con el trabajador manual; un proceso que se inicia en realidad en la década de 1970 donde de a poco la tecnología va impactando en los trabajos administrativos y de las empresas de servicios, no solo en la producción.

No hemos pretendido en este apartado, realizar un desarrollo exhaustivo y en profundidad sobre las tecnologías digitales y su impacto en la gestión de organizaciones y en la sociedad –lo que ha sido expuesto por el autor con anterioridad en diversos materiales-, sino que la intención ha sido presentar un fenómeno que impacta sobre cualquier pretensión de pensar la administración de organizaciones.


En este sentido y, considerando el tema que en este material y los previos nos ocupa, debemos manifestar dos cuestiones que pensamos centrales en relación al objetivo del trabajo.


Primero, que el impacto de la digitalización es innegable y profundo sobre las técnicas de la administración de organizaciones e instituciones. Pero justamente, se trata de un impacto sobre las técnicas de gestión; técnicas que pueden ser soporte de una ciencia, pero nunca la ciencia en sí. Por lo tanto, quedarían ajenas a nuestra búsqueda de una epistemología específica, aunque formarían parte de la misma.


Y una segunda cuestión, es que la Inteligencia Artificial, para transformar la teoría de las organizaciones, tendría que operar sobre una dimensión que aún no opera y no sabemos si llegará a hacerlo. Se trata de la creatividad y del pensamiento crítico. No hay ninguna de estas dos funciones del ser humano, que por ahora puedan ser encaradas por la IA.


Si bien no es nuestro objetivo, como hemos expresado, profundizar en estos temas en este material, podemos pensar en múltiples ejemplos en la historia del arte, por ejemplo durante el llamado Renacimiento Europeo, para comprender como los artistas, arquitectos y otros, no resolvían problemas, sino que antes planteaban nuevos problemas, no existentes, donde no había historia de datos a los que recurrir. Creaban pensando críticamente su tradición; así ha sido siempre en la historia de la humanidad.

 

VI.- Conclusiones

Desde distintos modelos conceptuales –que solo hemos esbozado en algunos casos en este trabajo-, se ha pretendido abordar el estudio de la organización y su administración.

Por una parte la administración, que como hemos visto trata fundamentalmente de la organización del trabajo en la empresa –que se extiende a las organizaciones en su conjunto-, de acuerdo a los objetivos establecidos por la dirección y coordinado con las tecnologías disponibles. En este caso, aparecen alternativamente y, en muchos casos superpuestos, las herramientas para el administrar y el papel del administrador. Además de que la aparición de conceptos como el de estrategia, intentaron vincular los instrumentos de gestión con el contexto.

Por otra parte, surge la teoría de la organización, que pretende dar cuenta de la organización como un sistema, que profundiza en el estudio de sus partes y en sus interacciones con otros sistemas abiertos; concibe a las organizaciones como formas sociales u objetos culturales. Dentro de la misma, también surge el papel de la gestión y los gestores, como una parte de la organización, estudiando también los hechos sociales que produce la organización.

Hay otros modelos de abordaje teórico como el análisis institucional, representado por René Loureau –que no hemos desarrollado en este trabajo-, donde la organización es concebida como el momento singular de la institución y que abreva conceptualmente en la sociología, la psicología y la filosofía; además de enfoques como los denominados estudios organizacionales, sociología del trabajo o sociología de la organización.

Pero de acuerdo a lo que hemos expresado, pensamos que evidentemente la administración no podría ser considerada una ciencia, en tanto de que se trata de la investigación aplicada a la generación de herramientas para la gestión, como sería el caso de la estrategia, el estudio del factor humano, la calidad o el marketing. En este caso, vamos a coincidir con Bunge y con Kliksberg, en cuanto a que se trataría en este caso de una tecnología social –aunque no sea este el término exacto utilizado por estos autores-, por cuanto es una tecnología organizativa y artefactual operando en una forma social. En este caso también coincidimos con Bunge en cuanto a que es científica –como adjetivo-, ya que se nutre de ciencias auxiliares como la estadística, la matemática, la economía, la antropología, la sociología, la psicología o la psicología social. Ahí se generaría un encuentro interdisciplinario entre estas ciencias y la disciplina de la administración, entendida como tecnología social.

Pero lo que sí pensamos es una ciencia es la teoría de la organización, en cuanto a que trata de explicar el funcionamiento organizacional como un conjunto, pero con particularidades, que incluyen, como ciencia, a la tecnología social de la administración, ya que no hay organización sin administración. Pero para que la teoría de la organización se transforme en ciencia, en conocimiento y explicación de la realidad –en tanto que las organizaciones son reales-, necesita también incorporar aportes, conceptos y metodologías de otras ciencias como las que hemos mencionado, pero aquí más en un trabajo transdisciplinario que interdisciplinario.

Esto no quiere decir, que la teoría de la organización ya se haya transformado en ciencia, pues para hacerlo debería construir su propia epistemología y, por lo tanto, su propio método científico, algo que todavía no existe.

Para que esta teoría de la organización alcance su nivel de estatus científico, hace falta recorrer un largo camino, como el emprendido por algunos autores comprendidos en los denominados critical management studies, como Aktouf, Alvesson, Wilmott o Chanlat. Hace falta pensar más en el terreno de la política y del poder en las organizaciones, así como apelar al conocimiento desarrollado en otras disciplinas, por autores como Foucault –el poder-, Delleuze –sociedades de control- y otros. O sea construir una necesaria epistemología de la organización, que no sea solo sociología, sino que se piense la organización como organismo complejo, en el camino de desarrollar una ciencia que, parafraseando a Sokal, descubra como son realmente las cosas en la organización y afirme que estamos progresando en esa dirección, aunque nunca alcanzaremos la meta por completo.

Y fundamentalmente, una ciencia que abandone la razón instrumental y posibilite incorporar los fines, lo que es decir el ámbito de la ética, lo que es decir el campo de la ideología.

 

 

 

 



[1] Molinari Carlos A. J. El arte en la era de la máquina. Conexiones entre tecnología y obras de arte pictórico 1900-1950. Editorial Teseo, Buenos Aires, 2011.

[2] Molinari Carlos A. J. El arte…ob. cit. pp. 34-35.

[3] Molinari Carlos A. J. El arte…ob. cit. pp. 37-38.

[4] Gordon Childe V. Que sucedió en la historia. Ediciones Leviatán, Buenos Aires, 1956. pp. 166-167.

[5] Para ampliar esta idea, ver: Molinari Carlos A. J.  La disciplina de la historia y la construcción del pensamiento administrativo. Teuken Bidikay Revista Latinoamericana de Investigación en Organizaciones, Ambiente y Sociedad, vol. 12 N° 19, Colombia, 20 de diciembre de 2021. pp. 167-185

[6] Taylor Frederick Winslow. Management científico. Ediciones Orbis, Madrid, España, 1984. p. 36.

[7] González Biondo Graciela. Camino al andar. Revista Gestión, Nº 1 vol. 10, Buenos Aires, enero febrero 2005. pp. 45-53.

[8] Petriella Angel. Contraviento. Organizaciones y Poder. Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, Buenos Aires, 2006. p36.

[9] Capanna Pablo. El efecto Hawthorne. Diario Página 12, Suplemento Futuro, 6 de octubre de 2012.

[10] Horkheimer Max. Crítica de la razón instrumental. Terramar Ediciones, La Plata, 2007.

[11] Mintzberg Henry et al. El proceso estratégico. Conceptos, contextos y casos. Prentice Hall, México, 1997.

[12] Ibarra Colado Eduardo. Herbert Simon y su monomanía. El comportamiento humano como comportamiento artificial. Gestión y Política Pública, vol. XIX Nº 1, México, 1er. semestre 2010. p. 157.

[13]  Bunge Mario. Status epistemológico de la administración. En: Ader J. J. (comp.) Organizaciones. Paidós, Buenos Aires, 1993.

[14] Kliksberg Bernardo. El pensamiento organizativo. Del taylorismo a la teoría de la organización. (Contribución a un análisis histórico social de la evolución de las ideas en Administración). Editorial Depalma, Buenos Aires, 1973. pp. 47-52.

[15] Vercellone Carlo. Capitalismo cognitivo. Releer la economía del conocimiento desde el antagonismo capital-trabajo. Tesis  11, 30 de julio de 2013.

[16] Berardi Franco. Generación Post-Alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo. Tinta Limón, Buenos Aires, 2007.

[17] Brown Ph., Lauder H. y Ashton D. The Global Auction: The Broken Promises of Education, Jobs and Income. Oxford University Press, Oxford, 2011.