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martes, 23 de noviembre de 2021

 

ESTUDIO CRÍTICO ANALÍTICO DE LOS CONCEPTOS

DE PRODUCTO Y SERVICIO

 

Dr. Carlos A. J. Molinari

 

I.- Introducción

 

El propósito del presente artículo, es analizar los conceptos de producto y de servicio en el marketing, como se interrelacionan, así como las diferencias sustanciales que los constituyen.

Esto es posible, incorporando al estudio los cambios que, tanto en el ámbito de la tecnología como en la dimensión de lo social, se han producido como resultado de las tecnologías digitales y de las modificaciones, como consecuencia del proceso que denominamos de globalización o mundialización.

El desarrollo y ajuste de los conceptos mencionados, se constituye en un tema no menor en la disciplina, ya que lo que una organización produce y comercializa, condiciona la estrategia de marketing, en razón de las actitudes y reacciones de los consumidores y/o clientes y, de las consecuentes prácticas que implementa una empresa para crear, sostener y ampliar sus mercados.

Entonces, en este proceso, se deberá establecer que se entiende en el marketing y, en el tiempo presente, por producto y por servicio, a la vez que comprender sus múltiples interacciones, de manera de posibilitar el estudio de sus comportamientos y de cómo, los cambios sociales y tecnológicos, pueden modificar la visión de estos conceptos.

 

II.- Los conceptos de producto y servicio

 

Kotler y Keller[1] (2016; 367), plantean que un producto “es técnicamente cualquier cosa que puede ser ofrecida a un mercado para satisfacer un deseo o una necesidad”. Entonces listan ese ‘cualquier cosa’ como: bienes físicos, servicios, experiencias, eventos, personas, lugares, propiedades, organizaciones, información e ideas.

Posteriormente, clasifican a los productos en bienes perecederos, duraderos y servicios (Kotler y Keller, 2016; 369); o sea que para estos autores, un servicio es siempre un producto.

También clasifican los autores el producto en Niveles (2016, 368), proponiendo un primer nivel al que denominan beneficio central y donde los otros son el producto básico, el esperado, el esperado y el potencial; estos niveles representan la jerarquía de valores para el cliente.

En este punto, debemos analizar los planteos de los autores, para comprender si los mismos nos posibilitan comprender el proceso de desarrollo de un producto y su posterior introducción en un mercado.

Aparecen en este sentido algunas cuestiones para precisar, como la idea de que un producto representa cualquier cosa. Podemos decir en ese sentido, que una generalidad como la expresada, impide determinar las propiedades y características del producto, lo que resulta esencial al momento de pensar acerca de las relaciones que se establecen entre el cliente y el producto, que son las que moldean, en definitiva, las estrategias y tácticas que una organización va a implementar para cumplir con el objetivo de la disciplina, en relación con ese producto: crear un mercado para el mismo. En otras palabras, de una acertada clasificación, dependerán las estrategias, así como el éxito de las mismas para la organización.

Esto se puede corroborar, cuando se analizan las características de los tangibles y los intangibles; que iguala o que diferencia a cada uno, pues de ello dependerá todo el proceso de construcción de la estrategia y la táctica.

En ese sentido, podemos decir en principio, como su nombre lo indica, que una primera característica en el caso del tangible, que asimilamos a producto, es que se puede tocar, mientras que el intangible que asimilamos a servicio, no posee esa característica[2].

En el tangible, es factible separar los procesos de producción y consumo, tanto geográfica como temporalmente. La producción se realiza en un lugar, que está situado espacialmente separado del lugar donde el consumidor lo adquiere, para su consumo. Asimismo, existe un tiempo de producción, donde el bien se finaliza, se controla su calidad –no importa a los efectos de este artículo si el control es durante o, posterior al proceso productivo- y se envía, al o a los canales de distribución, que es donde se dirige el consumidor o cliente para la adquisición.

Por supuesto que lo expuesto no se expresa en forma lineal, sino que hay distintas opciones vinculadas al tipo de producto y a las características del productor, así como también depende de los intermediarios en la distribución. Pero el proceso descripto, es representativo de la producción-distribución-consumo de los bienes tangibles.

En cambio en el caso del servicio, el mismo no existe con anterioridad a ser solicitado por el usuario. Un hotel inicia la prestación del servicio al momento de presentarse el cliente para su registro, de la misma manera que en un restaurante, no comienza el servicio, hasta que el cliente no se sienta en la mesa y lo demanda.

En definitiva, es el cliente el que determina el momento en que se inicia la prestación del servicio.

Y estas características inciden sobre otra cuestión central, como es el control de calidad. Si la fabricación de un producto está distanciada temporalmente y espacialmente del consumo, en ese tiempo es posible realizar el control de calidad para garantizar que el bien llegue al consumidor sin fallas[3].

Pero cuando es el propio usuario quien inicia la prestación del servicio y lo consume simultáneamente, es él quien realiza el control de calidad. Si se comete un error en el punto de cocción en un restaurante, es el cliente quien prueba y encuentra el punto de ruptura en la prestación del servicio.

Esta situación, nos conduce a pensar que solo la prevención puede resolver este problema; considerar todos los momentos de la prestación del servicio, e intentar anticipar donde se podría producir la ruptura. Pero aún en este caso, hay “puntos ciegos”, que no podrán evitar que el consumidor pueda detectar la falla en la calidad del servicio.

Todo lo expuesto, nos conduce a otra característica, como es que mientras que el producto se puede almacenar –lo que no se vende puede quedar en stock hasta su realización-, en el servicio esta posibilidad es inexistente. Un viaje en avión que no se vendió, una habitación de hotel que no se ocupó, es un servicio perdido, sin posibilidad de recuperación.

Ahora, existen casos excepcionales que habría que considerar, pues representan algunas de las excepciones a lo tratado hasta este momento; entendiendo que estos casos, han surgido como resultado del desarrollo de las tecnologías digitales.

Uno de ellos es el software, que es un intangible, en tanto se trata de un código. En una primera etapa del desarrollo y venta masiva del mismo, se lo hacía a partir de un soporte físico, que primero fueron los diskettes y posteriormente los CD; un soporte que constituía el envase desde el punto de vista de nuestra disciplina.

Pero con el desarrollo de la red internet, su capacidad de transportar datos y la velocidad en la misma, los programas se envían por esta vía desde el productor al usuario. Si antes se utilizaba, metafóricamente, un envase, en la actualidad ya no hay ningún soporte físico que justifique sostener la tangibilidad del mismo. No obstante, podemos decir que se trata de un producto, ya que de acuerdo a las características que hemos esbozado, se desarrolla previamente a su adquisición por el usuario y es almacenado a partir de su original, para ser reproducido en el momento de su demanda.

Un caso similar es el de la industria de la música o los video-juegos, que se producen, almacenan y distribuyen con la misma metodología. Aunque debemos decir que en el caso de la primera, también se mantienen sistemas alternativos a la fecha, como es la venta en formatos como el disco de vinilo y el compact-disc.

De cualquier manera, podemos decir que por sus características constituyen productos, aunque no se respete la característica de la tangibilidad.

 

III.- Las particularidades del servicio

 

En la obra citada de Kotler y Keller (2016; 399-400), se conceptualiza al servicio y se describe la composición de los mismos.

Establece que “un servicio es cualquier acto o función que una parte ofrece a otra, es en esencia intangible y no implica tener propiedad sobre algo. Su producción puede estar vinculada o no a un artículo físico”.

Previo a describir los servicios según estos autores, debemos hacer una consideración sobre la definición propuesta por los mismos.

Primero, que se reitera lo expuesto en cuanto a la imprecisión de su definición de producto; en este caso el “cualquier cosa” es reemplazado por “cualquier acto o función”. Estos términos son cuanto menos confusos, así como el resto de la definición, pues podría abarcar casi cualquier actividad humana.

Pero esta proposición, se entiende cuando se analiza que comprende para los autores, esta categoría que exponen con tanta amplitud.

Por una parte incluyen al sector gubernamental, como los tribunales, hospitales, fuerzas armadas, bomberos, policía, correo, educación. Lo que no aclaran en este caso, es que si bien desde el punto de vista de la economía, no hay dudas que las personas que forman parte de estas actividades forman parte del sector de servicios, estos servicios están por fuera del marketing, en la medida en que no pueden ser analizados como un mercado; los que acceden a ellos no son consumidores que optan, sino que se trata de ciudadanos, que acceden a los mismos pues constituye un derecho; como ser la seguridad, la salud o la educación.

Entonces, el hecho de que puedan utilizarse algunas herramientas que forman parte del instrumental del marketing –como por ejemplo las actividades de comunicación masiva-, no habilita a considerar el sector gubernamental con los mismos parámetros que se considera al sector privado.

También incluyen estos autores al sector privado sin fines de lucro, como los museos, iglesias, universidades, hospitales. En este caso pensamos que nos encontramos con algunas situaciones cuanto menos confusas. Por ejemplo las iglesias, son personas que tienen en común ideas religiosas, por lo que la difusión de las mismas, no podría regularse por los parámetros del marketing, ya que estas ideas son adoptadas por los seres humanos por razones de espiritualidad; la fe, no aparecería como resultado de la creación de un mercado.

En cuanto al resto de las instituciones propuestas, si son privadas podrían aplicar herramientas de marketing para llegar a sus potenciales usuarios; pero tendrían que incluirse en el más general sector empresarial, ya que de por sí, una universidad privada o un museo privado no se incluirían en el sector sin fines de lucro, por el solo hecho de ser museo o universidad.

Posteriormente los autores incluyen en el sector servicios al sector empresarial, lo cual no expresa ninguna duda; pero luego lo hacen con los trabajadores del sector manufacturero, como contadores o abogados u operadores informáticos, con lo cual entendemos que se trata de profesionales independientes, quedando por lo tanto subsumidos en el sector empresarial ya expuesto.

Y por último incluyen a empleados del sector detallista –que en nuestro país denominamos minorista-, como cajeros o vendedores. Aquí también pensamos que se trata de un importante error, ya que los empleados están en relación de dependencia de una organización, que es la que presta el servicio; con este criterio habría que listar todos los empleados de todas las organizaciones de servicios. El objeto de la acción de marketing es la organización –o un emprendimiento individual, en tanto lucrativo-, lo que no invalida la capacitación de su personal, que son los que prestan el servicio. Pero éstos últimos, no deciden la estrategia, sino que la ponen en acción.

En resumen, la clasificación que proponen estos autores, resulta útil si se piensa el sector de servicios desde la óptica de la macroeconomía, pero no resulta operativa, si se quiere pensar el servicio como parte de una estrategia de marketing, que implica crear un mercado a partir de determinadas acciones, como por ejemplo agregar valor, en una determinada área de negocios; sin que ello implique, como hemos señalado, que no se puedan utilizar determinadas herramientas de la disciplina en otro tipo de actividades.

Entonces el servicio en sí, debe ser conceptualizado como un intangible, con las particularidades en cuanto a producción y consumo que ya hemos expuesto.

También hay que señalar, que lo expuesto implica, que en su prestación, se encuentran soportados por tangibles, como por ejemplo el caso del edificio con todos sus componentes en la hotelería, o un avión en el transporte aéreo. Pero éstos tangibles constituyen el soporte, como son las máquinas en un proceso de fabricación de un producto.

Por supuesto, que hay distintos niveles de participación de los soportes tangibles en un servicio; desde   una   alta participación como el caso de la hotelería, hasta una muy baja participación, como los servicios profesionales de un abogado. Inclusive esta participación, disminuye al mínimo, en muchos servicios proporcionados a través de aplicaciones en redes digitales.

 

IV.- Causas que impulsan el desarrollo de los servicios

 

Lo que resulta indudable, es que existe a nivel mundial, un crecimiento del sector de servicios, que constituyen una parte creciente de la economía. El transporte mundial como resultado de la creciente globalización económica; el turismo con su impacto en los sectores complementarios como restaurantes, hoteles, traslado interno de pasajeros, transporte aéreo y terrestre, museos y centros culturales, desarrollo de espacios de naturaleza, etc.; servicios de distinto tipo, asociados al cuidado de personas en las grandes ciudades; el comercio en general, son algunos de los ejemplos de este proceso.

Lo descripto se articula con la dinámica del capitalismo global, donde la pérdida creciente de fuentes de trabajo en la industria, como consecuencia del traslado de la fabricación a países con bajos costos de mano de obra y de la aplicación de la automatización a los procesos fabriles, obliga a los estados nacionales a promover fuentes de reemplazo de la ocupación laboral y a muchos sectores afectados, a insertarse en actividades de prestación de servicios.

También la estructura de las ciudades contemporáneas, actúa como impulsora de este proceso. El crecimiento de las  mismas, las distancias a recorrer para arribar a los lugares de trabajo con la consiguiente inversión de tiempo, los problemas crecientes del transporte en las mismas, crean nuevas necesidades en las personas, todas ellas vinculadas a la provisión de servicios, como la limpieza, provisión de insumos para el funcionamiento del hogar, mantenimiento de la casa, cuidado de niños y ancianos, etc.

Por otra parte, ya en un nivel de análisis más microeconómico, el aumento de la competencia entre empresas, obliga a las mismas a la generación de valor añadido a sus productos, lo que consiguen a partir de los servicios asociados a los tangibles, como podrían ser los de pre y post venta.

En contrapartida, crece una demanda más exigente, por parte de aquellos consumidores que con poder de compra, saben que tienen el poder –siempre limitado-, de presionar a las organizaciones que compiten por su dinero.

Entonces el servicio se puede presentar no solo como genérico, sino también como asociado a los tangibles o a los intangibles, para desarrollar la premisa de crear valor.  

 

V.- Calidad del servicio

 

Lo que hace distinguible al servicio, desde la óptica de la disciplina del marketing, es el proceso de gestión de la calidad del mismo; sumamente complejo, debido a las particulares características que exhibe el consumidor al momento de evaluarlo.

Sin la pretensión de explicitarlas en su totalidad, se presentarán aquí algunas cuestiones –no soluciones que corresponderían a los objetivos de otro material de trabajo- que, se entiende, posibilitan comprender el fenómeno.

En primera instancia, debemos decir que siempre, se trate de un producto o un servicio, los consumidores tienden a exigir mejoras, cambios e innovación; proceso que se retroalimenta como resultado de la competencia entre empresas, que obliga a las mismas a ofrecer permanentemente algún tipo de novedad.

Pero en el caso del servicio, los usuarios tienden a situar la vara de medición de la calidad de los mismos, en un nivel cada vez más alto. Como se trata de experiencias que son percibidas, que no poseen una materialidad –independientemente del soporte físico-, pasado un tiempo, en cada nueva prestación se espera “algo más”, una nueva experiencia.

Se reitera que lo descripto no implica, que en el producto el consumidor no espere novedades, pero en la prestación del servicio el usuario demanda una mejor experiencia siempre.

Esta situación se puede relacionar también con el proceso de fijación de precios, ya que la demanda del consumidor se sitúa en un imaginario donde, mayor prestación, implicaría que fuera con el mismo precio.

En una segunda instancia, podemos decir que la organización, cuando desarrolla un servicio, de acuerdo al o los segmentos o nichos elegidos, para la prestación del mismo, diseñará la calidad con la que desea que se perciba por parte del usuario. Pero esa idea de calidad que piensa la empresa, no siempre es la calidad que un usuario siente que está recibiendo.

Lo descripto, se relaciona asimismo con el hecho de que el servicio es prestado siempre por personas, aunque esta participación sea de distinto grado. Se puede automatizar, como el chek-in o el despacho de equipaje en un aeropuerto, o el pago en la caja de un supermercado, o el pedido de mercadería por intermedio de una aplicación en redes digitales, pero siempre, en alguna instancia, interviene un ser humano. Aunque sea en la gestión de un reclamo, en algún momento se necesita que intervenga el humano; quizás allí se pueda encontrar uno de los puntos de ruptura de la calidad, entre lo que la organización piensa que ofrece y lo que el consumidor siente que recibe, cuando esa intervención no responde a la expectativa.

Además que en el servicio, desde el punto de vista de un usuario, la calidad es total o es inexistente. Una pequeña ruptura puede invalidar la calidad planificada para el mismo.

En la prestación de un servicio, no es inusual que el usuario –aunque no se traslada automáticamente a todos los casos-, compare el costo con lo que puede obtener por sí mismo; por ejemplo en mantenimiento del hogar, algunos servicios profesionales, restaurantes, etc., independientemente de que el usuario, en determinadas circunstancias, puede saber que recibe más que el costo parcializado. Por ejemplo en un restaurante, no solo recibe la comida y la bebida sino toda la experiencia del consumo.

Otra situación a considerar, especialmente en un mundo globalizado y con gran circulación de migrantes o de personas con solo un fin turístico, es que la percepción de la calidad  del servicio, sufre cambios con las diferentes culturas; sean éstas referidas a estados nación, regiones geográficas dentro de los mismos o más extendidas que los propios países.

Un tema que se ha instalado fuertemente en la dimensión de las empresas, es la incorporación de tecnología en los procesos de prestación de servicios; sea tanto en la utilización de procesos mecanizados, como en la incorporación de soluciones en redes digitales. Si bien desde la óptica de la organización lucrativa, esto conlleva ahorros de costos y, para el consumidor, puede generar ahorros de tiempos o amplitud horaria en la utilización del servicio, no es menos cierto que en muchas circunstancias produce situaciones de insatisfacción. Si la tecnología falla y no existen mecanismos de pronta solución al problema, se transforma en una ruptura de la calidad ofrecida por la empresa.

El servicio también posee muchas más características susceptibles a la observación por parte de un usuario, que un producto. En los servicios con una gran participación de soporte físico y de personas en su prestación, gran parte del mismo se ofrece a la vista del usuario; pero en el otro extremo, en los servicios que se brindan a través de aplicaciones, como la compra on-line, podemos no ver lo que hay detrás de la pantalla, pero sí a la persona que entrega, los tiempos de la misma, etc.

La exigencia de una respuesta inmediata a cualquier ruptura en la prestación de un servicio, es superior frente a un problema que puede surgir con un producto. Frente al desperfecto de un artefacto en garantía, el consumidor puede comprender que debe esperar a la reparación –aunque exige tiempos mínimos-, pero no tiene la misma tolerancia frente a un sistema de home-banking que interrumpe sus operaciones.  

Ante lo expuesto, se comprende como la información que se brinda al consumidor en todas las etapas de la prestación del servicio, tiene una importancia crucial, tanto para orientar como para prevenir o solucionar los inconvenientes que se puedan presentar en el  proceso.

Y una última cuestión –sin la pretensión de haber sido taxativos en el listado precedente-, es que a medida que aumenta el tiempo de la prestación del servicio y las distintas opciones que ofrece el mismo, aumenta el riesgo de insatisfacción con la calidad ofrecida.

 

VI.- Conclusiones

 

El objetivo de este trabajo, no ha sido estudiar, tanto en el producto como en el servicio, todas las ideas subyacentes en los mismos, sus componentes o particularidades, sino básicamente, realizar un análisis crítico sobre sus conceptos, así como las relaciones entre ambos.

En ese sentido, se han podido establecer cuáles son los conceptos que guían su utilización en la disciplina del marketing, de la misma manera que algunas caracterizaciones que posibilitan diferenciarlos.

Es factible recorrer en el artículo, todas aquellas características que contribuyen a focalizar en la especificidad de cada uno, que establece el factor determinante al momento de pensar en una estrategia de marketing desde una organización lucrativa.

En esta línea de pensamiento, lo más relevante resulta que, si bien en muchas circunstancias actuando como complementarios, cada uno de ellos representa distintas percepciones para un consumidor y, por lo tanto, tratamientos particularizados desde la disciplina del marketing.  

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Se utilizará el libro de Philip Kotler (Kotler Philip y Keller Kevin Lane. Dirección de Marketing. 15° Edición. Pearson Educación, México, 2016), debido a que este autor, en las diferentes ediciones de sus manuales y en sociedad con distintos autores, se ha convertido en un “estándar” en los ámbitos académicos tanto de marketring como de estudios administrativos en general, desde donde no surgen, salvo en contadas excepciones, análisis críticos de la obra. Dado entonces el peso que posee en la disciplina, se entiende que independientemente de la existencia de otros autores, es conveniente utilizar este autor como referencia, pues sus ideas aparecen reflejadas casi sin diferenciación en otros manuales sobre la disciplina.

[2] Si bien debemos señalar, tema sobre el que se volverá en este artículo, que en mayor o menor proporción, el servicio se encuentra soportado por tangibles.

[3] Como ya ha sido aclarado, no es objetivo el debate entre los distintos sistemas de control de calidad –durante el proceso productivo o al final del mismo-, así como sobre las estadísticas sobre fallas de productos. Se trata de mostrar la posibilidad de insertar previamente al consumo el control de la calidad del bien producido, ya que el mismo se encuentra terminado al momento del consumo.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

 Artículos recomendados:

Molinari Carlos A. J. La evolución histórica de las ideas en marketing: una revisión crítica. En: Contribuciones a las Ciencias Sociales, Vol. 1 N° 5, España, mayo 2021 pp. 141-158. ISSN: 1988-7833. Disponible en: https://www.eumed.net/es/revistas/contribuciones-ciencias-sociales/mayo-2021/ideas-marketing

Molinari Carlos A. J. Los aportes críticos de Antonio Gramsci para la comprensión del  fordismo taylorismo. Una contralectura de la Teoría de la Gestión. En: Vorágine Revista Interdisciplinaria de Humanidades y Ciencias Sociales, Vol. 3 Núm. 5, Agosto 2021, pp. 39-59. ISSN 2452-5022,   www.revistavoragine.com

sábado, 11 de septiembre de 2021

 

LOS CAMINOS DE LA HISTORIA CULTURAL

 

Dr. Carlos A. J. Molinari

 

Pensar la historia cultural, implica establecer previamente que se entiende por el concepto de cultura.

En ese sentido, Burucúa[1] la entiende como la totalidad de los objetos materiales y espirituales; se desarrolla entonces la cultura en tres niveles: el económico, el social y el mental, abarcando nuestro objeto de estudio los tres niveles.

Esta idea puede ser complementada con lo expresado por Marcuse –quien a su vez sigue a Webster- en cuanto a entender la cultura como “…el complejo de  creencias, realizaciones, tradiciones, etc., distintivas, que constituyen el “telón de fondo” de una sociedad”[2]. Si bien el primero esboza su idea del término desde la historia y el segundo lo hace desde las relaciones con la dimensión de lo político, los conceptos expuestos proporcionan nuestro punto de partida para trabajar sobre la historia cultural.

El concepto expuesto de cultura, se vincula con el proyecto fundamental de Norbert Elias[3], tal cual es planteado por Chartier[4], en cuanto al asociar, en la larga duración, la construcción del Estado moderno, las modalidades de interdependencia social y las figuras de la economía psíquica.

El trabajo de Elias, posibilita articular los dos sentidos del término cultura tal como lo trabajan los historiadores; un sentido que designa obras y gestos, que en una determinada sociedad dependen del juicio estético e intelectual y otro que apunta a las prácticas corrientes, a partir de las cuales se teje una trama, que permite a las sociedades reflexionar sobre su pasado y la relación con el contexto. Según Chartier, pensar las formas y las prácticas culturales, es “elucidar las relaciones sostenidas por estas dos realidades”.

Esta historia cultural, que surge en una serie de investigaciones en los años 80 del siglo XX, es tributaria de alguna manera de la historia de las ideas, de las mentalidades, de la microhistoria, del concepto de imaginario, de la antropología; sin ser específicamente ninguna de las corrientes mencionadas.

De la historia de las ideas, no en la vieja concepción de la idea originada en un emisor letrado que la dirige a un receptor pasivo, sino pensando la idea dotada de historicidad. A su vez el sistema de ideas, conforma lo que podemos denominar ideología, vista ésta como la pretensión de ser un sistema global y totalizante.

En los distintos momentos históricos, hay como mínimo dos sistemas ideológicos en pugna; alguno organizado sólidamente y otro que puede ser visto como en formación. Pero se encuentran compitiendo, en lo que denominaremos la lucha ideológica.

La dinámica de la historia, produce el cambio ideológico y entonces el problema para los historiadores, pasa por la reconstrucción de estas ideologías que nos precedieron, pues la mayor cantidad de fuentes se encontrarán entre las que triunfaron.

También es tributaria, decíamos, de la historia de las mentalidades, en el sentido de mentalidad como conjunto de representaciones no sistemáticas, que “son comunes a César y al último de sus soldados”, según Jacques Le Goff[5]. La mentalidad así concebida atraviesa la segmentación social; tiene un carácter interclasista.

Frente a esta problemática de la mentalidad, se pregunta George Duby[6]¿cómo intervienen, en la historia de las relaciones sociales, estos factores que sin ser menos reales que los factores tecnológicos, monetarios, climáticos, demográficos, tampoco se dejan aprehender, ver, palpar, que no se refieren a lo material sino a lo mental, a la idea, al sueño, al fantasma?”.

Y en ese sentido, se plantea que es mucho más seguro concentrarse en la cultura material –como un utensilio o un resto de un adorno-. Pero a su vez se contesta que en su investigación –lo que podemos extrapolar a cualquier investigación en historia-, los resultados se encuentran condicionados por la codificación de la fuente, surgiendo entonces la necesidad de observar al observador, de conocer sus creencias, de medir al aporte de lo mental.

El otro concepto que contribuye a la construcción de la historia cultural es la microhistoria, pues ésta se plantea la reconstrucción, a partir de una situación particular, normal en tanto que excepcional como sostiene Chartier, la forma a través de la cual los individuos producen el mundo social.

Y esto es particularmente importante en la historia de la cultura, pues se trata de un cambio de escala en el estudio de la historia y, por lo tanto, de la comprensión acerca de cómo se relacionan los individuos, como afrontan el conflicto; en definitiva, como se expresó en el párrafo anterior, como producen su mundo social.

En palabras de Giovanni Levi –citado por Chartier[7]- “Ningún sistema normativo es, de hecho, lo suficientemente estructurado para eliminar toda posibilidad de elección, de manipulación o de interpretación de las reglas, de negociación”.

El debate entonces, es como relacionar las tensiones entre los individuos y la ideología dominante en un momento dado, para no analizar un fenómeno aislado sino en su marco histórico, social y cultural.

No obstante, Chartier sostiene que es complejo el propósito de considerar a la microhistoria como un camino común en el estudio de la relación entre producción cultural y determinantes sociales, pues plantea que hay dos vertientes de la microhistoria[8]. Una es la representada por Levi, donde se muestra como una dimensión de la historia social; a partir de la reconstrucción de un caso se pretende reconstruir de manera precisa mecanismos que funcionan a escala social. Y la otra es la de Carlo Ginzburg, que es utilizada para ver las llamadas anomalías; desde la excepcionalidad de un caso, de lo que no es normal, es posible ver estructuras fundamentales que permanecían ocultas.

Lo que Chartier rescata –a partir de los trabajos del español Jaime Contreras-, es la restitución del papel del individuo y sus estrategias personales y la movilidad en la construcción de lazos sociales; no representando estos lazos categorías fijas, sino espacios de conflicto, negociación y acuerdos.

En este marco conceptual que venimos trabajando, encontramos una correspondencia entre cultura y estructura social, en tanto una estructura social debe poseer una cultura común para ser tal, de lo contrario sería imposible cualquier relación social.

Esta cultura común da origen al concepto de subculturas –cultura de élites, cultura popular- donde aparece el conflicto, al revés del concepto de mentalidad que por su carácter interclasista evade el conflicto. Cuanto mayor es el marco cultural, mayor es la cantidad de subculturas y el consiguiente crecimiento del conflicto.

Otro de los conceptos a incorporar en nuestra cartografía. es el de imaginario, que Le Goff piensa como representaciones que nos llegan por medio de los sentidos, que serían las imágenes que constituyen ese imaginario. Pero este autor señala, que el imaginario no puede convertirse en el inspirador del historiador[9].

Para Evelyne Patlagean[10] (Burucúa: 17), el imaginario es un conjunto de representaciones, que desbordan el límite impuesto por las comprobaciones de la experiencia. Pero ese límite entre lo real y lo imaginario debe ser pensado históricamente, que es como se fue modificando en todas las culturas.

Estos conceptos, nos conducen a los aportes de la antropología, que tanto han influido en la historia cultural y de la cual esta toma métodos, como ingresar a una cultura a través de un símbolo, intentar ver las cosas desde el punto de vista del otro y definir la cultura como un universo simbólico.

En este sentido, Robert Darnton trata de pensar la historia cultural en un sentido antropológico, intentando reunir la historia de las ideas, de las mentalidades, de la cultura –en el sentido mencionado- y el concepto de imaginario. Según Arostegui[11], a partir de la publicación de su libro “La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa”, Darnton trata de estudiar las creencias populares como objeto etnográfico, explicando los hechos históricos como textos con contenido simbólico. Siguiendo a Clifford Geertz, plantea una historia desde la representación mental simbólica de los objetos culturales.

Sobre sus objetivos con el libro mencionado, Robert Darnton fija su posición acerca de las relaciones entre antropología e historia cultural, cuando sostiene que se propuso acceder a los mundos simbólicos del Antiguo Régimen y, por lo tanto, hacer un tipo de historia que pretende ser antropológica, pero que se puede llamar historia cultural.

Esta idea la plantea en un debate con Roger Chartier y Pierre Bourdieu[12], donde quedan al descubierto las diferencias de criterio en relación a la visión antropológica y la de la historia cultural, más allá del reconocimiento de Chartier, acerca de los aportes de la antropología y que han sido citados ya en este trabajo.

Resulta evidente, que se torna complejo diferenciar hasta donde llegan los aportes y donde se confunden ambas ciencias. De hecho, Marc Bloch planteaba que “…el objeto de la historia es esencialmente el hombre. Mejor dicho: los hombres.”[13].

Mientras que Claude Lévi-Strauss, en su Antropología Estructural, citado por Mirta Lischetti[14], define el objeto de estudio de la antropología diciendo que: “La Antropología apunta a un conocimiento global del hombre y abarca el objeto en toda su extensión geográfica e histórica; aspira a un conocimiento aplicable al conjunto de la evolución del hombre…”. Más adelante, la misma Lischetti sostiene que en la actualidad, el campo de estudio de la Antropología es la sociedad en su conjunto[15].

No resulta extraño entonces, que las diferencias entre la historia cultural y la antropología se tornen difusas; si destacamos que la antropología estudia las distintas dimensiones en las cuales interactúa el hombre, pero enfocada desde la cultura y por medio de la utilización del método etnográfico.

Quizás Geertz[16] pueda venir en nuestra ayuda, cuando ve que en los años recientes se ha dado una mezcla de géneros en la vida intelectual y que, por otra parte, ya muchos científicos sociales, habiendo renunciado a una explicación mediante leyes, migran hacia un modelo basado en casos e interpretaciones. No estamos observando entonces otro trazado del mapa cultural, sino lo que este autor define como “…una alteración radical de los principios de la propia cartografía. Algo que le está sucediendo al modo en que pensamos sobre el modo en que pensamos”. Por este eje podría pasar la discusión, acerca de las diferencias entre hacer antropología o historia cultural.

En el debate mencionado entre Darnton, Chartier y Bourdieu, el primero ve a la cultura como una actividad, donde los hombres ponen el esfuerzo en apropiarse de los símbolos y signos puestos a su disposición por la sociedad y a partir de allí producir sentido y expresarse con ellos. Por otro lado Chartier, pone el acento en los usos, los empleos plurales de los objetos culturales. Y Bourdieu, a su vez, recuerda una genealogía en común entre EE.UU. y Francia, a partir de Kant, Durkheim, Cassirer, lo que mostraría que no hay distancia entre la historia de las mentalidades y la antropología cultural norteamericana, llevando la pelea a una lucha entre escuelas por la dominación.

El cuestionamiento de Chartier, está puesto en la definición de cultura como universo simbólico y del mismo concepto de símbolo en el sentido que le da Geertz, como “Todo objeto, acto, acontecimiento, cualidad o relación que sirve de soporte a una representación”[17].

Entonces, si el símbolo es un signo particular que asegura la representación de una cosa mediante imágenes o cosas naturales, siendo entonces el símbolo un signo que implica una relación de representación, el signo está colocado en lugar de la cosa, es la cosa representante.

La crítica de Darnton a este planteo, es que reduce el dominio simbólico a un lazo que une por una parte la representación y por la otra, el objeto representado.

No podemos dejar de destacar aquí un aporte importante de Bourdieu, a juicio del autor de este trabajo, que es la distinción entre las formas simbólicas, las estructuras mentales, los sistemas de clasificación interiorizados por una parte y, por la otra, de los símbolos objetivados, bajo la forma de prácticas, objetos religiosos o artísticos. ¿No podrían ser los segundos -se pregunta Bourdieu-, el producto del trabajo de profesionales de la objetivación, de la creación?

Cual sería entonces para Chartier, el concepto de la nueva historia cultural. Se trata de “…el proyecto de una historia de las representaciones colectivas del mundo social, es decir, de las diferentes formas a través de las cuales las comunidades, partiendo de sus diferencias sociales y culturales, perciben y comprenden su sociedad y su propia historia”[18].

Y aquí aparece una diferencia en cuanto a la apropiación que se hace del término representación. A diferencia del planteo que guía a Darnton, para Chartier la historia cultural es una forma de interrogarse por la sociedad; la representación es el camino por el cual los individuos dotan de sentido a su mundo. Pero a su vez, los esquemas que generan las representaciones, se deben considerar al mismo tiempo como produciendo lo social, puesto que enuncian las clasificaciones posteriores.

Para Ernst Gombrich[19] representar es sustituir, crear un sustituto; pero tiene a su vez una segunda vertiente según Burucúa, que es la segunda función de las imágenes, y es la “simbolización”.

Concepto de representación que Aby Warburg construye desde su idea del pathosformel, siendo éste un conjunto de signos representativos y significantes que indican un significado, un sentido y está asociado a la experiencia de un fuerte sentimiento; si bien Warburg como introductor de la idea no da este concepto, sino que el mismo es una construcción posterior[20]. Pero concepto al fin, que nos ayuda a comprender el fenómeno de la representación, como un proceso que permanece latente y, en algunos casos, aflora en la historia cultural del hombre.

Regresando a Chartier, éste se plantea en la historia de las representaciones y de las prácticas, asociar tres tipos de indagación: el análisis de textos, el estudio del objeto impreso en cuanto a su fabricación, distribución y formas y una historia de las prácticas de lectura, que le confieren al texto y a la imagen que éste lleva una significación particular.

Proceso que implica una separación de la tradicional historia de las mentalidades, pues esta última relaciona de forma demasiado simplista las divisiones sociales y las diferencias culturales mientras que la historia cultural incorpora las divisiones de la sociedad, no reductibles a un principio único.

Por otra parte, el lenguaje no es un simple útil como en la historia de las mentalidades, con un sentido dado, sino que en su funcionamiento se construye la significación y la realidad es producida. Finalmente, frente a la primacía de la mentalidad colectiva, este autor plantea la necesidad de comprender las significaciones diversas conferidas a un texto.

La historia cultural nos plantea entonces la cuestión de las relaciones entre las modalidades de apropiación de los textos y los procedimientos de interpretación que sufren.

Esta historia, ve al texto como producido por el autor, por el librero-editor y por la imaginación y la interpretación del lector, que la construye a partir de sus capacidades y las prácticas de la sociedad de la cual forma parte y le da al texto un sentido.

Y Chartier sostiene que este sentido que se le da al texto, es dependiente, en cuanto depende del texto y de la forma del objeto impreso y a su vez inventivo, pues subvierte las intenciones de quien produjo el texto y el libro en que se apoya ese texto.

Entonces el objeto de una historia cultural e intelectual, definida como una historia de la construcción de la significación, reside en la tensión que articula estos dos conceptos.

Según Arostegui[21], el aporte más importante de la historia cultural, es el “…paso del análisis objetivo de las realidades sociales en sí mismas al del discurso y la representación que los sujetos se hacen de tal realidad”.

En su propuesta, Chartier[22] considera al individuo en el seno de dependencias recíprocas, que constituyen las configuraciones sociales a las que pertenece; y coloca en lugar central la articulación de las obras, representaciones y prácticas con las divisiones del mundo social, que a la vez son incorporadas y producidas por los pensamientos y las conductas.

En relación a esta nueva historia cultural, Dora Barrancos[23] llama la atención acerca de algunos problemas que debe afrontar este abordaje de la historia.

Por una parte, llama a estar prevenidos contra la que denomina una excesiva intelectualización de los modos mediante los cuales se construyen las representaciones. Se refiere en este sentido, a que hay que estar atentos a otras experiencias en la construcción de la subjetividad, más allá de la lectoescritura.

Otra cuestión planteada por esta autora, es la tensión entre fragmentación e integración en la historia cultural; no pone en duda la necesidad de retroceder hasta expresiones microscópicas, pero si apela a evitar el reduccionismo.  Fragmentar es también restituir a las dimensiones procesales que aportan claves para su interpretación; es también someter el fenómeno a múltiples interpretaciones. Y en ese sentido propone incorporar la categoría de rizoma, elaborada por Deleuze y Guattari[24], que plantea la multiplicidad; integrar fragmentos conceptualizando sobre una base matricial, que permita recorrer las dimensiones del fragmento.

También llama a profundizar el trabajo comparativo en la historia cultural; ponerlos en diferentes contextos parea exhumar lo múltiple.

Y por último, propone incorporar las relaciones de poder al análisis, ya que los objetos de indagación, están implicados en este tipo de relaciones.

Así la noción de campo planteada por Bourdieu[25], como un estado de relación de fuerzas entre los agentes o instituciones que intervienen en la lucha por apropiarse del capital específico que ha sido acumulado en el campo, posibilita un marco de análisis para incorporar estas relaciones de poder.

Relaciones que a su vez se manifiestan cuando dentro de un estado de relación de fuerzas, aquellos que monopolizan el capital específico, como fundamento de poder o autoridad dentro de un campo, tienden en el caso de la producción de bienes culturales, a defender la ortodoxia mientras que los recién llegados tienden a la subversión, lo que Bourdieu denomina estrategias de herejía.

Finalmente Barrancos propone, para llevar a cabo este proyecto de historia cultural,  la triangulación de archivos de la base documentaria, para garantizar la reconstrucción pluridimensional de las mismas; así como la convergencia de metodologías y múltiples teorías, ya que al enfrentar experiencias y prácticas se lo hace en dimensiones diversas.

En esta ajustada monografía, por momentos breve ensayo, hemos esbozado las que a criterio del autor, son algunas de las líneas metodológicas y conceptuales, en las que abrevan quienes trabajan con la historia de la cultura.

De alguna manera, se ha expuesto como, independientemente de las diferencias historiográficas, es posible la convergencia de múltiples caminos, para quienes buscan desentrañar la aventura de la historia de los seres humanos.

 

 



[1] Burucúa José Emilio. Nuevas perspectivas en la historiografía actual: temas y métodos de la historia de la cultura. Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de La Pampa. 1991.

[2] Marcuse Herbert. Notas para una nueva definición de la cultura. En: Marcuse Herbert. Ensayos sobre política y cultura. 3ª Edición. Ediciones Ariel: Barcelona, España; 1972. p. 89.

[3] Norbert Elias (1897-1990). Estudió Medicina, Filosofía y Psicología en Alemania. Fue discípulo de Husserl y Jaspers y se doctoró en la Universidad de Heidelberg. Estudió la transformación en el largo plazo de emociones como la vergüenza o la desnudez. Su obra más importante es “El proceso de civilización”.

[4] Chartier Roger. La historia entre relato y conocimiento. En: Au bord de la falaise. L’Histoire entre certitudes et inquiétudes. Éditions Albin Michel : París ; 1998. Traducción autorizada: Renán Silva.

[5] Si bien pueden considerarse otras conceptualizaciones, como la de Lucien Febvre, para quien mentalidad es el instrumental de la mente que utilizamos automáticamente (Burucúa José Emilio. Ob. cit. p. 11)

[6] Duby George. Lo mental y el funcionamiento de las ciencias sociales. Revista Zona Erógena. Buenos Aires, Nº 18, Otoño 1994. pp. 39-40.

[7] Chartier Roger. La Historia…Ob. cit. p. 3

[8] Entrevista realizada a Roger Chartier en la Revista Entrepasados. Buenos Aires, Año IV Nº 6, Principios de 1994. pp. 137-138.

[9] Le Goff Jacques. En busca de la Edad Media. Paidós: Buenos Aires; 2004. p. 150.

[10] Historiadora especializada en Bizancio –Autora entre otros de de Historia de Bizancio (2001); El hombre bizantino (1994)- y autora de L’Histoire de L’imaginaire, París, 1978.

[11] Arostegui J. La investigación histórica: teoría y método. Crítica: Barcelona, España; 2001.

[12] Dialogue à propos de l’histoire culturelle. En : Actes de la Reserche en Sciences Sociales. 59, septiembre de 1985, pp. 86-93. Traducido del francés por Horacio Luis Botalla.

[13] Bloch Marc. Introducción a la historia. 9ª Reimpresión. Fondo de Cultura Económica: México; 1979. pp. 24-25

[14] Lischetti Mirta (comp.) Antropología. 10ª Edición. Editorial Universitaria de Buenos Aires: Buenos Aires; 1991. p. 9

[15] Lischetti Mirta. Ob. cit. p.11

[16] Geertz Clifford. Conocimiento local. Fondo de Cultura Económica: México; 1994.

[17] Dialogue à…Ob. cit. p. 91

[18] Chartier Roger. El mundo como representación. Ensayos sobre historia cultural. Gedisa: Barcelona, España; 1992.

[19] Citado por Burucúa José Emilio. Historia, Arte, Cultura. De Aby Warburg a Carlo Ginzbourg. 1ª Edición. Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires; 2003. p. 56.

[20] Ver: Burucúa José Emilio. Historia…Ob. cit.

[21] Arostegui J. Ob. cit. p. 169.

[22] Chartier Roger. El mundo…Ob. cit.

[23] Barrancos Dora. Problemas de la “historia cultural”. Triangulación y multimétodos. Revista Dialógica, vol. 1 N° 1, Buenos Aires. pp. 327-342.

[24] Ver: Deleuze Gilles y Guattari Félix. Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. Pre-Textos, Valencia, España, 1994.

[25] Bourdieu Pierre. Campo de poder, Campo intelectual. Editorial Quadrata: Buenos Aires; 2003. p. 90

jueves, 18 de marzo de 2021

 

Artículos Recomendados. Si bien se trata de un artículo periodístico, con las simplificaciones que ello implica, entiendo que se trata de un interesante disparador acerca de cómo se piensa desde la disciplina de la administración la estrategia de la empresa.

Todos los autores del pensamiento estratégico empresario, desde los más estructurados (Ansoff) hasta quienes apuntan más a la espontaneidad y la emergencia desde la base de la organización (Mintzberg) y clásicos como Drucker, Porter y otros –básicamente encuadrados en la escuela anglosajona-, nos han ofrecido una visión de esta área de estudios de la gestión alineada con una mentalidad que abreva en la cultura que vulgarmente se denomina “occidental y cristiana”, con todas las limitaciones e incoherencias que tiene este término; que por objetivos no podemos tratar y dilucidar en este espacio. Aunque no obstante podemos señalar que se trata de una mentalidad que apunta permanentemente al pensamiento único.

Entonces vemos como siempre el concepto inicia con una palabra de uso militar en la Antigua Grecia y se complementa con teóricos y prácticos del campo militar, para trasladarse a las grandes empresas y sus ejemplos de éxito, en un procedimiento lineal y mecanicista de base positivista, aún con los esfuerzos –aunque tibios- en los últimos  treinta años para salir de este esquema.

Dejamos de lado aquí esas ideas más vinculadas con la autoayuda como las comparaciones con cisnes, manadas de lobos y otras metáforas fuera de lugar que nada aportan a la cuestión.

Cuando se recurre a otras culturas y modos de pensamiento, como el caso del famoso libro de Sun-Tzu sobre El Arte de la Guerra, se lo hace más como un procedimiento de aplicar frases a situaciones empresarias que en la teoría habrían triunfado por seguir las conclusiones de las mismas; aunque es improbable que esos triunfadores leyeran o siquiera conocieran el libro en cuestión.

Pero lo que se soslaya es que la gestión o management, por su término en inglés, sea una ciencia o una tecnología social –no vamos tampoco a abordar ese tema aquí-, debe ser encuadrada justamente en el campo de lo social.

Con este marco es cuando se entiende como la cultura, en cuanto a componente esencial del comportamiento social, es la base sobre la cual pueden analizarse los comportamientos sociales, entre ellos los de las personas que conducen las organizaciones empresarias y los del resto de sus miembros así como las consecuentes operatorias de las empresas.

Lo que nos muestra el artículo que recomendamos, es como el triunfo de una empresa en China frente a un competidor de talla internacional como Uber, solo puede comprenderse a partir de despegarse de ideas preconcebidas y tratar de estudiar la cultura de cada grupo social, no solo en su presente, sino en su conformación histórica.

No coincido con todo lo que dice el artículo y hay temas que deberían profundizarse, pero de lo que no cabe duda es que el autor ha “dado en la tecla” en cuanto a la necesidad de investigar a fondo los comportamientos de las personas en cada cultura, en cada geografía, en cada tradición. Y terminar con esa tendencia perjudicial de englobar el pensamiento en una estructura de absoluta validez; por lo menos en lo que hace a la conducción de una organización lucrativa.

El artículo se titula El tao venció a Uber en China, fue escrito por Julián Varsavsky y su fecha de publicación fue el 13 de marzo de 2021 en el Diario Página 12 de la Ciudad de Buenos Aires. Disponible en:  https://www.pagina12.com.ar/329175-el-tao-vencio-a-uber-en-china