LOS ARCHIVOS FAMILIARES Y LA CONSTRUCCIÓN
DE UNA HISTORIA SOCIAL
Mg.
Carlos A. J Molinari
El
interés de la investigación histórica, ha estado centrado tradicionalmente en
los archivos familiares como fuente de estudio de personajes relevantes o de
sus familias, cuando éstas han sido o son parte de importantes acontecimientos en
los distintos momentos de la evolución de la humanidad.
Resulta
claro que tanto en lo que denominamos la Antigüedad como en la Edad Media del
espacio que consideramos parte de nuestro horizonte civilizatorio –el Medio
Oriente y lo que hoy constituye Europa-, así como de otras regiones del mundo,
las fuentes a las que tenemos acceso, refieren siempre a sus gobernantes,
estructuras religiosas o líderes militares. El resto de los humanos entran en
la historia como seres anónimos, que solo en contadas ocasiones nos permiten
acceder a sus nombres o a sus preocupaciones o afectos.
Descubrimientos
como por ejemplo los poblados de los constructores de pirámides en el Antiguo
Egipto, donde aparecen ostracas con
los nombres o mensajes de trabajadores, o grafitis, escritos en piedra u otros
soportes, que nos posibilitan conocer nombres y preocupaciones de soldados o
gente del pueblo en distintos lugares del planeta, así como distintos signos de
la presencia de hombres comunes, representan un momento especial para
historiadores y/o arqueólogos, pues les posibilitan abrir una puerta a la vida
cotidiana de seres humanos ignotos, pero que constituyen nuestros ancestros.
La
documentación jurídica en la Edad Media europea permite apenas atisbar algunos
aspectos de estas personas, pero a partir de los litigios o de la visión
siempre sesgada de los jueces, sean estos seculares o de la Inquisición.
Emile
Mireaux, en su obra La vida cotidiana en
tiempos de Homero, intenta reconstruir la vida cotidiana en la Grecia de
los siglos VIII y VII a.e.c., a partir fundamentalmente de las inferencias que
se pueden realizar desde las obras de Homero y otras fuentes, a falta de
cualquier documentación específica, sobre todo que hubiera sido producida por
los propios actores. Lo expuesto revela la dificultad de acceder a lo que
pensamos como los problemas, las preocupaciones, los afectos de los que
constituían el pueblo, en todos sus
estratos y dimensiones.
Esta
situación obedece a un sinnúmero de causas que escapan a los objetivos de este
artículo y que sería imposible estandarizar sin considerar espacios
geográficos, momentos históricos, tipo de sociedad, etc.
Pero
entre las que podemos citar se encuentra en primer lugar el escaso o nulo
acceso a la escritura por parte de esas distintas clases subalternas –situación
que aplica en muchas circunstancias a miembros de las clases gobernantes-, sin
que esto implique por supuesto que la situación descripta pueda ser aplicada en
forma lineal en todos los pueblos de la antigüedad o inclusive en la Edad Media
europea o de otras zonas del globo. Se pueden distinguir distintos casos y
cambios en los diferentes períodos históricos, pero no hay dudas que hasta el
surgimiento del capitalismo y las distintas transformaciones posteriores, la
adquisición de esta habilidad no había sido en la historia una posibilidad o el
sentimiento de una carencia para la mayoría de los seres humanos.
Además
de que para los propios historiadores y cronistas, lo que estaba en el centro
de sus preocupaciones era la transmisión de los grandes acontecimientos de su
tiempo o sus pensamientos acerca de la sociedad, la naturaleza o la religión;
no la problemática de la gente común,
su espiritualidad, su relación con las cosas y con otras personas.
Por
otra parte, a quienes formaban parte de las clases subalternas, no importa el
período histórico que podamos considerar, no se les podía ocurrir transmitir
sus vivencias, sus historias; se trataba de algo que no podía formar parte de
su esquema mental. Por supuesto que siempre podemos encontrar excepciones en la
historia, pero podemos sostener que en general los hombres comunes, aquellos
que formaban parte de los que producían para las clases dominantes y para el
propio aparato del Estado –no importa la forma que este asumiera-, veían su
trascendencia en el transcurrir de la vida y en la muerte y las promesas de las
distintas religiones, aunque no en la descripción de su hacer cotidiano o de
sus relaciones con otros seres. Estos hombres se veían a sí mismos como una
parte integrante de una comunidad, cuyos destinos eran regidos, por dioses,
reyes y nobles.
Excepción,
como hemos citado, de contados documentos que nos ha legado la historia, sobre
la vida de esos hombres ignotos.
A
lo expuesto, se agrega otro relevante elemento que interactúa con los
anteriores, como es la inexistencia de soportes que posibilitaran que esas
personas pudieran registrar sus ideas en su paso por la vida.
Un
papiro o un pergamino eran lo suficientemente costosos como para que pudieran
ser utilizados por sectores que no pertenecieran a las clases dominantes o en
función de los intereses estatales o religiosos, los que normalmente se
solapaban. Igual sucedía con las imágenes, representadas en piedra u otros
materiales duros, o aún en las pinturas; formas destinadas a plasmar a los
gobernantes, a los dioses o a una vida social anónima.
Los
hombres formaban parte de una sociedad y todavía no había surgido el concepto
de individuo en la historia; un
concepto que portaría la burguesía europea en su ascenso como clase dominante,
en el camino de la instauración del capitalismo.
Aunque
ese concepto de individuo, que podemos apreciar ya a partir del siglo XV en
pinturas como las de Jan van Eyck o posteriormente Rembrandt, corresponde
todavía a un sector minoritario como era la nueva clase burguesa; inclusive
cuando aparecen los hombres comunes como en las pinturas de Pieter Brueghel el
Viejo, lo hacen de manera totalmente innominada.
Pero
esa clase social en ascenso, también había dado lugar a un nuevo invento como
la imprenta, que va a tener una importante implicancia en nuestro planteo, ya
que los hombres –aunque hasta ese momento los letrados seguían siendo un sector
minoritario-, comenzaban a tener posibilidad de difundir lo que podían escribir[1].
En
este proceso, con las limitaciones que hemos expuesto en cuanto al lento camino
de adquisición de habilidades de lectura y escritura y, a partir de la mejora
de las técnicas de fabricación de papel y su consiguiente difusión, comienza el
crecimiento de la correspondencia personal, que permite que sectores crecientes
de la población registren sus pensamientos, sus intereses, sus sentimientos[2].
Es
en el siglo XIX cuando en Europa se produce un desarrollo tecnológico acelerado
del capitalismo y, por lo tanto, el alumbramiento de nuevas invenciones, como
la fotografía y el cine, que se iban a masificar de una manera en los siglos posteriores,
que su utilización iba a encontrarse al alcance de cada vez mayores sectores de
la población, en forma disímil, pero en todos los países del globo.
Otro
gran hito representó el crecimiento de la prensa escrita, que de la difusión de
noticias de carácter político y económico, se transformó paulatinamente en un
eco de la vida social. De esta manera cada vez más personas, en su carácter de
periodistas y narradores, pasaron a engrosar quienes escribían en ella. Además
de que personas hasta entonces ignotas, comenzaron a ser actores de las
noticias; ya no se trataba solo de figurar en un expediente judicial, sino que
por motivos de otra índole, podían ser parte de un artículo y abandonar el
anonimato, aunque fuera solo por un instante en términos de tiempos históricos.
No
se agotan en los casos citados, las distintas formas en que los individuos
fueron ingresando en el gran libro de la historia. Los testamentos también
representaron uno de esos caminos, aunque se tratara de personas que poseían un
patrimonio que legar y, por lo tanto, solo representaran a un sector
minoritario.
Si
el siglo XIX representó una etapa de apertura de grandes invenciones, no lo iba
a ser menos el siglo XX que además de las tecnológicas iba a incorporar una
invención social, los mercados masivos.
Las
posibilidades de escribir, de fotografiar, de filmar se fueron transformando
progresivamente en una actividad masiva, hasta llegar al siglo XXI, donde a
partir de los teléfonos celulares, las redes sociales y el soporte que
significa la red internet, se va posibilitando a los seres humanos registrar
las distintas etapas de su paso por la vida.
Entonces
en los dos últimos siglos, hemos y estamos asistiendo a la proliferación, en
forma creciente, de documentación acerca de la vida privada de los distintos
individuos, como nunca había sucedido en la historia.
Pero
también nos encontramos con el problema de que mucha de esa documentación, por
distintas causas, tiene existencia efímera. Con el paso de las generaciones las
fotos, filmaciones y demás documentos en formato físico se van perdiendo solo
sobreviviendo muy pocas en proporción, en museos o archivos o, en menor medida
en ferias de antigüedades, donde en el caso de las fotos solo conservan el
valor de época, sin datos generalmente que permitan reconstruir una historia
detrás del documento.
El
mismo destino encuentra también la correspondencia, diarios personales,
documentación de identidad, retratos y otras, que van perdiendo su sentido para
muchos particulares como decíamos, con el paso de las generaciones.
Entonces
nos encontramos frente a dos cuestiones importantes; por una parte, disponemos
de información como nunca había sucedido antes en la historia, tanto
cuantitativa como cualitativa, sobre la vida de individuos que ya han dejado de
ser anónimos, lo que posibilita profundizar en los estudios de una historia
social, del hacer y sentir cotidiano de las personas y, por lo tanto, de las
ideas y aspiraciones del conjunto social del que forman parte.
Pero
por otra parte, muchos de esos datos se pierden o se transforman en documentos
anónimos, donde una parte de su valor queda escindida. Y si bien se podría
argumentar que muchos de esos datos son intrascendentes para la reconstrucción
de una historia social, quizás también debamos decir que son los futuros
historiadores quienes en muchos casos podrán establecer la importancia de cada
documento.
El
problema que se nos presenta, en función de lo expuesto, es como generar una
conciencia de preservación de documentos familiares, como transformarlos en
archivos y como garantizar la transmisión de los mismos, sea en el ámbito
particular como en el ámbito público, en los distintos estamentos en que este
puede descomponerse: municipal, provincial, nacional, así como museos,
bibliotecas y archivos.
¿Qué es un Archivo
Familiar?
Se
puede sostener, por lo tanto, que un archivo familiar va a estar compuesto de
todos aquellos documentos que por distintas causas, nos permiten recomponer la
trayectoria en la historia de una familia.
Aquí
nos encontramos por supuesto con una primera traba en este proceso, la cual es
determinar los límites de lo que denominamos familia. A lo que debemos agregar
en Argentina, que es desde donde se escribe este artículo, transcurrieron pocas
generaciones asentadas en nuestro país de muchas de las personas que hoy
constituyen su población, dada la gran inmigración producida desde fines del
siglo XIX, que fueron constituyendo lo que hoy genéricamente podríamos
denominar el pueblo argentino.
Estas
dos temáticas entrelazadas, pensamos que han conspirado con la preservación de
muchos documentos, ya que por ejemplo los que en una generación constituyen
parientes cercanos, dos o tres generaciones posteriores, pueden no constituir
ni siquiera un recuerdo para algunos miembros de las familias. Ello unido en
nuestro país a que mucha documentación que portaban los inmigrantes,
correspondía a personas y vivencias en sus tierras de origen, desconocidas para
sus descendientes, sobre todo pasada la primera generación asentada en
Argentina.
En
esta etapa, es interesante pensar como la documentación fotográfica por ejemplo,
o la filmográfica, debería ser identificada por quienes pueden hacerlo, para
que ese documento pueda ser valorizado como corresponde en el archivo familiar.
Por supuesto que no todas las fotografías, como caso, necesitan imperiosamente
para conservar su valor histórico, poseer el nombre o nombres de quienes
participan en las mismas. En algunos casos el valor está puesto en quien tomó
la fotografía; en otros casos en el motivo, o la vestimenta, o un tipo especial
de festejo, etc., pero ello no invalida que la fecha o los participantes sean
un elemento más del valor de la foto.
En
nuestro siglo XXI, se agrega otro problema como es el de la supervivencia de
los soportes digitales. Todo aquello que escribimos, fotografiamos, dibujamos,
filmamos en soportes digitales está sujeto en primera instancia a la
supervivencia de los software y/o los hardware
que le han dado origen; pero también a otras causales como la supervivencia de
las páginas en las cuales por ejemplo se colocaron en la red internet esos
documentos. Además de otras causas cotidianas como la pérdida o rotura de los
artefactos desde los cuales se han generado los documentos. De hecho, es más fácil muchas veces encontrar
en una familia una foto en papel de un antepasado con más de 100 años de antigüedad
que una foto de unas cercanas vacaciones, la cual se desconoce en que celular o
tablet fue almacenada. Intentaremos con posterioridad en este artículo, volver
sobre esta cuestión.
Pero
también debemos preguntarnos acerca de los documentos escritos en una familia,
como los diarios personales y la correspondencia, que en muchas oportunidades
fueron escritos para que los lean solo los destinatarios o, en algunos casos
como los diarios, solo el autor.
¿Es
que deben legarse esos documentos, sobre todo considerando que con el correr de
los años pueden terminar subastados a un tercero desconocido o formando parte
de un archivo museográfico?
Por
supuesto que no hay una respuesta única a este planteo, pero en principio nos
inclinamos por la conservación de todos aquellos documentos que puedan
utilizarse para reconstruir una historia social a partir de las vivencias de
los individuos.
También
nos encontramos frente a la situación de que no todo se puede conservar, aunque
tenga utilidad para rastrear las formas de pensar o de sentir de una
determinada persona. Como caso las bibliotecas, que independientemente del
valor monetario de sus libros, de alguna manera representan el recorrido
intelectual de su poseedor; además de que las anotaciones en cada obra del lector
permiten analizar su universo de ideas.
De
la misma forma podríamos referirnos a todos aquellos objetos que pueden ser, o
son, representativos de historias personales y familiares, que por imperio de
las herencias, se van desligando del núcleo de posesión original. Podemos citar
aquí las pinturas, esculturas y otras formas de arte y artesanía; no estamos
pensando en su valor pecuniario sino en su valor representativo para
reconstruir una historia social familiar.
La problemática del
almacenamiento digital
A
partir del desarrollo de las tecnologías digitales y de la red internet, como
soporte de las mismas –sin pretender desarrollar una génesis y estado de
situación-, hemos asistido a un crecimiento como nunca sucedió en la historia,
en la cantidad de información personal que las personas en el mundo han puesto
a disposición, con más o menos recaudos, de otras personas, de empresas y
gobiernos.
De
esta manera correos electrónicos, fotos, opiniones y comentarios, artículos,
filmaciones, han generado un cúmulo de datos que posibilitan pensar en un gran
archivo personal y familiar a nivel mundial.
Frente
a esta situación se presentan dos problemas. Por un lado cuáles de todos esos
datos son relevantes y cuáles no, lo cual solo puede, en principio, ser determinado
por el autor si es que el mismo estuviera interesado en construir un archivo
personal. Pero por otra parte, nos encontramos frente a la cuestión de cómo
preservar en el tiempo esos documentos que consideramos relevantes y que a su
vez, podrían serlo para preservar una memoria individual y familiar.
Los
cambios y actualizaciones en el software y en el hardware, la desaparición de
sitios de intercambio y/o almacenamiento, el abandono por parte de los usuarios
de los espacios de interacción o almacenamiento, la eliminación lisa y llana
por cuestiones económicas de datos almacenados, sea este proceso por
determinación del usuario o de los propietarios de los sitios, son algunas de
las causas que provocan la pérdida de documentos producidos por las personas.
Resulta
claro que, hasta un cierto límite, son los propios usuarios quienes pueden
garantizar el resguardo de la documentación que se juzgue deba ser preservada.
Pero decíamos hasta cierto límite, pues muchos datos son almacenados en
dispositivos que dejan de funcionar o que pierden la capacidad de ser
interpretados por un nuevo software, con lo cual muchos de esos datos también
se pierden.
Además
que no sabemos el destino de los datos que confiamos al almacenamiento en la
nube, pues desconocemos que sucederá en el futuro con esos grandes servidores,
ni sabemos sobre el interés de grandes corporaciones en preservarlos.
En
definitiva, nos encontramos frente al hecho concreto de que la digitalización
podría salvaguardar nuestros documentos y datos contra el desgaste de la
materia, pero mientras que objetos materiales han sobrevivido miles de años
alguna información digital se ha perdido en unos pocos años.
Conclusiones
Si
bien siempre en la historia los avances en las técnicas de producción de
escritura fueron posibilitando el registro de las actividades de los seres
humanos, nunca como en los últimos doscientos años habíamos asistido a una
revolución tecnológica que nos proporcionara tantos instrumentos para registrar
la vida, puestos al alcance de cada individuo.
Esta
situación ha generado la factibilidad de que cada persona pueda documentar
muchos aspectos de su vida, con lo cual se pueden generar como nunca antes
archivos familiares, que abren a los historiadores una puerta para reconstruir
una historia social con base en los individuos, con sus afectos, opiniones,
esperanzas, producción intelectual y artística; un proceso que enriquecería sin
dudas nuestro conocimiento del pasado.
Tenemos
por ejemplo la posibilidad de que las generaciones posteriores reciban
productos intelectuales o artísticos, que no están destinados quizás a formar
parte de un canon, pero sin los cuales se torna dificultoso comprender la vida
espiritual de una época o de un colectivo.
Quizás
sea el momento de pensar que esta tarea no podrá llevarse a cabo sin la
existencia de un sistema de archivos donde participen museos, universidades,
archivos estatales y privados, bibliotecas, etc., con el fin de resguardar, en
acuerdo con los usuarios, los archivos familiares como fuente de una auténtica
historia social de la humanidad. Pero esto solo será posible a partir de
generar el interés en los individuos en la construcción y preservación primaria
de estos archivos.
[1] Tampoco es objetivo de este
trabajo desarrollar una historia de los soportes y la comunicación social. Para
ampliar sobre este tema ver: Vázquez Montalbán Javier. Historia y Comunicación Social. Editorial Bruguera, Barcelona,
España, 1980.
[2] Si bien la correspondencia
existe desde que los hombres desarrollaron la escritura, sea la correspondencia
comercial o por cuestiones de gobierno, nos referimos aquí a la correspondencia
de contacto entre seres humanos por cuestiones meramente personales. Esta se va
transformando de manera cada vez más masiva y abierta a amplios sectores de las
poblaciones.