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miércoles, 29 de septiembre de 2021

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Molinari Carlos A. J. Los aportes críticos de Antonio Gramsci para la comprensión del  fordismo taylorismo. Una contralectura de la Teoría de la Gestión. En: Vorágine Revista Interdisciplinaria de Humanidades y Ciencias Sociales, Vol. 3 Núm. 5, Agosto 2021, pp. 39-59. ISSN 2452-5022,   www.revistavoragine.com

sábado, 11 de septiembre de 2021

 

LOS CAMINOS DE LA HISTORIA CULTURAL

 

Dr. Carlos A. J. Molinari

 

Pensar la historia cultural, implica establecer previamente que se entiende por el concepto de cultura.

En ese sentido, Burucúa[1] la entiende como la totalidad de los objetos materiales y espirituales; se desarrolla entonces la cultura en tres niveles: el económico, el social y el mental, abarcando nuestro objeto de estudio los tres niveles.

Esta idea puede ser complementada con lo expresado por Marcuse –quien a su vez sigue a Webster- en cuanto a entender la cultura como “…el complejo de  creencias, realizaciones, tradiciones, etc., distintivas, que constituyen el “telón de fondo” de una sociedad”[2]. Si bien el primero esboza su idea del término desde la historia y el segundo lo hace desde las relaciones con la dimensión de lo político, los conceptos expuestos proporcionan nuestro punto de partida para trabajar sobre la historia cultural.

El concepto expuesto de cultura, se vincula con el proyecto fundamental de Norbert Elias[3], tal cual es planteado por Chartier[4], en cuanto al asociar, en la larga duración, la construcción del Estado moderno, las modalidades de interdependencia social y las figuras de la economía psíquica.

El trabajo de Elias, posibilita articular los dos sentidos del término cultura tal como lo trabajan los historiadores; un sentido que designa obras y gestos, que en una determinada sociedad dependen del juicio estético e intelectual y otro que apunta a las prácticas corrientes, a partir de las cuales se teje una trama, que permite a las sociedades reflexionar sobre su pasado y la relación con el contexto. Según Chartier, pensar las formas y las prácticas culturales, es “elucidar las relaciones sostenidas por estas dos realidades”.

Esta historia cultural, que surge en una serie de investigaciones en los años 80 del siglo XX, es tributaria de alguna manera de la historia de las ideas, de las mentalidades, de la microhistoria, del concepto de imaginario, de la antropología; sin ser específicamente ninguna de las corrientes mencionadas.

De la historia de las ideas, no en la vieja concepción de la idea originada en un emisor letrado que la dirige a un receptor pasivo, sino pensando la idea dotada de historicidad. A su vez el sistema de ideas, conforma lo que podemos denominar ideología, vista ésta como la pretensión de ser un sistema global y totalizante.

En los distintos momentos históricos, hay como mínimo dos sistemas ideológicos en pugna; alguno organizado sólidamente y otro que puede ser visto como en formación. Pero se encuentran compitiendo, en lo que denominaremos la lucha ideológica.

La dinámica de la historia, produce el cambio ideológico y entonces el problema para los historiadores, pasa por la reconstrucción de estas ideologías que nos precedieron, pues la mayor cantidad de fuentes se encontrarán entre las que triunfaron.

También es tributaria, decíamos, de la historia de las mentalidades, en el sentido de mentalidad como conjunto de representaciones no sistemáticas, que “son comunes a César y al último de sus soldados”, según Jacques Le Goff[5]. La mentalidad así concebida atraviesa la segmentación social; tiene un carácter interclasista.

Frente a esta problemática de la mentalidad, se pregunta George Duby[6]¿cómo intervienen, en la historia de las relaciones sociales, estos factores que sin ser menos reales que los factores tecnológicos, monetarios, climáticos, demográficos, tampoco se dejan aprehender, ver, palpar, que no se refieren a lo material sino a lo mental, a la idea, al sueño, al fantasma?”.

Y en ese sentido, se plantea que es mucho más seguro concentrarse en la cultura material –como un utensilio o un resto de un adorno-. Pero a su vez se contesta que en su investigación –lo que podemos extrapolar a cualquier investigación en historia-, los resultados se encuentran condicionados por la codificación de la fuente, surgiendo entonces la necesidad de observar al observador, de conocer sus creencias, de medir al aporte de lo mental.

El otro concepto que contribuye a la construcción de la historia cultural es la microhistoria, pues ésta se plantea la reconstrucción, a partir de una situación particular, normal en tanto que excepcional como sostiene Chartier, la forma a través de la cual los individuos producen el mundo social.

Y esto es particularmente importante en la historia de la cultura, pues se trata de un cambio de escala en el estudio de la historia y, por lo tanto, de la comprensión acerca de cómo se relacionan los individuos, como afrontan el conflicto; en definitiva, como se expresó en el párrafo anterior, como producen su mundo social.

En palabras de Giovanni Levi –citado por Chartier[7]- “Ningún sistema normativo es, de hecho, lo suficientemente estructurado para eliminar toda posibilidad de elección, de manipulación o de interpretación de las reglas, de negociación”.

El debate entonces, es como relacionar las tensiones entre los individuos y la ideología dominante en un momento dado, para no analizar un fenómeno aislado sino en su marco histórico, social y cultural.

No obstante, Chartier sostiene que es complejo el propósito de considerar a la microhistoria como un camino común en el estudio de la relación entre producción cultural y determinantes sociales, pues plantea que hay dos vertientes de la microhistoria[8]. Una es la representada por Levi, donde se muestra como una dimensión de la historia social; a partir de la reconstrucción de un caso se pretende reconstruir de manera precisa mecanismos que funcionan a escala social. Y la otra es la de Carlo Ginzburg, que es utilizada para ver las llamadas anomalías; desde la excepcionalidad de un caso, de lo que no es normal, es posible ver estructuras fundamentales que permanecían ocultas.

Lo que Chartier rescata –a partir de los trabajos del español Jaime Contreras-, es la restitución del papel del individuo y sus estrategias personales y la movilidad en la construcción de lazos sociales; no representando estos lazos categorías fijas, sino espacios de conflicto, negociación y acuerdos.

En este marco conceptual que venimos trabajando, encontramos una correspondencia entre cultura y estructura social, en tanto una estructura social debe poseer una cultura común para ser tal, de lo contrario sería imposible cualquier relación social.

Esta cultura común da origen al concepto de subculturas –cultura de élites, cultura popular- donde aparece el conflicto, al revés del concepto de mentalidad que por su carácter interclasista evade el conflicto. Cuanto mayor es el marco cultural, mayor es la cantidad de subculturas y el consiguiente crecimiento del conflicto.

Otro de los conceptos a incorporar en nuestra cartografía. es el de imaginario, que Le Goff piensa como representaciones que nos llegan por medio de los sentidos, que serían las imágenes que constituyen ese imaginario. Pero este autor señala, que el imaginario no puede convertirse en el inspirador del historiador[9].

Para Evelyne Patlagean[10] (Burucúa: 17), el imaginario es un conjunto de representaciones, que desbordan el límite impuesto por las comprobaciones de la experiencia. Pero ese límite entre lo real y lo imaginario debe ser pensado históricamente, que es como se fue modificando en todas las culturas.

Estos conceptos, nos conducen a los aportes de la antropología, que tanto han influido en la historia cultural y de la cual esta toma métodos, como ingresar a una cultura a través de un símbolo, intentar ver las cosas desde el punto de vista del otro y definir la cultura como un universo simbólico.

En este sentido, Robert Darnton trata de pensar la historia cultural en un sentido antropológico, intentando reunir la historia de las ideas, de las mentalidades, de la cultura –en el sentido mencionado- y el concepto de imaginario. Según Arostegui[11], a partir de la publicación de su libro “La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa”, Darnton trata de estudiar las creencias populares como objeto etnográfico, explicando los hechos históricos como textos con contenido simbólico. Siguiendo a Clifford Geertz, plantea una historia desde la representación mental simbólica de los objetos culturales.

Sobre sus objetivos con el libro mencionado, Robert Darnton fija su posición acerca de las relaciones entre antropología e historia cultural, cuando sostiene que se propuso acceder a los mundos simbólicos del Antiguo Régimen y, por lo tanto, hacer un tipo de historia que pretende ser antropológica, pero que se puede llamar historia cultural.

Esta idea la plantea en un debate con Roger Chartier y Pierre Bourdieu[12], donde quedan al descubierto las diferencias de criterio en relación a la visión antropológica y la de la historia cultural, más allá del reconocimiento de Chartier, acerca de los aportes de la antropología y que han sido citados ya en este trabajo.

Resulta evidente, que se torna complejo diferenciar hasta donde llegan los aportes y donde se confunden ambas ciencias. De hecho, Marc Bloch planteaba que “…el objeto de la historia es esencialmente el hombre. Mejor dicho: los hombres.”[13].

Mientras que Claude Lévi-Strauss, en su Antropología Estructural, citado por Mirta Lischetti[14], define el objeto de estudio de la antropología diciendo que: “La Antropología apunta a un conocimiento global del hombre y abarca el objeto en toda su extensión geográfica e histórica; aspira a un conocimiento aplicable al conjunto de la evolución del hombre…”. Más adelante, la misma Lischetti sostiene que en la actualidad, el campo de estudio de la Antropología es la sociedad en su conjunto[15].

No resulta extraño entonces, que las diferencias entre la historia cultural y la antropología se tornen difusas; si destacamos que la antropología estudia las distintas dimensiones en las cuales interactúa el hombre, pero enfocada desde la cultura y por medio de la utilización del método etnográfico.

Quizás Geertz[16] pueda venir en nuestra ayuda, cuando ve que en los años recientes se ha dado una mezcla de géneros en la vida intelectual y que, por otra parte, ya muchos científicos sociales, habiendo renunciado a una explicación mediante leyes, migran hacia un modelo basado en casos e interpretaciones. No estamos observando entonces otro trazado del mapa cultural, sino lo que este autor define como “…una alteración radical de los principios de la propia cartografía. Algo que le está sucediendo al modo en que pensamos sobre el modo en que pensamos”. Por este eje podría pasar la discusión, acerca de las diferencias entre hacer antropología o historia cultural.

En el debate mencionado entre Darnton, Chartier y Bourdieu, el primero ve a la cultura como una actividad, donde los hombres ponen el esfuerzo en apropiarse de los símbolos y signos puestos a su disposición por la sociedad y a partir de allí producir sentido y expresarse con ellos. Por otro lado Chartier, pone el acento en los usos, los empleos plurales de los objetos culturales. Y Bourdieu, a su vez, recuerda una genealogía en común entre EE.UU. y Francia, a partir de Kant, Durkheim, Cassirer, lo que mostraría que no hay distancia entre la historia de las mentalidades y la antropología cultural norteamericana, llevando la pelea a una lucha entre escuelas por la dominación.

El cuestionamiento de Chartier, está puesto en la definición de cultura como universo simbólico y del mismo concepto de símbolo en el sentido que le da Geertz, como “Todo objeto, acto, acontecimiento, cualidad o relación que sirve de soporte a una representación”[17].

Entonces, si el símbolo es un signo particular que asegura la representación de una cosa mediante imágenes o cosas naturales, siendo entonces el símbolo un signo que implica una relación de representación, el signo está colocado en lugar de la cosa, es la cosa representante.

La crítica de Darnton a este planteo, es que reduce el dominio simbólico a un lazo que une por una parte la representación y por la otra, el objeto representado.

No podemos dejar de destacar aquí un aporte importante de Bourdieu, a juicio del autor de este trabajo, que es la distinción entre las formas simbólicas, las estructuras mentales, los sistemas de clasificación interiorizados por una parte y, por la otra, de los símbolos objetivados, bajo la forma de prácticas, objetos religiosos o artísticos. ¿No podrían ser los segundos -se pregunta Bourdieu-, el producto del trabajo de profesionales de la objetivación, de la creación?

Cual sería entonces para Chartier, el concepto de la nueva historia cultural. Se trata de “…el proyecto de una historia de las representaciones colectivas del mundo social, es decir, de las diferentes formas a través de las cuales las comunidades, partiendo de sus diferencias sociales y culturales, perciben y comprenden su sociedad y su propia historia”[18].

Y aquí aparece una diferencia en cuanto a la apropiación que se hace del término representación. A diferencia del planteo que guía a Darnton, para Chartier la historia cultural es una forma de interrogarse por la sociedad; la representación es el camino por el cual los individuos dotan de sentido a su mundo. Pero a su vez, los esquemas que generan las representaciones, se deben considerar al mismo tiempo como produciendo lo social, puesto que enuncian las clasificaciones posteriores.

Para Ernst Gombrich[19] representar es sustituir, crear un sustituto; pero tiene a su vez una segunda vertiente según Burucúa, que es la segunda función de las imágenes, y es la “simbolización”.

Concepto de representación que Aby Warburg construye desde su idea del pathosformel, siendo éste un conjunto de signos representativos y significantes que indican un significado, un sentido y está asociado a la experiencia de un fuerte sentimiento; si bien Warburg como introductor de la idea no da este concepto, sino que el mismo es una construcción posterior[20]. Pero concepto al fin, que nos ayuda a comprender el fenómeno de la representación, como un proceso que permanece latente y, en algunos casos, aflora en la historia cultural del hombre.

Regresando a Chartier, éste se plantea en la historia de las representaciones y de las prácticas, asociar tres tipos de indagación: el análisis de textos, el estudio del objeto impreso en cuanto a su fabricación, distribución y formas y una historia de las prácticas de lectura, que le confieren al texto y a la imagen que éste lleva una significación particular.

Proceso que implica una separación de la tradicional historia de las mentalidades, pues esta última relaciona de forma demasiado simplista las divisiones sociales y las diferencias culturales mientras que la historia cultural incorpora las divisiones de la sociedad, no reductibles a un principio único.

Por otra parte, el lenguaje no es un simple útil como en la historia de las mentalidades, con un sentido dado, sino que en su funcionamiento se construye la significación y la realidad es producida. Finalmente, frente a la primacía de la mentalidad colectiva, este autor plantea la necesidad de comprender las significaciones diversas conferidas a un texto.

La historia cultural nos plantea entonces la cuestión de las relaciones entre las modalidades de apropiación de los textos y los procedimientos de interpretación que sufren.

Esta historia, ve al texto como producido por el autor, por el librero-editor y por la imaginación y la interpretación del lector, que la construye a partir de sus capacidades y las prácticas de la sociedad de la cual forma parte y le da al texto un sentido.

Y Chartier sostiene que este sentido que se le da al texto, es dependiente, en cuanto depende del texto y de la forma del objeto impreso y a su vez inventivo, pues subvierte las intenciones de quien produjo el texto y el libro en que se apoya ese texto.

Entonces el objeto de una historia cultural e intelectual, definida como una historia de la construcción de la significación, reside en la tensión que articula estos dos conceptos.

Según Arostegui[21], el aporte más importante de la historia cultural, es el “…paso del análisis objetivo de las realidades sociales en sí mismas al del discurso y la representación que los sujetos se hacen de tal realidad”.

En su propuesta, Chartier[22] considera al individuo en el seno de dependencias recíprocas, que constituyen las configuraciones sociales a las que pertenece; y coloca en lugar central la articulación de las obras, representaciones y prácticas con las divisiones del mundo social, que a la vez son incorporadas y producidas por los pensamientos y las conductas.

En relación a esta nueva historia cultural, Dora Barrancos[23] llama la atención acerca de algunos problemas que debe afrontar este abordaje de la historia.

Por una parte, llama a estar prevenidos contra la que denomina una excesiva intelectualización de los modos mediante los cuales se construyen las representaciones. Se refiere en este sentido, a que hay que estar atentos a otras experiencias en la construcción de la subjetividad, más allá de la lectoescritura.

Otra cuestión planteada por esta autora, es la tensión entre fragmentación e integración en la historia cultural; no pone en duda la necesidad de retroceder hasta expresiones microscópicas, pero si apela a evitar el reduccionismo.  Fragmentar es también restituir a las dimensiones procesales que aportan claves para su interpretación; es también someter el fenómeno a múltiples interpretaciones. Y en ese sentido propone incorporar la categoría de rizoma, elaborada por Deleuze y Guattari[24], que plantea la multiplicidad; integrar fragmentos conceptualizando sobre una base matricial, que permita recorrer las dimensiones del fragmento.

También llama a profundizar el trabajo comparativo en la historia cultural; ponerlos en diferentes contextos parea exhumar lo múltiple.

Y por último, propone incorporar las relaciones de poder al análisis, ya que los objetos de indagación, están implicados en este tipo de relaciones.

Así la noción de campo planteada por Bourdieu[25], como un estado de relación de fuerzas entre los agentes o instituciones que intervienen en la lucha por apropiarse del capital específico que ha sido acumulado en el campo, posibilita un marco de análisis para incorporar estas relaciones de poder.

Relaciones que a su vez se manifiestan cuando dentro de un estado de relación de fuerzas, aquellos que monopolizan el capital específico, como fundamento de poder o autoridad dentro de un campo, tienden en el caso de la producción de bienes culturales, a defender la ortodoxia mientras que los recién llegados tienden a la subversión, lo que Bourdieu denomina estrategias de herejía.

Finalmente Barrancos propone, para llevar a cabo este proyecto de historia cultural,  la triangulación de archivos de la base documentaria, para garantizar la reconstrucción pluridimensional de las mismas; así como la convergencia de metodologías y múltiples teorías, ya que al enfrentar experiencias y prácticas se lo hace en dimensiones diversas.

En esta ajustada monografía, por momentos breve ensayo, hemos esbozado las que a criterio del autor, son algunas de las líneas metodológicas y conceptuales, en las que abrevan quienes trabajan con la historia de la cultura.

De alguna manera, se ha expuesto como, independientemente de las diferencias historiográficas, es posible la convergencia de múltiples caminos, para quienes buscan desentrañar la aventura de la historia de los seres humanos.

 

 



[1] Burucúa José Emilio. Nuevas perspectivas en la historiografía actual: temas y métodos de la historia de la cultura. Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de La Pampa. 1991.

[2] Marcuse Herbert. Notas para una nueva definición de la cultura. En: Marcuse Herbert. Ensayos sobre política y cultura. 3ª Edición. Ediciones Ariel: Barcelona, España; 1972. p. 89.

[3] Norbert Elias (1897-1990). Estudió Medicina, Filosofía y Psicología en Alemania. Fue discípulo de Husserl y Jaspers y se doctoró en la Universidad de Heidelberg. Estudió la transformación en el largo plazo de emociones como la vergüenza o la desnudez. Su obra más importante es “El proceso de civilización”.

[4] Chartier Roger. La historia entre relato y conocimiento. En: Au bord de la falaise. L’Histoire entre certitudes et inquiétudes. Éditions Albin Michel : París ; 1998. Traducción autorizada: Renán Silva.

[5] Si bien pueden considerarse otras conceptualizaciones, como la de Lucien Febvre, para quien mentalidad es el instrumental de la mente que utilizamos automáticamente (Burucúa José Emilio. Ob. cit. p. 11)

[6] Duby George. Lo mental y el funcionamiento de las ciencias sociales. Revista Zona Erógena. Buenos Aires, Nº 18, Otoño 1994. pp. 39-40.

[7] Chartier Roger. La Historia…Ob. cit. p. 3

[8] Entrevista realizada a Roger Chartier en la Revista Entrepasados. Buenos Aires, Año IV Nº 6, Principios de 1994. pp. 137-138.

[9] Le Goff Jacques. En busca de la Edad Media. Paidós: Buenos Aires; 2004. p. 150.

[10] Historiadora especializada en Bizancio –Autora entre otros de de Historia de Bizancio (2001); El hombre bizantino (1994)- y autora de L’Histoire de L’imaginaire, París, 1978.

[11] Arostegui J. La investigación histórica: teoría y método. Crítica: Barcelona, España; 2001.

[12] Dialogue à propos de l’histoire culturelle. En : Actes de la Reserche en Sciences Sociales. 59, septiembre de 1985, pp. 86-93. Traducido del francés por Horacio Luis Botalla.

[13] Bloch Marc. Introducción a la historia. 9ª Reimpresión. Fondo de Cultura Económica: México; 1979. pp. 24-25

[14] Lischetti Mirta (comp.) Antropología. 10ª Edición. Editorial Universitaria de Buenos Aires: Buenos Aires; 1991. p. 9

[15] Lischetti Mirta. Ob. cit. p.11

[16] Geertz Clifford. Conocimiento local. Fondo de Cultura Económica: México; 1994.

[17] Dialogue à…Ob. cit. p. 91

[18] Chartier Roger. El mundo como representación. Ensayos sobre historia cultural. Gedisa: Barcelona, España; 1992.

[19] Citado por Burucúa José Emilio. Historia, Arte, Cultura. De Aby Warburg a Carlo Ginzbourg. 1ª Edición. Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires; 2003. p. 56.

[20] Ver: Burucúa José Emilio. Historia…Ob. cit.

[21] Arostegui J. Ob. cit. p. 169.

[22] Chartier Roger. El mundo…Ob. cit.

[23] Barrancos Dora. Problemas de la “historia cultural”. Triangulación y multimétodos. Revista Dialógica, vol. 1 N° 1, Buenos Aires. pp. 327-342.

[24] Ver: Deleuze Gilles y Guattari Félix. Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. Pre-Textos, Valencia, España, 1994.

[25] Bourdieu Pierre. Campo de poder, Campo intelectual. Editorial Quadrata: Buenos Aires; 2003. p. 90

jueves, 18 de marzo de 2021

 

Artículos Recomendados. Si bien se trata de un artículo periodístico, con las simplificaciones que ello implica, entiendo que se trata de un interesante disparador acerca de cómo se piensa desde la disciplina de la administración la estrategia de la empresa.

Todos los autores del pensamiento estratégico empresario, desde los más estructurados (Ansoff) hasta quienes apuntan más a la espontaneidad y la emergencia desde la base de la organización (Mintzberg) y clásicos como Drucker, Porter y otros –básicamente encuadrados en la escuela anglosajona-, nos han ofrecido una visión de esta área de estudios de la gestión alineada con una mentalidad que abreva en la cultura que vulgarmente se denomina “occidental y cristiana”, con todas las limitaciones e incoherencias que tiene este término; que por objetivos no podemos tratar y dilucidar en este espacio. Aunque no obstante podemos señalar que se trata de una mentalidad que apunta permanentemente al pensamiento único.

Entonces vemos como siempre el concepto inicia con una palabra de uso militar en la Antigua Grecia y se complementa con teóricos y prácticos del campo militar, para trasladarse a las grandes empresas y sus ejemplos de éxito, en un procedimiento lineal y mecanicista de base positivista, aún con los esfuerzos –aunque tibios- en los últimos  treinta años para salir de este esquema.

Dejamos de lado aquí esas ideas más vinculadas con la autoayuda como las comparaciones con cisnes, manadas de lobos y otras metáforas fuera de lugar que nada aportan a la cuestión.

Cuando se recurre a otras culturas y modos de pensamiento, como el caso del famoso libro de Sun-Tzu sobre El Arte de la Guerra, se lo hace más como un procedimiento de aplicar frases a situaciones empresarias que en la teoría habrían triunfado por seguir las conclusiones de las mismas; aunque es improbable que esos triunfadores leyeran o siquiera conocieran el libro en cuestión.

Pero lo que se soslaya es que la gestión o management, por su término en inglés, sea una ciencia o una tecnología social –no vamos tampoco a abordar ese tema aquí-, debe ser encuadrada justamente en el campo de lo social.

Con este marco es cuando se entiende como la cultura, en cuanto a componente esencial del comportamiento social, es la base sobre la cual pueden analizarse los comportamientos sociales, entre ellos los de las personas que conducen las organizaciones empresarias y los del resto de sus miembros así como las consecuentes operatorias de las empresas.

Lo que nos muestra el artículo que recomendamos, es como el triunfo de una empresa en China frente a un competidor de talla internacional como Uber, solo puede comprenderse a partir de despegarse de ideas preconcebidas y tratar de estudiar la cultura de cada grupo social, no solo en su presente, sino en su conformación histórica.

No coincido con todo lo que dice el artículo y hay temas que deberían profundizarse, pero de lo que no cabe duda es que el autor ha “dado en la tecla” en cuanto a la necesidad de investigar a fondo los comportamientos de las personas en cada cultura, en cada geografía, en cada tradición. Y terminar con esa tendencia perjudicial de englobar el pensamiento en una estructura de absoluta validez; por lo menos en lo que hace a la conducción de una organización lucrativa.

El artículo se titula El tao venció a Uber en China, fue escrito por Julián Varsavsky y su fecha de publicación fue el 13 de marzo de 2021 en el Diario Página 12 de la Ciudad de Buenos Aires. Disponible en:  https://www.pagina12.com.ar/329175-el-tao-vencio-a-uber-en-china

 

viernes, 26 de febrero de 2021

 

LOS ARCHIVOS FAMILIARES Y LA CONSTRUCCIÓN

DE UNA HISTORIA SOCIAL

 

Mg. Carlos A. J Molinari

 

El interés de la investigación histórica, ha estado centrado tradicionalmente en los archivos familiares como fuente de estudio de personajes relevantes o de sus familias, cuando éstas han sido o son parte de importantes acontecimientos en los distintos momentos de la evolución de la humanidad.

Resulta claro que tanto en lo que denominamos la Antigüedad como en la Edad Media del espacio que consideramos parte de nuestro horizonte civilizatorio –el Medio Oriente y lo que hoy constituye Europa-, así como de otras regiones del mundo, las fuentes a las que tenemos acceso, refieren siempre a sus gobernantes, estructuras religiosas o líderes militares. El resto de los humanos entran en la historia como seres anónimos, que solo en contadas ocasiones nos permiten acceder a sus nombres o a sus preocupaciones o afectos.

Descubrimientos como por ejemplo los poblados de los constructores de pirámides en el Antiguo Egipto, donde aparecen ostracas con los nombres o mensajes de trabajadores, o grafitis, escritos en piedra u otros soportes, que nos posibilitan conocer nombres y preocupaciones de soldados o gente del pueblo en distintos lugares del planeta, así como distintos signos de la presencia de hombres comunes, representan un momento especial para historiadores y/o arqueólogos, pues les posibilitan abrir una puerta a la vida cotidiana de seres humanos ignotos, pero que constituyen nuestros ancestros.

La documentación jurídica en la Edad Media europea permite apenas atisbar algunos aspectos de estas personas, pero a partir de los litigios o de la visión siempre sesgada de los jueces, sean estos seculares o de la Inquisición.

Emile Mireaux, en su obra La vida cotidiana en tiempos de Homero, intenta reconstruir la vida cotidiana en la Grecia de los siglos VIII y VII a.e.c., a partir fundamentalmente de las inferencias que se pueden realizar desde las obras de Homero y otras fuentes, a falta de cualquier documentación específica, sobre todo que hubiera sido producida por los propios actores. Lo expuesto revela la dificultad de acceder a lo que pensamos como los problemas, las preocupaciones, los afectos de los que constituían el pueblo, en todos sus estratos y dimensiones.

Esta situación obedece a un sinnúmero de causas que escapan a los objetivos de este artículo y que sería imposible estandarizar sin considerar espacios geográficos, momentos históricos, tipo de sociedad, etc.

Pero entre las que podemos citar se encuentra en primer lugar el escaso o nulo acceso a la escritura por parte de esas distintas clases subalternas –situación que aplica en muchas circunstancias a miembros de las clases gobernantes-, sin que esto implique por supuesto que la situación descripta pueda ser aplicada en forma lineal en todos los pueblos de la antigüedad o inclusive en la Edad Media europea o de otras zonas del globo. Se pueden distinguir distintos casos y cambios en los diferentes períodos históricos, pero no hay dudas que hasta el surgimiento del capitalismo y las distintas transformaciones posteriores, la adquisición de esta habilidad no había sido en la historia una posibilidad o el sentimiento de una carencia para la mayoría de los seres humanos.

Además de que para los propios historiadores y cronistas, lo que estaba en el centro de sus preocupaciones era la transmisión de los grandes acontecimientos de su tiempo o sus pensamientos acerca de la sociedad, la naturaleza o la religión; no la problemática de la gente común, su espiritualidad, su relación con las cosas y con otras personas.

Por otra parte, a quienes formaban parte de las clases subalternas, no importa el período histórico que podamos considerar, no se les podía ocurrir transmitir sus vivencias, sus historias; se trataba de algo que no podía formar parte de su esquema mental. Por supuesto que siempre podemos encontrar excepciones en la historia, pero podemos sostener que en general los hombres comunes, aquellos que formaban parte de los que producían para las clases dominantes y para el propio aparato del Estado –no importa la forma que este asumiera-, veían su trascendencia en el transcurrir de la vida y en la muerte y las promesas de las distintas religiones, aunque no en la descripción de su hacer cotidiano o de sus relaciones con otros seres. Estos hombres se veían a sí mismos como una parte integrante de una comunidad, cuyos destinos eran regidos, por dioses, reyes y nobles.

Excepción, como hemos citado, de contados documentos que nos ha legado la historia, sobre la vida de esos hombres ignotos.

A lo expuesto, se agrega otro relevante elemento que interactúa con los anteriores, como es la inexistencia de soportes que posibilitaran que esas personas pudieran registrar sus ideas en su paso por la vida.

Un papiro o un pergamino eran lo suficientemente costosos como para que pudieran ser utilizados por sectores que no pertenecieran a las clases dominantes o en función de los intereses estatales o religiosos, los que normalmente se solapaban. Igual sucedía con las imágenes, representadas en piedra u otros materiales duros, o aún en las pinturas; formas destinadas a plasmar a los gobernantes, a los dioses o a una vida social anónima.

Los hombres formaban parte de una sociedad y todavía no había surgido el concepto de individuo en la historia; un concepto que portaría la burguesía europea en su ascenso como clase dominante, en el camino de la instauración del capitalismo.

Aunque ese concepto de individuo, que podemos apreciar ya a partir del siglo XV en pinturas como las de Jan van Eyck o posteriormente Rembrandt, corresponde todavía a un sector minoritario como era la nueva clase burguesa; inclusive cuando aparecen los hombres comunes como en las pinturas de Pieter Brueghel el Viejo, lo hacen de manera totalmente innominada.

Pero esa clase social en ascenso, también había dado lugar a un nuevo invento como la imprenta, que va a tener una importante implicancia en nuestro planteo, ya que los hombres –aunque hasta ese momento los letrados seguían siendo un sector minoritario-, comenzaban a tener posibilidad de difundir lo que podían escribir[1].

En este proceso, con las limitaciones que hemos expuesto en cuanto al lento camino de adquisición de habilidades de lectura y escritura y, a partir de la mejora de las técnicas de fabricación de papel y su consiguiente difusión, comienza el crecimiento de la correspondencia personal, que permite que sectores crecientes de la población registren sus pensamientos, sus intereses, sus sentimientos[2].

Es en el siglo XIX cuando en Europa se produce un desarrollo tecnológico acelerado del capitalismo y, por lo tanto, el alumbramiento de nuevas invenciones, como la fotografía y el cine, que se iban a masificar de una manera en los siglos posteriores, que su utilización iba a encontrarse al alcance de cada vez mayores sectores de la población, en forma disímil, pero en todos los países del globo.

Otro gran hito representó el crecimiento de la prensa escrita, que de la difusión de noticias de carácter político y económico, se transformó paulatinamente en un eco de la vida social. De esta manera cada vez más personas, en su carácter de periodistas y narradores, pasaron a engrosar quienes escribían en ella. Además de que personas hasta entonces ignotas, comenzaron a ser actores de las noticias; ya no se trataba solo de figurar en un expediente judicial, sino que por motivos de otra índole, podían ser parte de un artículo y abandonar el anonimato, aunque fuera solo por un instante en términos de tiempos históricos.

No se agotan en los casos citados, las distintas formas en que los individuos fueron ingresando en el gran libro de la historia. Los testamentos también representaron uno de esos caminos, aunque se tratara de personas que poseían un patrimonio que legar y, por lo tanto, solo representaran a un sector minoritario.

Si el siglo XIX representó una etapa de apertura de grandes invenciones, no lo iba a ser menos el siglo XX que además de las tecnológicas iba a incorporar una invención social, los mercados masivos.

Las posibilidades de escribir, de fotografiar, de filmar se fueron transformando progresivamente en una actividad masiva, hasta llegar al siglo XXI, donde a partir de los teléfonos celulares, las redes sociales y el soporte que significa la red internet, se va posibilitando a los seres humanos registrar las distintas etapas de su paso por la vida.

Entonces en los dos últimos siglos, hemos y estamos asistiendo a la proliferación, en forma creciente, de documentación acerca de la vida privada de los distintos individuos, como nunca había sucedido en la historia.

Pero también nos encontramos con el problema de que mucha de esa documentación, por distintas causas, tiene existencia efímera. Con el paso de las generaciones las fotos, filmaciones y demás documentos en formato físico se van perdiendo solo sobreviviendo muy pocas en proporción, en museos o archivos o, en menor medida en ferias de antigüedades, donde en el caso de las fotos solo conservan el valor de época, sin datos generalmente que permitan reconstruir una historia detrás del documento.

El mismo destino encuentra también la correspondencia, diarios personales, documentación de identidad, retratos y otras, que van perdiendo su sentido para muchos particulares como decíamos, con el paso de las generaciones.

Entonces nos encontramos frente a dos cuestiones importantes; por una parte, disponemos de información como nunca había sucedido antes en la historia, tanto cuantitativa como cualitativa, sobre la vida de individuos que ya han dejado de ser anónimos, lo que posibilita profundizar en los estudios de una historia social, del hacer y sentir cotidiano de las personas y, por lo tanto, de las ideas y aspiraciones del conjunto social del que forman parte.

Pero por otra parte, muchos de esos datos se pierden o se transforman en documentos anónimos, donde una parte de su valor queda escindida. Y si bien se podría argumentar que muchos de esos datos son intrascendentes para la reconstrucción de una historia social, quizás también debamos decir que son los futuros historiadores quienes en muchos casos podrán establecer la importancia de cada documento.

El problema que se nos presenta, en función de lo expuesto, es como generar una conciencia de preservación de documentos familiares, como transformarlos en archivos y como garantizar la transmisión de los mismos, sea en el ámbito particular como en el ámbito público, en los distintos estamentos en que este puede descomponerse: municipal, provincial, nacional, así como museos, bibliotecas y archivos.

 

¿Qué es un Archivo Familiar?

 

Se puede sostener, por lo tanto, que un archivo familiar va a estar compuesto de todos aquellos documentos que por distintas causas, nos permiten recomponer la trayectoria en la historia de una familia.

Aquí nos encontramos por supuesto con una primera traba en este proceso, la cual es determinar los límites de lo que denominamos familia. A lo que debemos agregar en Argentina, que es desde donde se escribe este artículo, transcurrieron pocas generaciones asentadas en nuestro país de muchas de las personas que hoy constituyen su población, dada la gran inmigración producida desde fines del siglo XIX, que fueron constituyendo lo que hoy genéricamente podríamos denominar el pueblo argentino.

Estas dos temáticas entrelazadas, pensamos que han conspirado con la preservación de muchos documentos, ya que por ejemplo los que en una generación constituyen parientes cercanos, dos o tres generaciones posteriores, pueden no constituir ni siquiera un recuerdo para algunos miembros de las familias. Ello unido en nuestro país a que mucha documentación que portaban los inmigrantes, correspondía a personas y vivencias en sus tierras de origen, desconocidas para sus descendientes, sobre todo pasada la primera generación asentada en Argentina.

En esta etapa, es interesante pensar como la documentación fotográfica por ejemplo, o la filmográfica, debería ser identificada por quienes pueden hacerlo, para que ese documento pueda ser valorizado como corresponde en el archivo familiar. Por supuesto que no todas las fotografías, como caso, necesitan imperiosamente para conservar su valor histórico, poseer el nombre o nombres de quienes participan en las mismas. En algunos casos el valor está puesto en quien tomó la fotografía; en otros casos en el motivo, o la vestimenta, o un tipo especial de festejo, etc., pero ello no invalida que la fecha o los participantes sean un elemento más del valor de la foto.

En nuestro siglo XXI, se agrega otro problema como es el de la supervivencia de los soportes digitales. Todo aquello que escribimos, fotografiamos, dibujamos, filmamos en soportes digitales está sujeto en primera instancia a la supervivencia de los software  y/o los hardware que le han dado origen; pero también a otras causales como la supervivencia de las páginas en las cuales por ejemplo se colocaron en la red internet esos documentos. Además de otras causas cotidianas como la pérdida o rotura de los artefactos desde los cuales se han generado los documentos.  De hecho, es más fácil muchas veces encontrar en una familia una foto en papel de un antepasado con más de 100 años de antigüedad que una foto de unas cercanas vacaciones, la cual se desconoce en que celular o tablet fue almacenada. Intentaremos con posterioridad en este artículo, volver sobre esta cuestión.

Pero también debemos preguntarnos acerca de los documentos escritos en una familia, como los diarios personales y la correspondencia, que en muchas oportunidades fueron escritos para que los lean solo los destinatarios o, en algunos casos como los diarios, solo el autor.

¿Es que deben legarse esos documentos, sobre todo considerando que con el correr de los años pueden terminar subastados a un tercero desconocido o formando parte de un archivo museográfico?

Por supuesto que no hay una respuesta única a este planteo, pero en principio nos inclinamos por la conservación de todos aquellos documentos que puedan utilizarse para reconstruir una historia social a partir de las vivencias de los individuos.

También nos encontramos frente a la situación de que no todo se puede conservar, aunque tenga utilidad para rastrear las formas de pensar o de sentir de una determinada persona. Como caso las bibliotecas, que independientemente del valor monetario de sus libros, de alguna manera representan el recorrido intelectual de su poseedor; además de que las anotaciones en cada obra del lector permiten analizar su universo de ideas.

De la misma forma podríamos referirnos a todos aquellos objetos que pueden ser, o son, representativos de historias personales y familiares, que por imperio de las herencias, se van desligando del núcleo de posesión original. Podemos citar aquí las pinturas, esculturas y otras formas de arte y artesanía; no estamos pensando en su valor pecuniario sino en su valor representativo para reconstruir una historia social familiar.

 

La problemática del almacenamiento digital

 

A partir del desarrollo de las tecnologías digitales y de la red internet, como soporte de las mismas –sin pretender desarrollar una génesis y estado de situación-, hemos asistido a un crecimiento como nunca sucedió en la historia, en la cantidad de información personal que las personas en el mundo han puesto a disposición, con más o menos recaudos, de otras personas, de empresas y gobiernos.

De esta manera correos electrónicos, fotos, opiniones y comentarios, artículos, filmaciones, han generado un cúmulo de datos que posibilitan pensar en un gran archivo personal y familiar a nivel mundial.

Frente a esta situación se presentan dos problemas. Por un lado cuáles de todos esos datos son relevantes y cuáles no, lo cual solo puede, en principio, ser determinado por el autor si es que el mismo estuviera interesado en construir un archivo personal. Pero por otra parte, nos encontramos frente a la cuestión de cómo preservar en el tiempo esos documentos que consideramos relevantes y que a su vez, podrían serlo para preservar una memoria individual y familiar.

Los cambios y actualizaciones en el software y en el hardware, la desaparición de sitios de intercambio y/o almacenamiento, el abandono por parte de los usuarios de los espacios de interacción o almacenamiento, la eliminación lisa y llana por cuestiones económicas de datos almacenados, sea este proceso por determinación del usuario o de los propietarios de los sitios, son algunas de las causas que provocan la pérdida de documentos producidos por las personas.

Resulta claro que, hasta un cierto límite, son los propios usuarios quienes pueden garantizar el resguardo de la documentación que se juzgue deba ser preservada. Pero decíamos hasta cierto límite, pues muchos datos son almacenados en dispositivos que dejan de funcionar o que pierden la capacidad de ser interpretados por un nuevo software, con lo cual muchos de esos datos también se pierden.

Además que no sabemos el destino de los datos que confiamos al almacenamiento en la nube, pues desconocemos que sucederá en el futuro con esos grandes servidores, ni sabemos sobre el interés de grandes corporaciones en preservarlos.

En definitiva, nos encontramos frente al hecho concreto de que la digitalización podría salvaguardar nuestros documentos y datos contra el desgaste de la materia, pero mientras que objetos materiales han sobrevivido miles de años alguna información digital se ha perdido en unos pocos años.

 

Conclusiones

 

Si bien siempre en la historia los avances en las técnicas de producción de escritura fueron posibilitando el registro de las actividades de los seres humanos, nunca como en los últimos doscientos años habíamos asistido a una revolución tecnológica que nos proporcionara tantos instrumentos para registrar la vida, puestos al alcance de cada individuo.

Esta situación ha generado la factibilidad de que cada persona pueda documentar muchos aspectos de su vida, con lo cual se pueden generar como nunca antes archivos familiares, que abren a los historiadores una puerta para reconstruir una historia social con base en los individuos, con sus afectos, opiniones, esperanzas, producción intelectual y artística; un proceso que enriquecería sin dudas nuestro conocimiento del pasado.

Tenemos por ejemplo la posibilidad de que las generaciones posteriores reciban productos intelectuales o artísticos, que no están destinados quizás a formar parte de un canon, pero sin los cuales se torna dificultoso comprender la vida espiritual de una época o de un colectivo.

Quizás sea el momento de pensar que esta tarea no podrá llevarse a cabo sin la existencia de un sistema de archivos donde participen museos, universidades, archivos estatales y privados, bibliotecas, etc., con el fin de resguardar, en acuerdo con los usuarios, los archivos familiares como fuente de una auténtica historia social de la humanidad. Pero esto solo será posible a partir de generar el interés en los individuos en la construcción y preservación primaria de estos archivos.

 

 

 

 

 

 

 



[1] Tampoco es objetivo de este trabajo desarrollar una historia de los soportes y la comunicación social. Para ampliar sobre este tema ver: Vázquez Montalbán Javier. Historia y Comunicación Social. Editorial Bruguera, Barcelona, España, 1980.

[2] Si bien la correspondencia existe desde que los hombres desarrollaron la escritura, sea la correspondencia comercial o por cuestiones de gobierno, nos referimos aquí a la correspondencia de contacto entre seres humanos por cuestiones meramente personales. Esta se va transformando de manera cada vez más masiva y abierta a amplios sectores de las poblaciones.